La Asamblea General de las Naciones Unidas estableció el 2 de octubre como Día Internacional de la No Violencia y como una ocasión para diseminar el mensaje que este lleva implícito. Claro que el compromiso con la no violencia tiene que ser diario y convertirse en un modo de vida en todos los países del mundo.
Fue adoptado, según dice la declaración correspondiente, el 15 de junio de 2007 consciente la ONU de que “la no violencia, la tolerancia, el pleno respeto de todos los derechos humanos y las libertades fundamentales para todos, la democracia, el desarrollo, el entendimiento mutuo y el respeto de la diversidad están interrelacionados y se refuerzan entre sí”.
La fecha fue escogida para conmemorar el nacimiento del líder indio Mahatma Gandhi, el símbolo de la no violencia, el hombre que llevó a la India a la independencia sin apelar al discurso de las armas y la guerra, quien nació en Portbandar el 2 de octubre de 1869, pero también fueron considerados otros hechos de la historia universal, desde la Ley de las Doce Tablas, que fue un acuerdo pacífico en la Roma precristiana para dotar a esa nación de unas normas de derecho público y privado, hasta el legado del líder negro y apóstol de los derechos civiles de los Estados Unidos Martín Luther King.
La celebración del Día de la No Violencia tiene, en consecuencia, una connotación más bien filosófica y política pero, como lo dice la declaración de las Naciones Unidas, en este fenómeno fundamental de la interacción humana, que es la violencia, son numerosos los valores que aquí aplican.
Y esto es importante que se reconozca por todos a fin de alcanzar el ideal de una sociedad sin violencia.
Los escenarios son múltiples. En la visita que nos hizo el jueves la profesora Mariana Subirats a nuestra habitual Tertulia, esta vez para deliberar sobre violencia contra la mujer, se llegó a la conclusión de que hay que cambiar la cultura machista, a partir del empoderamiento de las mujeres, para que las reacciones sean en debida forma frente a todo tipo de agresiones, y también poner el énfasis en la prevención. Es cuestión de educación y de conciencia pública, que es lo que lo mandan las Naciones Unidas que hagamos.
Igual ocurre respecto a la violencia política, un tema particularmente presente y atávico en Colombia, pues pasamos por catorce años de guerra de independencia; durante el mismo siglo XIX hubo ocho guerras generales, catorce guerras civiles locales, dos guerras internacionales con Ecuador y tres golpes de cuartel, y en el siglo XX, aparte de los numerosos levantamientos locales, se libró una guerra con Perú y fue escenario toda la nación, en 1948, de una de las más grandes insurrecciones en América Latina y desde entonces vino el hito histórico de “La Violencia” para culminar en perturbadoras guerrillas, paramilitares y las bandas criminales más recientes. Esas páginas de la violencia colombiana de mediados del siglo XX y de los últimos tiempos, constituyen el lado más cruel de nuestra historia y solo han dejado un testimonio de dolor y muerte.
Hoy por hoy la inseguridad, por temor a la violencia, se ha convertido en el problema de mayor relevancia en nuestro entorno. Así lo registran todas las encuestas.
¿Tiene, entonces, sentido la prédica o la pedagogía de la no violencia para superar ese estado de necesidades de mayor protección? Creemos que sí.
La violencia no resuelve las dificultades de un país. Por el contrario, crea odios y rencores. Daña relaciones. Acorta las vidas. En fin, nada bueno deriva de ella.
De manera que la humanidad tiene más motivos para hacer de la no violencia un quehacer cotidiano que resolver los conflictos con procedimientos violentos.