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Roberto Meléndez, una leyenda de 100 años

La dimensión de lo que Roberto Meléndez fue como futbolista lo refleja el hecho de que un presidente de la República —Enrique Olaya Herrera—, al verlo en acción durante un campeonato nacional disputado en Medellín, en 1932, pidió que lo llevaran a su palco para conocerlo personalmente.Esta historia la contó quien prácticamente ha sido su biógrafo: el periodista Chelo De Castro, uno de los pelaos que en aquella época seguían al Flaco en su camino hacia el estadio Moderno.Chelo se hizo amigo de Meléndez, tanto que este lo hacía ingresar al escenario de la calle. Lo admiraba tanto, que lideró la campaña para que el estadio Metropolitano fuese bautizado con su nombre.El Flaco le reconoció públicamente este gesto a Chelo y le dijo que gracias a ello, cuando muriera, su memoria iba a seguir perpetuada en ese monumental y bello escenario.“El Flaco nos metió varias veces, que no había portero que le dijera que no. Lo que él nunca podía imaginar era que aquel monito, pecosito, que iba a su casa de la calle del Sello y era apreciado por doña Tula, su madre, y sus hermanas, Rosa y Carmen, sería el mismo que 40 años después abrió como periodista deportivo la campaña de bautizar con su nombre el máximo recinto deportivo del país”, consignó Chelo en su columna Palestra Deportiva, de EL HERALDO, el 2 de febrero del presente año.Aunque no hay registros estadísticos que lo corroboren, Chelo asegura que su cifra de goles merodeó los 508 goles, lo que el propio Flaco pensaba que era una exageración.El padre. El Flaco, cuentan sus hijas Carmen Cecilia y Marlene, era un padre amoroso, al que le molestaba que desobedecieran sus órdenes. “Solo hablaba una vez y había que hacerle caso inmediatamente”, afirma Marlene.Era un personaje que le encantaba hablar de sus hazañas deportivas y señalaba que la gran diferencia con los jugadores de hoy con los de antes, era que estos no jugaban por dinero sino por amor a la camiseta.A pesar de que el Metropolitano llevaba su nombre y que Junior le había otorgado un puesto de privilegio en este escenario, el Flaco nunca lo ocupó. Consideraba un irrespeto con sus compañeros que él estuviera en un puesto en numerada y ellos en cualquier otra parte.En el recuerdo de su familia están las visitas que le hacían los domingos sus amigos del fútbol. Era un ritual que se mantuvo inclusive después de que falleciera su esposa, Carmen Hernández. Los amigos llegaban a las 10 de la mañana, se comían un sancocho y se tomaban varias botellas de whisky. Sobre las tres de la tarde cada uno tomaba camino para su casa.“Papá con nosotros era muy estricto, pero con los nietos era muy juguetón”, cuenta Marlene.A Cuba. Roberto Meléndez fue el primer futbolista colombiano transferido al exterior. El Flaco actuó para el Hispanoamericano Centro Gallego de Cuba, que lo contrató en 1939.Los cubanos habían quedado impresionados con la calidad del Flaco, que jugando para Junior y la selección Atlántico les marcó varios goles. El presidente del club le ofreció un contrato de 50 dólares mensuales, muy bueno para la época, pero el Flaco lo pensó mucho para aceptar la oferta. La aterraba la idea de tener que dejar sola a su esposa y a sus hijos. Finalmente aceptó la propuesta y contó hasta la forma como iba a dividir su salario: “Le mando 30 dólares a Carmen y me quedo con 20”. También reveló que fue y se vino en barco.La aventura del Flaco Meléndez en Cuba duró poco ya que estando allá lo sorprendió el estallido de la Segunda Guerra Mundial, por lo que tuvo que regresar a Colombia.El Flaco contaba con orgullo que en su casa, ubicada en la parte de atrás del Colegio San José, se formó el Junior que participaría en el primer campeonato de fútbol profesional en Colombia. Meléndez fue nombrado director técnico y condujo al equipo rojiblanco al subtítulo.Fue un fumador empedernido, de los que apagaban un cigarrillo y encendía otro. Esto, en opinión de su hija Marlene, terminó haciendo mella en él. “Se decidió a dejarlo cuando mi esposo, que también era fumador, se enfermó. Nunca más volvió a fumar porque mi papá cuando tomaba una decisión se mantenía firme”.Marlene dice que su papá parecía un roble. No sufría de nada y casi nunca se enfermaba. Ni gripa le daba. Eso lo atribuye a su condición de deportista, porque el Flaco además del fútbol, practicó béisbol, tenis y baloncesto. En todos era sobresaliente.Aficiones. El Flaco Meléndez se desempeñó como profesor de educación física en los colegios Colón y Americano. Disfrutaba como nadie ejercer esta profesión, pero tenía otras aficiones que también lo hacían inmensamente feliz.Una de esas era la lectura. Era habitual que saliera para el centro y luego regresara a casa con todos los periódicos del país, los cuales devoraba en un fin de semana. También era aficionado a la afamada revista Selecciones y a las novelas del Oeste.También le gustaba escuchar radio en un transistor de onda corta en el que captaba la señal de emisoras de Cuba y de Miami, en las cuales seguía los partidos de béisbol de Grandes Ligas.Sus hijas recuerdan que era un buen bailarín y que era amante de los boleros y de la música cubana, especialmente de la Sonora Matancera. “A mi papá le gustaban las fiestas y en ocasiones hasta se le perdía a mi mamá”.Roberto Meléndez murió el 20 de mayo de 2000, a la edad de 88 años.DetallesDueño de un potente remateAlgo que le han reconocido siempre a Roberto Meléndez era la potencia en su disparo, con cualquiera de las dos piernas. Chelo de Castro contó que alguna vez Jimmy De la Espriella, portero de varios clubes de los años 50 y 60, le confesó que el Flaco lo entrenó una vez haciéndole varios remates a la portería. El Flaco, ya con 48 o 50 años, estremeció a De la Espriella con sus disparos, tanto que este prefería no imaginarse la violencia con la que pateaba en sus años mozos.El origen de su apodoEn 1930, Roberto Meléndez jugaba para Junior y en el equipo había otro flaco, llamado Pedro Yepes, a quien le pusieron como sobrenombre La Espada. “Como no había otra vaina más delgada que una espada, me pusieron El Flaco”. Alguna vez reveló el secreto de su fortaleza en el disparo atribuyéndolo al hecho de patear balones de cuero mojados. “Muchos jugadores que recibieron remates míos quedaban resentidos o privados”.Por Manuel Ortega Ponce Twitter: @manuelortega3

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