No hay plazo que no venza ni fecha que no se cumpla. La incertidumbre de tantos meses le dará paso a la euforia de los que triunfan y la agonía de los que pierden. Al lado de ellos muchos acompañarán con su risa o con su llanto lo que creen sentir como propio en un espectáculo que tiene más de coreografía que de verdad; y la reflexión por haber hecho tanto o tan poco flotará en un ambiente gris. La historia, escrita por los que ganan, propondrá una página más de las mezcladas con uno que otro lamento. Lo de después se verá luego. Y no, otra vez no. No es de fútbol de lo que escribo.

La segunda vuelta electoral que define el venidero domingo al inquilino de la Casa de Nariño se ha convertido en una lamentable expresión de lo famélica que es nuestra memoria como país. En una de las esquinas del tinglado tenemos al candidato que representa el oscurantismo represivo disfrazado de democracia que con tono y ademanes pendencieros borró los límites de lo moralmente aceptable durante su doble cuatrienio; mismo que hicieron posible gracias a la perversión probada, juzgada y condenada alrededor de cambiar un “articulito”. Esos que ahora se rasgan las vestiduras en aras de proteger los “intereses sagrados de la patria” bajo la premoderna concepción de un mesianismo gamonal y de inventarse una palabreja como “castro-chavismo” para arropar con tinieblas lo que con argumentos son poco capaces de confrontar; son los que llamaban “buen muchacho” al que gerenciaba en su nombre una máquina de falsas denuncias y desapariciones al tiempo que repetían, y aún repiten, el horror histórico de negar que en Colombia se vive en medio de un conflicto que no aguanta más adjetivos y mucho menos víctimas.

Y por la otra esquina el panorama no es para nada halagador, con un presidente que como candidato apenas despertó el 25 de mayo del cómodo sopor en que se creía victorioso. Bajado del Olimpo, la desesperación por los votos idos provoca raudales de ‘mermelada’ y fotos tan desagradables como la publicada el 31, y que evidencia la reunión de sus “barones” en escena que parece sacada de una película de Coppola. Los directos responsables y a la vez beneficiarios del fango en que se mueve la democracia local aparecen sonrientes mientras al resto nos produce arcadas el olor de lo que cocinan. Como están las cosas, el precio a pagar para no volver a sufrir lo del doble cuatrienio sería cubierto en tapabocas. El aire se torna tan irrespirable como el de Barranquilla por las quemas en Isla Salamanca.

Nos movemos entonces entre el miedo y el hedor. Votar en blanco es una opción tan respetable como discutible en la actual coyuntura. Quedarse en casa es un acto de indolente cobardía. Quien sea el que gane va a recibir un país dramáticamente fracturado, por lo que en la medida en que la votación sea copiosa le quedará margen de sobrevivencia a la democracia. Cierto es que no hay más ni provoca mucho, pero lo que hay para escoger es lo que elegimos escoger. Sin olvidar el pasado y sin perder de vista el futuro, el domingo tenemos un chance más, uno de los últimos si se quiere, de enviar un mensaje. Vote por quien quiera, pero vote. Por mi parte, y en honor a la memoria del que fue mi profesor y luego mi colega, tengo claro por quién lo haré.

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@alfredosabbagh