Terminó nuestra participación en el Mundial de Fútbol de manera muy honrosa, y aunque debemos volver a la realidad, es claro que nada puede seguir siendo igual. Gracias a nuestra Selección, la sociedad colombiana dio un salto inmensamente significativo en su comportamiento como colectividad. Del horror de una campaña política que deprimió al país por el nivel de agresiones y ofensas entre los candidatos, se pasó a una esperanza compartida por todos, motivada por Pékerman, director del equipo colombiano, y por un grupo de hombres distintos, claros representantes de una nueva generación de colombianos. Todos bailamos con ellos y nos unimos alrededor de sus triunfos y de su injusta derrota, porque con su actuar nos produjeron gran orgullo nacional y la esperanza de lograr lo impensable. Pero sobre todo, porque lo dieron todo por el nombre de Colombia.
A pesar del dolor de no haber concretado el sueño, la forma como nuestros ‘pelaos’ dieron la pelea demuestra que estamos frente a una Colombia distinta. Aunque se enfrentaron con un equipo agresivo y con la fortaleza de haber sido muchas veces campeón del mundo, quedó claro que lo dejaron todo en el campo. Tan es así, que nadie quiere juzgarlos por perder sino por el contrario, todos les damos las gracias por lo que hicieron por nuestro país y por cada uno de los colombianos, estén donde estén.
Pero es en cómo manejaron la derrota, y la pérdida de un gran sueño, donde se ve la calidad de seres humanos que son. En este país de machos, de hombres agresivos y violentos, Pékerman y James, las dos figuras masculinas más admiradas hoy en Colombia y en el mundo, lloraron y se abrazaron sin pena alguna por romper con ese principio tan colombiano —y que le ha hecho mucho daño a nuestra sociedad—, donde “Los hombres no lloran”. Sin ningún problema, frente a las cámaras, estos dos hombres mostraron con lágrimas y con la voz entrecortada —como lo debe hacer todo ser humano—, su frustración y desconsuelo. Fue una lección inigualable para los hombres colombianos, especialmente para aquellos tan agresivos y tan duros con sus mujeres, a quienes critican por lloronas.
Además, cuando ya fue evidente que el árbitro no se caracterizaba por ser neutral, fuera de unas palabras de desconsuelo de James, quien recibió golpes a diestra y siniestra, la Selección no permitió que el tema se volviera el centro de la discusión. Esta actitud de jugadores y de seguidores es sorprendente en Colombia, llena de gente dispuesta a agredir con palabras y con puños. Gran lección de nuestros futbolistas y de los 47 millones de colombianos.
Pero la conclusión más importante que queda para iniciar este regreso a la realidad es que no tenemos por qué ser una sociedad dividida y llena de odios, porque sí podemos tener un proyecto en donde cabemos todos. Ojalá nuestros líderes entiendan el mensaje claro de una sociedad que quiere un país distinto, un país en paz, un país orgulloso de sus triunfos y derrotas. Colombia ya no es la misma, estamos en otra tónica, y aquellos que no lo entiendan y se acoplen a este proceso de no violencia, serán aislados y perderían la oportunidad de ser parte de este país maravilloso.
P.D. Duele que la nota negra en Brasil viniera precisamente de miembros de nuestra ‘élite’. Qué vergüenza que sean ellos los más desubicados en esta nueva Colombia que empieza a surgir.
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