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No es un estadio más a visitar. Este gigante ubicado en las afueras de Miami, tiene un encanto especial para Édgar Rentería. Allí se bañó de gloria cuando conectó el imparable que le dio el título de la Serie Mundial a los Marlins, en 1997.

Fue una imagen que le dio la vuelta al mundo. El barranquillero disparaba de hit al jardín central para traer al plato a Greg Counsell con la carrera que dejaba en el campo a los Indios de Cleveland, y le daba el triunfo más importante a la joven franquicia de la Florida. Increíble. Con sólo cinco años de ‘vida’, los Marlins se convertían en campeones mundiales .

'Esta es la organización que me dio la oportunidad de estar en Grandes Ligas. Siempre es un recuerdo grande', expresa en el club house que le corresponde al equipo visitante.

Cuando Édgar cruzaba por la primera base, se quitó el casco protector y estalló en llanto. Él mismo no lo podía creer. Pero era cierto. Fue el héroe de la noche. Colombianos y latinoamericanos vibraron de emoción y celebraron con alboroto un triunfo que consideraron como propio.

'Fue bastante emocionante ese momento, ya que era mi primera Serie Mundial y la primera vez para la ciudad', comenta con un dejo de alegría y nostalgia.

Catorce años más tarde, Édgar Rentería regresa lleno de emociones al mismo escenario. En aquel entonces se llamaba Pro Player Stadium, hoy día es el Sun Life Stadium, pero el nombre es lo de menos, porque es el mismo estadio, la misma estructura que se estremeció bajo los pies del talentoso pelotero. 'Todos los trabajadores me saludan, el personal de seguridad es el mismo desde que jugué acá. Es un recuerdo bastante alegre, ya que fue la primera Serie Mundial y la gente me recuerda por todo lo que pasó'.

Con paso rápido, pero seguro, tal y como fue su ascenso a Grandes Ligas, cruza el parqueadero dispuesto para los jugadores. Antes de entrar al club house, los aficionados se lanzan sobre él para pedirle un autógrafo, tomarse una foto, o simplemente tocarlo. Rentería sigue siendo ídolo en Miami.

Gracias a Dios, yo creo que para eso hay que portarse muy bien, para que la gente lo siga queriendo a uno y eso es lo que pasó aquí en Miami'.

Sus ojos escudriñan cada centímetro de la inmensa mole, como escarbando en los recuerdos que llegan como ráfagas de viento a su mente. Conoce cada centímetro de él, pero no deja de girar su mirada. Los empleados que se tropiezan con este barranquillero, que a sus 36 años de edad, le siguen diciendo Niño, lo saludan con admiración.

Algunos de ellos fueron testigos directos de su hazaña. 'Eso es lo que uno se lleva. Yo creo que uno puede ser el mejor del mundo, pero si no es respetuoso con las demás personas, no las trata bien, y no es bueno con la gente, no vas a recibir el mismo cariño. Es mejor ser buena persona que atleta', sentencia sin tapujos.

Luego de cumplir con su rutina de calentamiento en el gimnasio, sale al terreno de juego. Otra sensación especial para él. 'Se viene a la mente el 97, cuando ganamos la Serie Mundial, aunque ahora es muy diferente, ahora viene menos gente porque el equipo de los Marlins no está en la pelea'.

Los recuerdos quedan atrás y vuelven a guardarse en el baúl de su memoria. Pero sólo por un corto espacio, porque en Miami, todos hablan de las proezas de Édgar Rentería.

Por Orlando Palma Vizcaíno Especial para EL HERALDO
Miami