No puedo respirar”, fue la última frase que dijo Eric Garner, el ciudadano afroamericano en Nueva York, mientras siete agentes de policía lo inmovilizaban y uno de ellos le aplicaba una llave ilegal que le causaría la muerte por estrangulamiento.
Varios kilómetros más abajo, en México, miles de personas salen a las calles, indignados, dolidos, cansados, fastidiados, con la esperanza cada vez más remota de que 42 humildes jóvenes normalistas todavía respiren. Uno de ellos ya dejó de hacerlo.
“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, dijo Thedor Adorno en 1951. En medio de la desesperanza por el holocausto, qué sentido tenía para el mundo la poesía. Buscar la belleza de las flores debajo de las cenizas de los cuerpos calcinados, era una especie de traición a las víctimas y de promoción al olvido.
“Existe Auschwitz, por lo tanto no puede existir Dios”, dijo lleno de impotencia Primo Levi, el escritor italiano de origen judío sefardí, en 1986. La tragedia de los campos de concentración que vivió en carne propia lo habían convertido en un ser incapaz de creer en la esperanza y la redención del mundo. Atormentado, después de varios años, parecía no atinar con las herramientas para tabular el horror: “no encuentro solución al dilema, lo busco pero no lo encuentro”.
Hay personas que no pueden contener las lágrimas cuando recorren las instalaciones del castillo Elimina en Ghana. Desde allí, hace cinco siglos, se embarcaron como esclavizados miles de personas negras en un viaje sin retorno hacia los territorios del nuevo continente. Mientras América se convertía para muchos en la tierra de la esperanza, para ellos era el territorio donde se transformaban en objetos de uso.
Es muy fácil que a los medios y al periodismo se les olvide que la sociedad ha estado jodida desde siempre. Por supuesto que es necesario celebrar la poesía, las cosas buenas de la vida, en un mundo donde cada vez más lo bueno se convierte en la excepción. Pero sin duda, cuestionar, exaltar, indagar, denunciar, en nombre de los que dejan de respirar, o de aquellos que se están asfixiando, debe ser la labor más solemne del periodismo y de los medios de comunicación.
En ocasiones la imparcialidad, de la que tanto se ufanan algunos medios, no es más que un disfraz que termina sirviendo a los intereses de quienes a diario convierten a la sociedad en un escenario de muertes, venganzas, miseria, dolor y desolación.
“El mundo está voltiao”, le escuché decir una noche a una habitante de la calle, mientras buscaba sobras de comida en los bidones de basura de restaurantes lujosos y de un prestigioso hotel en la plaza San Diego, de Cartagena de Indias.
En esta Navidad que no se nos olvide este axioma sacado de la filosofía de los pretiles, mientras encendemos luces, comemos buñuelos y pasteles, nos damos regalos, y bailamos canciones navideñas con alguna tía jacarandosa. Al periodismo que tampoco se le olvide su apuesta ética en la construcción de un mundo en el que todos podamos respirar con libertad.
La única manera justa de buscar flores bajo las cenizas es que se tenga el propósito determinante e inflexible de hacer lo que esté a nuestro alcance para que el mundo no siga siendo un sembradío de cadáveres, de miles y miles, a los que todos los días se les niega un poco de aire.
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@JavierOrtizCass