
Cada vez que uno habla con Radamel Falcao García se sorprende más y más. Su don de gente, su sencillez y hasta timidez, el estar presto a colaborar, lo hacen especial, como si fuera un bendecido de Dios.
Es tan humilde que uno no se la cree. Un ser que ha ganado todo, que tiene de verdad motivos suficientes para creerse más y dárselas de artista, mostrarse de una forma tan cálida, lo hace aún más grande.
Ese es el Tigre colombiano, amable, con rasgos de timidez en su mirada. Siempre sincero, franco y sencillo, fue el anfitrión de una jornada humanitaria como embajador de la Organización de las Naciones Unidas y de una prestigiosa casa relojera que aportará 100 mil dólares a la región de la Ciénaga Grande para construir un Polideportivo Flotante para los niños y jóvenes y un centro de acopio para los padres de los infantes. Un gesto que deja muy claro el sentido social del artillero y lo pinta como el hombre sencillo que adora a Colombia.
Falcao García —ese a quien muchos señalaron de que iba a fracasar en el Atlético de Madrid y él les respondió marcando 70 goles (y tres títulos) en sus dos temporadas, demostrando que es un goleador de raza, un artillero de postín—, habló de su paso al Mónaco francés, de la Selección Colombia y hasta del nacimiento de su primogénita.
La claridad en sus declaraciones es tan nítida como su peligro en el área rival. Radamel Falcao García es el embajador de la contundencia, de la sencillez, de la franqueza y de la humildad. Un personaje que ama a su tierra y a su gente. Un grande. Algo que muchos —que no han ganado nada ni le han ganado a nadie—, deberían aprender.
Por Carlos Gracia

























