En 1912, en una fecha que hemos perdido, nació en Barranquilla el futbolista más seductor que conociera el país en los años 30, no sólo en esta ciudad, sino en Bogotá, Cali y Medellín, para citar ciudades que ya tenían por aquellas calendas grandes movimientos humanos por el fútbol. ¿Su nombre? Roberto Meléndez Lara, jugador que sumando los dos años en los que jugó en categoría juvenil y los 23 que se mandó en primera división tanto amateur como profesional –actividad ésta que en opinión de muchos llegó en muy mala hora, cuando Colombia tenía el mejor fútbol amateur de todo el Caribe– sumaban 25 años de vigencia futbolística para él.
Y para arrojar un total de 508 goles, que no ha habido jugador en Colombia que los hubiera soñado, no hay posibilidad alguna de equipararlo.
El Flaco Meléndez no era zurdo, pero desarrolló la pierna zurda de más poderoso ‘shut’ que se viera en aquellos tiempos. No es fácil encontrar alguien que hubiera probado como arquero esa ‘cañaña’, pues ha corrido mucha agua bajo los puentes. Sin embargo, queda uno: Jimmy De la Espriella, portero de varios clubes en los años 50 y 60. Y es quien nos contaba hace mucho tiempo que el Flaco, ya con más de 45 o 48 años, entrenó una vez a Jimmy de la manera más práctica: mandándole sus taponazos a la portería. Y si usted lo conoce, pregúntale lo que Jimmy nos dijo un día: que a esa edad, el Flaco soltaba uno cañonazos que lo ponían a pensar como sería cuando tenía, no 45, sino 25.
Roberto Meléndez, como saben muchos, era la máxima figura del fútbol colombiano en 1932, cuando el campeonato nacional en Medellín. Su magnetismo ante los públicos, que muchos viejos aficionados (más viejos que este columnista, que ya es mucho decir) fueron seducidos no sólo por el público, sino por nadie menos que el Dr. Enrique Olaya Herrera, presidente de Colombia, que lo vio jugar en Medellín y pidió que lo llevaran a su palco para conocerlo personalmente. Hay que ser un ídolo de verdad para recibir esa distinción, en una época en que los presidentes de Colombia no eran populistas, que es el gran merito de esta remembranza.
Meléndez toda su vida irradió simpatía por doquier. Hombre culto y a la vez sencillo, abordable en todo momento, en su derredor de futbolista atrayente se producía que no podía salir a la calle que no fuera seguido por 30 ó 40 ‘pelaos’; una compañía que habría enfadado a muchos otros, pero no a él. Entre esos chicos estaba este columnista, que vivía cerca de su casa. Y contemos algo que por primera vez vamos a contar: en aquellos años 30 los grandes jugadores solían meter al Estadio Moderno a ‘pelaos’ que se lo pedían.
El Flaco nos metió varias veces, que no había portero que le dijera que no. Lo que él nunca podía imaginar que aquel monito, pecosito, que iba a su casa de la calle del Sello y era apreciado por doña Tula, su madre, y sus hermanas Rosa y Carmen, sería el mismo que 40 años después abrió como periodista deportivo la campaña para bautizar con su nombre el máximo recinto deportivo del país, así como ha hecho rebautizar los estadios estúpidamente bautizados con el voquible de ‘Municipal’, como si eso fuera nombre.
El niño al que favorecía con una entrada al estadio, se lo compensó después y de qué manera.
Palestra deportiva
Por Chelo De Castro C.