La Estrategia del Engaño fue, en los años sesenta, un libro de referencia de Jeane J. Kirkpatrick, estudiosa de la expansión del comunismo internacional durante la Guerra Fría. La estrategia del engaño ha sido la utilizada por las Farc frente a los gobiernos que han querido negociar con ellas, y es la misma que hoy le sirve al ELN.
Mientras en las toldas de De la Calle en La Habana reina el pesimismo, el Gobierno le apuesta con Pearl a una negociación que mantenga el fervor por la paz. Un proceso y dos negociaciones con las armas bajo la mesa. Dos interlocutores antagónicos, aunque se presten los brazaletes: una organización armada –que no militar– sucia de narcotráfico, minería ilegal y otros delitos; y otra, también narcotraficante, pero más una cofradía fundamentalista, menos organizada y con mayor propensión al terrorismo. Es como lidiar los dos toros de la corrida en una misma faena para congraciarse con las graderías. Imposible salir ileso.
La cosa empieza mal, o ni siquiera podría empezar, a juzgar por las declaraciones públicas. García reclamó que la devolución de secuestrados no se puede imponer como condición y que, ya dentro de la negociación, se hablará del número de secuestrados. ¿Eso acordaría en secreto con Pearl? El presidente, por el contrario, afirmó que “No habrá negociaciones con el ELN hasta que no liberen a todos los secuestrados”. ¿Cómo empezar entonces?
Los elenos saben cómo presionar. Es su estrategia y, de hecho, lo hicieron para “ambientar” las negociaciones. En apenas tres meses realizaron ¡273 ataques!, un promedio de tres diarios. Y eso que, a raíz del asesinato por la espalda de los auxiliares Ledesma y Camargo a mediados de febrero –el país los olvidó al día siguiente pero sus familias aún los lloran–, los comandantes del Ejército y la Policía aseguraron que habían frustrado más del ¡95%! de las acciones planeadas por el ELN en celebración de la muerte de Camilo Torres. ¡Bonita manera de celebrar! Querían acabar con el país antes de sentarse a negociar la paz.
En octubre de 2015 asesinaron a 11 militares y un policía –a ellos también solo sus familias los lloran–, y con la misma desfachatez fariana, lo justificaron achacando semejante masacre “al alto nivel de militarización y represión en todo el país que afecta de manera grave los territorios donde operamos”. Valga aclarar que, para ellos, ‘operar’ es secuestrar, extorsionar ganaderos y petroleras, volar torres y oleoductos, y controlar el narcotráfico en sus ‘territorios’.
Pero ahí están, como sus compadres, convertidos por el poder extorsivo de sus armas en alta parte negociadora; beneficiarios de la impunidad de la Jurisdicción para la Paz y con su Zona de Reserva en el Catatumbo legitimada para el narcotráfico. Ahí están, comprando paz con balas y sufrimiento anónimo. Un engaño conocido.
@jflafaurie