El plebiscito
Hizo bien el presidente Santos en convocar el plebiscito en el que los colombianos rechazaron el acuerdo hecho en Cuba entre los negociadores del Gobierno y las Farc. Rechazo que, por cierto, superó condiciones totalmente adversas, pues se dio en muy poco tiempo, con escasos fondos, con el inmenso poder de todo el Estado en contra, a pesar de las posiciones parcializadas de casi todos los medios de comunicación, contra el querer de la Iglesia Católica, sufriendo matoneos, y venciendo a las aceitadas maquinarias de los partidos políticos. Haberle impuesto ese acuerdo a esa inmensa masa de colombianos cuyo voto de rechazo nació de una decisión razonada, fruto del análisis de su contenido, hubiera conducido a una división nacional de proporciones inimaginables que el buen tino del Presidente evitó.
Es justo entender que el rechazo del pueblo colombiano no fue solo al acuerdo de Cuba. Con su voto, los colombianos también expresaron su hastío con ese montón de parásitos que conforma en buena medida el establecimiento clientelista político. Fue la expresión en las urnas de quienes no quieren oír ya más de ellos, desde los Gavirias, Barreras o Benedettis hasta los Cepedas de ambos pelambres. Del deseo general de que esos personajes despejen para que gente seria, que piense en el bien del país se ocupe de resolver los problemas que ellos han creado. Y tiene implícito el mandato de revocar un Congreso que entregó su facultad de legislar –y aún de opinar– sobre un acuerdo que ni siquiera conocía y que fue rechazado por los ciudadanos que lo estudiaron.
Es clara también la necesidad de escoger cuidadosamente a quienes negocien con las Farc en el futuro. Nadie niega la verbosidad ni la amplia experiencia del doctor De la Calle, quien hasta fue vicepresidente de Ernesto Samper, compendio de honorabilidad, pulcritud y virtudes republicanas. Pero el doctor De la Calle y su equipo negociador nos dijeron una y mil veces que el acuerdo que se sometió al apoyo o rechazo de los colombianos nunca podría ser modificado, y que ese era el mejor acuerdo posible. Dado que lo mejor que pudieron lograr fue eso, ellos no tienen ya nada más que hacer en cualquier negociación. Además, no debe dejárseles que busquen imponer desde adentro lo que ya rechazó el pueblo soberano. Personas con mayor capacidad y, sobre todo, con el interés nacional en mente deben ocuparse de cualquier negociación futura sobre ese tema. Vale anotar que hay quienes aceptarían continuar con los servicios de la señora canciller. Puede que ella no sea capaz de defender un metro cuadrado de suelo colombiano, pero que se luce como relacionista, se luce.
Fue lamentable la participación de la Iglesia Católica en el proceso. Que sus representantes en Colombia hayan engañado al Papa, haciéndolo dividir al país entre amigos y enemigos de la paz es imperdonable y explica en buena medida su poca credibilidad. ¿Quién puede confiar en quienes, abandonando su misión pastoral, tuercen los hechos y engañan a su jefe para lograr sus fines políticos?
Pasado el plebiscito, la verdad brilla: Tanto los del ‘Sí’ como los del ‘No’ queremos la paz. Esa verdad es precisamente la gran oportunidad que tiene el presidente Santos. Está en sus manos lograr una concertación nacional que permita llegar a un acuerdo que termine las actividades delictivas de las Farc, el grupo armado que más daño le ha causado a Colombia.
esardi@tecnoquimicas.com.co
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