No existe ningún tratado de Economía en el mundo, ni una escuela de doctrinas económicas, ni teorizantes con premios Nobel de estas disciplinas que afirme contundentemente que la única manera de producir ingresos al Estado es aprobando nuevos impuestos y gravámenes a los contribuyentes. “Estamos hasta la coronilla”, “no aguantamos más”, “nos estamos reventando”, “ya no alcanza la plata ni para tener las tres comidas al día”, son algunos de los permanentes, agudos, desesperados comentarios que a diario escuchamos en todos los estamentos y lugares, especialmente, y con razón, en la clase media colombiana. Que es la más afectada, la más golpeada. Por más que lo disfracen el tema de los impuestos es urticante porque su pago, el pago de los 22 impuestos nacionales y los 16 municipales descritos recientemente por la emisora La W, está acabando con el ahorro y empobrece más a la clase productiva media del país.

No empobrece a los poderosos, y allí están los balances. Ya las utilidades no son de millones sino de billones, pero al mismo tiempo los robos de la corrupción al erario público en todos los niveles, en todos los estratos y en casi todas las entidades del Estado tampoco bajan ya de los billones. Es decir, en plata blanca, más impuestos para más ingresos para mayores robos. La corrupción de fiesta.

Pero no: no hay ministro de Hacienda que pase por un ministerio que no haga su reforma tributaria. Es como la simbología de su éxito. Como un carné de triunfo. Así, entonces, la gente medianamente pensante se pregunta, ¿es que acaso no es posible, por ejemplo, que el Estado buscando recursos, en vez de masacrar a la ciudadanía, no pueda acaso reducir el gasto público que está desbordado? ¿O vender activos no productivos por inertes en el momento pero que puedan ser atractivos para ciertos inversionistas? ¿O vender y liquidar los miles de millones decomisados a los narcotraficantes e invertir en la función social esos fondos? ¿O refinanciar a mayores plazos la deuda externa para bajar los intereses? ¿O buscar obtener nuevos créditos blandos pignorando por ejemplo rentas futuras en bajo porcentaje de entidades explotadoras de minerales?

¿Dónde están las promesas de campaña de que no habría más impuestos? Que se necesitan para combatir la pobreza no hay duda, pero, ¿dónde está el buen nombre crediticio que ostenta Colombia con la banca mundial? Los colombianos con este tema estamos cansados de que nos engañen muchas veces con el parapeto ilusionista de los impuestos temporales. Así nacieron en su momento el impuesto al patrimonio que empezó temporal y se volvió eterno. El destinado para Fuerzas Armadas y su equipamiento hace más de diez años jamás se acabó. El 4 x 1.000 cada año se promete terminar y vuelve y juega.

Ahora descaradamente se anuncian nuevos porcentajes en varios frentes peligrosos para frenar la industria, el consumo con deterioro comercial a simple vista y un aumento del IVA, que automáticamente recae en la canasta familiar. Entonces, señores del Gobierno, pongamos una tonelada de seriedad, de justicia social, de caridad para los empleados y funcionarios menores. Miren otros horizontes, busquen alternativas, toquen puertas, pero no sigan maltratando al pueblo, que de entrada, con la retención, les están quitando una comida a sus hijos. Y no es populismo, es la cruda y violenta realidad social!