Se ha hablado mucho, particularmente en la última década, de reducir la ‘brecha digital’, la diferencia en acceso a Internet que existe entre ricos y pobres. Con la ayuda de los gobiernos, o muchas veces sin ella, pero sobre todo gracias al abaratamiento de la tecnología en todas sus formas –desde la fibra óptica hasta los teléfonos celulares–, esa distancia se ha ido reduciendo en casi todos los países del mundo. En Colombia, gracias al Ministro de las TIC, Diego Molano, uno de los pocos destacados del gabinete actual, hemos avanzado bastante en cobertura de Internet en la mayoría de los municipios del país, así como en acceso a computadores y tabletas para niños de estratos bajos.

Pero hay otra brecha que divide a la población de acuerdo a sus habilidades tecnológicas a la que no sólo aquí, sino en la mayoría de los países, no se le presta suficiente atención: la diferencia de participación entre hombres y mujeres en los oficios informáticos, como el desarrollo de software, la ingeniería de redes, la gestión de bases de datos, la robótica, etc.

Esto es desafortunado para las mujeres desde un punto de vista pragmático, y además un reparto subóptimo del talento de la sociedad, ya que las profesiones relacionadas a la informática son, en muchas partes, algunas de las más demandadas y lucrativas, y lo seguirán siendo por varios años. Hay escasez de buenos informáticos en muchas industrias, y las sociedades en vía de desarrollo, como la nuestra, necesitarán esas habilidades para desarrollarse. Además, para las profesionales que quieren combinar una carrera con la maternidad y la crianza de los hijos, ciertos trabajos como la creación de software ofrecen más flexibilidad, como trabajar desde la casa, por ejemplo (o desde otra ciudad), que otros.

Sin embargo, lo más importante no es eso. Hoy, y cada día más, hacemos nuestras compras y trámites en línea, nos conocemos y comunicamos por Internet, y buena parte de nuestras vidas transcurre en un mundo virtual. En ese sentido, el software no puede seguir viéndose como un artefacto meramente tecnológico, sino como un producto cultural. Es una capa que cubre la realidad física y social subyacente y determina nuestras interacciones con ella. Cada vez más, el mundo mediado por el computador es el mundo en que vivimos, y por tanto una construcción social demasiado importante para dejarla en manos de apenas el 49,5% de la población. Excluir la visión femenina de la creación informática es perpetuar el patriarcado por la vía de la estructura sociocultural más significativa de nuestro tiempo.

El asunto hay que enfrentarlo como un problema educativo, pues en el colegio es donde se comienzan a formar los estereotipos de que ciertas ocupaciones son más ‘masculinas’ y otras más ‘femeninas’. En esta breve columna no puedo entrar en ese debate. Pero sí afirmaré que la informática y sus oficios derivados no tienen, ni deben tener –por el bien de todos–, ningún sesgo masculino. Desde la educación temprana, y desde los hogares, debemos empezar a formar una generación de niñas que aprendan a jugar con menos muñecas y más Macs.

@tways / ca@thierryw.net