El Heraldo
Pablo Castillo y su familia meten todas sus pertenencias a la casa ubicada en la calle del boliche. Javier García
Bolívar

Antorchas y fandango, en el regreso de 77 familias a Las Palmas

En este corregimiento del municipio de San Jacinto, en los Montes de María, no les importó el calor y el sol inclemente para celebrar el retorno a la tierra que abandonaron por la violencia.

Las Fiestas de Santa Lucía, patrona del corregimiento de Las Palmas, en San Jacinto (Bolívar), en los Montes de María, no se habían teñido de tanta alegría. El suelo caluroso, del que por décadas corrió sangre de inocentes, ahora luce reverdecido. El motivo es uno solo: llegó el día del retorno.

Setenta y siete familias, todas con sus enseres al hombro, están de vuelta a Las Palmas, la tierra de la que se vieron obligados a salir por culpa del paramilitarismo y otros grupos al margen de la ley, hace quince años. Fueron cruentas masacres en las que  16 personas perdieron la vida.

El retorno. Desde muy temprano, a las 7 a.m. del viernes 12 de diciembre, comenzaron a regresar los primeros. Llegaron en camperos, motos y borricos. Y, aunque para su arribo debían recorrer una agreste trocha, en unos cincuenta minutos, sus rostros parecían no reflejar cansancio alguno.

El sol de diciembre, como si entendiera la magnitud de la ocasión, irradiaba como calderas. El sudor, que recorría los rostros de quienes alguna vez se fueron, se mezclaba con lágrimas de alegría.

Ahí en la plaza del pueblo, con su corazón a punto de estallar de la felicidad, estaba el carpintero Manfred Díaz Barreto. Él llego de Sabanagrande, Atlántico, acompañado por su esposa Enith Meléndez, sus tres hijos, y un puñado de nietos.

“Hay gente que piensa que solo al que le asesinaron a algún familiar, como ocurrió en muchos de los pueblos golpeados por la violencia, es quien toma la decisión de irse. Sin embargo, no es así. Gracias a Dios, no perdí a ningún familiar por culpa de la violencia. Pero vi cómo mataron a muchos de mis amigos. El dolor y la zozobra son los mismos. Principalmente, porque en Las Palmas todos éramos como hermanos y aún lo seguimos siendo”, dijo Díaz.

Manfred Díaz y su familia son solo una muestra del júbilo que embarga a los palmeros. Como él y su prole, que después de quince años reparan cada rincón de la casa a la que retornaron, son muchos los que comparten esa misma sensación.

Los niños corren detrás de las aves de corral. Los viejos desempolvan sus taburetes. Y, aunque el pueblo no dispone de energía eléctrica, la Unidad para la Atención y Reparación integral a las víctimas ha dispuesto una planta eléctrica. La música no puede faltar.

Baile en la plaza. Cada miembro de las setenta y siete familias carga en su brazo más hábil una antorcha.

El fuego que quienes retornaron cargan consigo representa la fe, que aunque pareció desvanecerse cuando se marcharon a otras tierras, hoy flamea sin agotarse.

La música de tamboras y gaitas retumba en el ambiente. Los abrazos y risotadas se oyen tan fuertes como el de los instrumentos musicales que amenizan el reencuentro de los que regresaron al lugar del que nunca debieron salir.

No falta el trago, la buena comida, los dulces y los helados. Las Palmas está de fiesta.

Paula Gaviria, directora de la Unidad para la atención y reparación integral a las víctimas, es la encargada de la bienvenida.

“Estas familias, que se encontraban en lugares como Bogotá, Cartagena, Maicao (La Guajira), Sabanagrande (Atlántico), Montería (Córdoba), están nuevamente en su tierra. Fue un proceso de largos años, pero era un compromiso por parte del Estado que tenía que cumplirse, y así se hizo”, dijo Gaviria.

Según Gaviria, se espera que, con el retorno de las setenta y siete familias, próximamente retornen otras cincuenta.

“Hay que decir que se trata de un proceso integral. Los palmeros deben tener a su disposición todo lo que necesitan para vivir en condiciones dignas. Se está haciendo todo lo necesario, para que dispongan de los servicios básicos y una vía de acceso en condiciones óptimas”, dijo Gaviria.

El regreso de sus amigos. A diferencia de quienes regresaron ayer a Las Palmas, el agricultor Rafael Arrieta García, tenía un motivo distinto para celebrar.

Arrieta no festejaba su retorno, porque intentó irse de su tierra, pero el amor que siente por los suyo lo motivó a regresar a los pocos meses. La razón de su alegría era ver cómo regresaban aquellos amigos que pensó que no volvería a ver jamás.

"En mi caso, que nunca pude desprenderme de Las Palmas, es incomparable ver cómo los amigos de uno vuelven después de tantos años. Todo es más especial porque el regreso se dio justo para la fecha de las fiestas de nuestra patrona, Santa Lucía, a partir del 12 de diciembre”, dijo Arrieta García.

La noche del 12 de diciembre, en Las Palmas, a muchos les fue imposible conciliar el sueño. Esta vez el motivo no fue la violencia, sino la alegría del regreso a su tierra. Son miles de imágenes y emociones que dan vueltas en la cabeza.

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