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“Que este premio no signifique que no me den más papeles, sino todo lo contrario”, dice la actriz barranquillera. Johnny Hoyos Soto
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Judy Henríquez y sus 50 años en la TV

La actriz recibió anoche, en el marco de la apertura del Festival de Cine de Cartagena, el premio Víctor Nieto a Toda una Vida por sus 50 años en la televisión colombiana.

Que si Judy Henríquez ha vuelto a Barranquilla desde que la dejó de la mano de su padre cuando contaba tres años de edad. Claro que ha vuelto, siempre lo hace. Durante mucho tiempo en las vacaciones escolares, y luego, hecha actriz, Judy no sólo ha vuelto a esta ciudad sino a todo el Caribe gracias a muchas de las historias que ha recreado y en las que los hechos demostraron que los personajes estaban concebidos para ella.

Judith Emilia Henríquez volvió al Caribe, o tal vez siempre ha estado ahí. Mimetizada en la vieja Sara Baquero de la serie Escalona, en Rosa Lenoit de La Momposina, en Doña Cuadrado de Salguero, o en carne y hueso en la Luz de enero de Ernesto McCausland, el cortometraje que la emplazó en un fabuloso guión, pero en la realidad triste de Puerto Colombia y del cual confiesa que lloró mucho cuando soportó el caudal de recuerdos de infancia y los cotejó con los retratos actuales del lugar.

Henríquez adora el mar, así esté sucio y cinéreo como el de Ciénaga, donde hace poco fue doña Josefina, la matrona vendedera de pescado de Chepe Fortuna. No importa, en el océano pródigo, cual su versatilidad histriónica, quiere perpetuarse. De hecho, ya les pidió a sus hijas  que espolvoreen allí las cenizas. “Por esa funeraria tenemos que pasar todos”, mira hacia la Gaviria y recuerda a su amiga Celmira Luzardo y cuando juntas representaron a Colombia en el Festival de Teatro de Cádiz con la obra Rosa de dos aromas.

Entonces habla de su historia de amor con Bernardo Romero Pereiro, amor eterno y no a primera vista, pues cuando se conocieron, estaba de novia de un imberbe estudiante que se fue becado a Europa y Bernardo era un joven “creído y antipático” recién llegado de Italia. “Después entendí por qué era así. Era un hombre maravilloso, brillante, que me fue enamorando hasta que nos casamos en 1968”.

La pareja Romero-Henríquez ha sido una de las más exitosas del medio, no sólo por el complemento director-actriz, sino por ese amor robusto y vigoroso que aún hoy, con Romero Pereiro en la antípoda sideral, lo describe así el cronista Ricardo Rondón, está vigente, al igual que Judy en los escenarios. Ella aún siente que él la dirige, la corrige, la orienta y la aplaude, y se une con sus loas a las que liberan Cartagena y Colombia por su estatuilla India Catalina, el premio Víctor Nieto a Toda una Vida.

Mas no podía pensarse que en todo guión escrito o dirigido por Bernardo había siempre un espacio para Judy. “En esta novela no tengo papel para ti”, le dijo cuando la barranquillera quiso estar en el reparto de Caballo viejo, otra historia en el Caribe. Ella acababa de personificar a Lola Ortiz, la prostituta franca y audaz de San Tropel, también con el sello de Romero Pereiro en la dirección y el protagónico masculino de Carlos Muñoz.

Volviendo al premio, uno de los pocos que faltaba en sus anaqueles, confía en que no sea el último que reciba porque, dice, “son mis primeros cincuenta años en la televisión”.

Se siente agradecida porque los directores no la olvidan y porque a pesar que en algunos de sus recientes personajes la encajonaron en mujeres decrépitas, es de las pocas actrices veteranas que continúa en actividad. “Que este premio no signifique que no me den más papeles, sino todo lo contrario, que me sigan llamando”.

Exuda nostalgia cuando piensa en sus compañeros enfermos o que traviesan una mala situación, y aboga por ellos y ese odioso destierro  al que los mandaron los productores. “En una profesión en la que no hay edad, llámenlos, denles trabajito”, pide la gran dama de la actuación. Enterita, jovial, lectora incansable, ama de casa juiciosa, madre abnegada, abuela consentidora de cuatro nietos y jugadora de cartas con sus hermanas Marlene y Jacqueline. Su familia, es su bien más preciado.

Pero así y con toda la experiencia y sabiduría que dan el tiempo y las obras bien hechas, Judy Henríquez no tiene reparos en someterse a los castings. Los considera necesarios para conocer los personajes y enfundarse en ellos, da consejos sólo  a quien se los pida, pero le molesta de algunos nuevos actores su impuntualidad, que en las grabaciones estén absortos en sus teléfonos móviles o que lleguen a grabar con el parlamento olvidado. “Que respeten a sus compañeros y que se tomen la profesión en serio”, reclama.

Por el contrario, Judy llega antes de la hora y con la letra bien aprendida, como cuando la memorable Señora Isabel, como cuando un monólogo magistral de siete minutos en el que la vieja Sara, en fingidos estertores, entristece a todo un pueblo con el único fin de que Rafa Escalona y Matilde Manjarrés, ‘la Maye’, se reconcilien y le prometan tener una niña a la que deben construirle una casa allá arriba, en medio de las nubes. La vieja, dictada la letra del célebre paseo vallenato, logra su cometido y revive gracias a los supuestos milagros de santa Gema y brebajes de Poncho Cotes.

La señora actriz, también periodista de la Javeriana carnetizada por el padre Arboleda, muy rola por toda su vida en Bogotá, que hasta interna en colegio de monjas y testigo pueril de El Bogotazo fue. Muy caribe por su cuna y por buena parte de sus inolvidables  mujeres. Ayer,  Colombia y ese Caribe se detuvieron, al igual que Corozal y sus colegios en tiempos de Las juanas, para tributar el más que justo homenaje.

Y aunque la lista de gratitudes de Judy Henríquez es bien extensa, desde Bernardo Romero Pereiro hasta las negras  portentosas de jofaina en la testa, los agradecimientos del país son para ella. Se lo dijo Daniel Samper Pizano hace dos décadas: “Judy, gracias por  haberte acordado de mí”. No había otra vieja Sara.

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