Ver a Catherine Ibargüen cómo se prepara en la pista para competir en el salto triple es un espectáculo deportivo que por la ligereza mental de la protagonista debería ser adoptada por todo aquel que tenga a su cargo un role deportivo similar. Catherine no le pone a eso ni una pizca de solemnidad y menos que menos de seriedad: Ella, simplemente, espera que se le llame a la raya de donde parte, hombre o mujer, para entonces partir a la mayor velocidad posible hacia el objetivo.
Ella no sabe de tensiones previas. En el mundillo deportivo del mundo hay centeneras de miles de competidores y competidoras que se comen las uñas en las horas previas al pitazo o al disparo iniciador, y arranca con un dejo de desparpajo, de asunto para el cual ha sido llevada y no tiene por qué experimentar el más leve signo de nerviosismo.
Y pensar que la longilínea atleta nacida en el ambiente menos deportivo de Colombia como son algunos puntos geográficos del departamento del Chocó, aunque se nos cuenta que le hicieron el gran favor de emigrar hacia Puerto Rico, donde comenzó a estudiar y a competir en el mundillo borincano, que es de los mejores del Caribe, estuvo a punto de conquistar la medalla de oro, con la cual ayudar a salvarle la cara a la oligarquía olimpiquera que se fue a Londres con 104 deportistas y otro centenar que para qué calificarlos si todo el mundo sabe quiénes son, tan heterogéneos pero tan visibles y tan conocidos.
Catherine tuvo en su último salto el mejor de todos: salido de su coraje y su posible cansancio competidor. Nos parece que fue un 14.80 o algo así y con salto tan extraordinario parecía rumbo a la aurífera presea, pero vino la figura igualmente grácil y elástica de una atleta de Kazahistán que es campeona mundial y le respondió a nuestra chica con un salto igualmente soberbio que le ganó por un par de míseras pulgadas, o algo así.
El salto triple tiene una asistencia técnica de la cual carecen por razones de mecánica competitiva otros deportes de pista y campo. Y Catherine tenía su asistente técnico, con el cual entraba en conflicto en cada salto que ejecutaba. Y hasta le discutía con el desparpajo que la caracteriza, para finalmente –ya en el último de los Vargas–, esto es, en el último de su esfuerzo trenzarse con el hombre en un tremendo abrazo, porque para ambos había saltado para conquistar la medalla de oro.
Y luego verla tomar el teléfono para hablar con el presidente Santos, con otro desparpajo igual a que si la hubiera llamado un agente de policía. Tuvieron que auxiliarla para que le contestara al presidente, que la estaba felicitando y augurándole otras grandes victorias… Y ella, como si estuviera hablando con un vecino. No, la verdad, esta Catherine es única en lo que es y como es. Seguro que no tiene par en el gremio.
Por Chelo De Castro C