“Pero ¡qué pregunta la tuya!”, responde gesticulando y acentuando su español imperfecto cuando le interrogo por las razones que lo hicieron decidirse a vivir aquí, en La Arenosa, en Curramba la Bella, que nunca pasa desapercibida por los foráneos que el azar decide poner en este suelo.
“Las mujeres, la gente, los ritmos, el Caribe”. Esa conjugación de elementos que convierte a Barranquilla en un oasis paradisíaco, casi irresistible para los propios del Viejo Continente hizo que, luego de unos carnavales, Luca Provinciali dijera muy seguro: “cuando regrese vengo a quedarme”. Y así lo hizo. “Colombia es el mejor país de Latinaomérica, sin duda”, dice confiado. Eso lo explica todo.
Década y media, calcula impreciso, tiene de andar en ‘ires y venires’ entre Europa y la capital del Atlántico. La Puerta de Oro se abrió para él con cariño y entonces desplegó, no sus alas, sino su vela.
Comenzó a volar hace mucho tiempo, casi desde que se instaló en la ciudad. Se iba, junto a su amigo Pierre Lombardi, a las playas de Palmarito a hacer parapente.
Pero lo monotonía no es propia de un amante de la aventura y la adrenalina, de un italiano nacido en el corazón de la cordillera de Los Alpes que desde su juventud ha practicado deportes extremos. Pronto, el mismo paisaje terminó por aburrirle. La falta de montañas no le permitía volar en un sector diferente, así que se puso a la tarea de averiguar cómo encontrar un entretenimiento diferente. Y apareció el paramotorismo.
‘hobby’ de alto vuelo. Un par de motores fue la compra decisiva. Una investigación previa les daría las pautas para hacerlo sin correr riesgos. Luca y Pierre, quien falleció hace algunos años, se volvieron unos ‘duros’ en la materia y pronto descubrieron en el paramotor una libertad absoluta al volar.
Hace dos años, como disfrute y como homenaje a quien fue su compañero de aventuras aéreas, Luca decidió crear el primer Club de Paramotorismo en Colombia, al que bautizó ‘Pierre Lombardi’.
Con motores importados de Italia y chasís hechos en Bogotá, tomó la costumbre de practicar paramotorismo todos los fines de semana y “apenas veía el tiempo”, es decir, las condiciones climáticas apropiadas para ondear al son del viento.
Vio en su hobby, también, una gran oportunidad de negocio. “Está latente la necesidad de practicar deportes. La gente en Facebook me pregunta por los lugares a donde he ido y los deportes que he practicado por las fotos que comparto, eso quiere decir que les interesa”, argumenta.
Por eso brinda servicios con su paramotor como publicidad, videos y fotografías aéreas, vuelos con piloto certificados, entre otros.
Es un gurú de las alturas. Eso no se podrá negar.
de los aires a la pantalla. Sus ‘correrías’ en los cielos lo han llevado a volar más alto aún. La expedición ‘Cóndor de los Andes’ es su más reciente aventura. Se trata de una gira por Colombia que duró cuatro meses y que se emitirá en forma de seriado en Señal Colombia a mediados del mes de julio.
En dicha producción Luca (único extranjero del grupo), al lado de cinco compañeros, recorren el país en carros, kayaks, lanchas, y por supuesto, en paramotor, entre otros, para promover a Colombia como destino turístico.
A las jornadas de grabación llegó porque una amiga suya hizo de intermediaria entre él y Felipe Meneses, el director del proyecto, con quien incluso, ya planea una nueva producción, pues el mundo delante y detrás de las cámaras le quedó gustando.
de su vida. A su natal Merania, pueblo donde nació, no la olvida. Tampoco sus estudios de Administración de Empresas y Comercio en la península italiana y mucho menos sus clases en la escuela culinaria.
Es chef de profesión, además de empresario. Si le preguntan qué le gusta más, si los deportes extremos o la cocina, responderá concienzudamente que “elegir entre la cocina y el paramotorismo es como decir si prefieres que tu hijo sea hombre o mujer. La pasión por la cocina es de toda la vida. A los italianos nos gusta comer bien, pero los deportes extremos representan la adrenalina y sé que esto me va a cambiar la vida. ¡Ya me cambió la vida!”.
Tiene 41 años y la mitad de su vida se la ha pasado ‘volando’ y eso hace su vida perfecta. Nada cambiaría y solo desea que lo llamen tal y como reza su champeta favorita: El gato volador.
Por Andrea Jiménez J.
