La corrupción no es un cáncer nuevo, como de repente pretenden hacernos creer algunos políticos ahora que el país se quedó sin el eterno caballito electoral de las Farc. No se inició con Odebrecht, con la mermelada, en la presidencia de Uribe o en algún gobierno anterior. Turbay Ayala decía que había que llevarla a sus justas proporciones, lo cual indica que ya para entonces, a finales de los setenta, estaba desbordada. Los políticos siempre han robado. No es que antes lo hicieran menos o, como se escucha, que lo hicieran “mejor”. Sucede que Colombia cada vez menos admite este delito, sumado al hecho de que hoy hay más mecanismos para seguir su rastro.
Hay regiones en las que a los políticos se les tiene como una especie de dioses, no por su buen ejemplo moral y ético sino porque son dadores de puestos. Decir algo en contra de ellos es perder la oportunidad el denunciante de robar él mismo. Y este es parte del problema: la corrupción carece de sanción social. Está demasiado generalizada la idea de que en este país solo robando se puede hacer plata y de que a quien roba no le pasa nada, pues así vaya a la cárcel sigue viviendo con lujos y comodidades. Mientras se siga votando por políticos a los que se admira por haberle robado al Estado, la situación no va a cambiar.
El tema amerita un debate profundo y serio, más allá de una simple campaña: la palabra corrupción en boca de un político en tiempo electoral se vuelve hueca, banal. Un amasijo vacío, sin contenido. La corrupción hay que atacarla, hay que buscar todos los mecanismos para llevarla, al menos, “a sus justas proporciones” (una frase de la realpolitik que, por irónica, no deja de ser cierta). La manera de enfrentarla es una sola: cero impunidad con los corruptos. Y que paguen cárcel como cualquier otro criminal.
De palabra, nadie está en contra de ella. El país corea al unísono que este cáncer requiere la quimioterapia más agresiva. Quien abandera hoy la causa se desinfló ante la opinión. No es el mensaje. Es quien lo dice. De un político moderno se espera un debate progresista y una campaña con una propuesta novedosa y creativa para sacar a Colombia de este atolladero, ¡no un discurso populista! No se renueva repitiendo sobre tierra trillada y desgastada. Seguir discutiendo lo que sabemos que no es más que mero eslogan electoral, ¡embúa! Lo mismo hace cada cuatro años cualquier político de pacotilla, como los de mi pueblo.
He aquí una gran contradicción: a pesar de ser el mayor problema, no es el gran discurso de la Colombia actual, ni tampoco es el discurso del gran líder con visión que se necesita. Hay temas igual de urgentes, como la implementación del acuerdo de paz o, más aún, la unidad nacional. Un líder que luche porque la paz no sea un asunto de guerrillas y acabe con la polarización que hace casi setenta años se profundizó aún más en el país, alguien así vale la pena. Lo demás es más de lo de siempre. Puro blablablá.
@sanchezbaute