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Ante todo, Leonardo Haberkorn es periodista. La profesión y el afecto que tiene por esta lo llevó accidentalmente a la docencia y, quizás, eso fue lo que lo hizo renunciar también de manera accidentada a las aulas de clases con una carta que se hizo viral en todo el planeta.

Con mi música y la Fallaci a otra parte..., es el título que Haberkorn le dio al artículo que publicó a finales de 2015 en su blog El Informante, 'de manera intencional, no se filtró' como piensan muchos, y en el que manifestó el agotamiento que le representaba 'pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook' que preferían sus alumnos. 'Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla', escribió en ese momento.

En diálogo con Farouk Caballero, profesor de la Universidad del Norte, el periodista uruguayo le ‘madrugó’ ayer al Carnaval de las Artes en La Cueva.

'Yo lo escribí como una catarsis en un momento en el que sentí bronca, dije basta y me senté en una computadora y lo solté, nunca pensé que iba a estar acá o que iba a salir en vivo en la televisión de Bulgaria (...) y ahora soy famoso allá, es algo que me desconcierta'.

Más adelante, Haberkorn explicó que su generación, que creció durante la dictadura en el país charrúa (de 1973 a 1985) valora el ejercicio de la política, su derecho a ejercerla y manifestarse libremente; mientras que la actual, 'que nació en democracia', no la valora porque no conoce –por fortuna– la experiencia traumática de vivir sin ella. Esta particular forma de ver el mundo, sumado al facilismo que ofrece google para encontrar datos, tutoriales de cómo escribir una crónica sin vivir realmente la profesión, por ejemplo, y de creer que el mundo es solo lo que ellos conocen de él contribuye a que algunos de los estudiantes de ahora prefieran meterse en Facebook a prestarle atención a las enseñanzas que un profesor comparta en un salón de clases.

'He vuelto a dar talleres organizados por mí, no en la Universidad', dijo Haberkorn al final del evento, curiosamente a empresas, como una 'que fabrica televisores'.

'El público al que le daba clases eran cajeras, vendedores, técnicos que reparan televisores y fue increíblemente gratificante, porque era gente que sentía que se le estaba dando la oportunidad de ser mejor en algo, que captaba, a veces intuitivamente, que escribir bien les iba a redundar en un mejor futuro para el mundo laboral, donde fuera que estuvieran. Era gente agradecida. No les tenía que decir que apagaran el teléfono'.