Hay muchos motivos para repudiar la frase de Juan Manuel Santos de que lo “pensaría dos veces” antes de dar de baja a ‘Timochenko’, el jefe de las Farc, a quien supuestamente ya tienen ubicado. Como lo han manifestado Óscar Montes, Mauricio Vargas y otros, la guerrilla no lo piensa dos veces antes de masacrar o secuestrar, ni vacila ante el reclutamiento de niños o la siembra de minas ‘quiebrapatas’.

No quiero, además, imaginarme lo que pasará por la cabeza de un soldado que lleva años exponiéndose a morir en cualquier momento, tumbado por una bala de fusil, al oír a su comandante en jefe admitir, palabras más, palabras menos, que esos riesgos se han asumido en vano, que a la hora de la verdad, teniendo en la mira al líder del ejercito enemigo, la orden es de dejarlo ir.

Piensen qué habría sentido un integrante del Bloque de Búsqueda si, después de haber arriesgado su vida y la de su familia durante meses, en el momento decisivo de la captura o muerte de Pablo Escobar hubiera recibido de César Gaviria un ¡alto al fuego! O peor, qué sentirán los padres de alguno de los miles de soldados y policías asesinados por la guerrilla al saber que quienes tomaron la vida de su hijo hoy andan libres por fíat presidencial.

Es cierto que puede haber motivos estratégicos, razones de Estado que desconocemos, que expliquen lo que de otro modo parece una metida de pata del presidente. Pero eso no explica por qué era necesario hacerla pública.

Si de lo que se trataba era de tranquilizar a la guerrilla, asegurándole que la vida de su jefe estaba a salvo, eso se hubiera podido decir a puerta cerrada, por medio del canal de comunicación confidencial y directo que tiene el gobierno con las Farc en La Habana.

Y es que a nadie, ni siquiera a las Farc, quienes serían las beneficiadas por el anuncio, le sonó bien la frase del presidente. Los guerrilleros le replicaron, con poco disimulada sorna, que no actuara como un “perdonavidas”.

Pero que su comentario haya sido mal recibido por casi todo el mundo no quiere decir –y en esto difiero de los demás columnistas– que esta supuesta salida en falso le vaya a salir tan cara al presidente-candidato. Es posible que incluso le ayude.

De acuerdo con las encuestas –a las que hay que prestarles atención, así nunca digan la historia completa– el único que puede derrotar a Santos en una casi segura segunda vuelta es Enrique Peñalosa.

Eso quiere decir que para el presidente debe ser preferible enfrentarse en segunda vuelta con el otro candidato con posibilidades de llegar, Óscar Iván Zuluaga. Lo que pone a Santos en la curiosa situación de tener que hacerle barra, hasta el 25 de mayo, al candidato del uribismo, que ha sido hasta ahora su principal contradictor.

Subir a Zuluaga para enfrentarse a él, y no a Peñalosa, el 15 de junio. La duda sobre si dar de baja o no a ‘Timochenko’ parece una “papaya puesta”, diseñada para fortalecer indirectamente a Zuluaga, feroz opositor de la guerrilla.

¿Será que todo el episodio fue una astuta artimaña, urdida por los estrategas de campaña de Santos, para mejorar sus posibilidades en la segunda vuelta? Me parece un poco descabellado pensarlo. Pero cosas más extrañas se han visto.

@tways / ca@thierryw.net