Sociedad

A la rueda de la ‘bici’ en Barranquilla

Desde las 5 de la mañana cientos de ciclistas recorren la ciudad y el departamento. Amigos de cuadra, hombres y mujeres se unen a esta afición.

El canto desesperado de los pájaros se mete dentro de los oídos. La temperatura baja refresca la cara con la brisa. Hay más carros de los que uno creería a las 5 de la mañana por las calles de Barranquilla.

Los primeros ciclistas comienzan aparecer, sobre todo los bicicarros conducidos por señores adultos que venden tinto, café con leche, pan con mantequilla, empanadas y cigarrillos baratos. Los celadores de los edificios los esperan para echar cuento y desayunar.

También están los obreros que transitan por la Circunvalar y otras vías. Ellos no lucen licras ni ropa de ciclistas. La mayoría van con sus jeans desgastados, botas de construcción, camisillas o camisas de tela gruesa. Su fuerza física es impresionante, avanzan más rápido que cualquier ‘Egan’ criollo.

Los deportistas, los que practican ciclismo recreativo, se reúnen en gran número en la bomba ubicada a un lado de la Clínica Portoazul. Son las 5:10 de la mañana, aún está oscuro y se escucha el murmullo de sus conversaciones que por segundos silencia el paso de un automóvil a más de 90 kilómetros por hora.

El ambiente es de colegaje, casi de hermandad. Unos a otros se saludan levantando su mano y sonríen así el tapabocas no deje ver sus dientes.

Bicicletas de todo tipo. De las más sencillas a las que despectivamente llaman “hierros”, hasta las más lujosas y modernas que pueden llegar a costar varios millones de pesos, más de lo que cualquiera pudiera imaginarse pero que acá no menciono para no agrandar los problemas de inseguridad que ya se sufren.

También hay bicicletas con música. Algunas llevan a Diomedes y otros ritmos electrónicos o reguetón. Al final, en dos horas de desestrés, paz, deporte y amistad, todos van a la rueda de una afición con la que se puede descubrir lo hermoso que es el departamento del Atlántico y que en esta pandemia se ha potencializado de forma kilométrica.

Joel Castellón: experiencia y colegaje

Parece que tuviera un motor incorporado en su bicicleta Pinarello F10 pero no es así. Joel Castellón es puro pulmón y “patas”. Su figura negra se destaca en el pelotón que rueda por la Vía al Mar (Atlántico). Todos quieren ir a su lado pero qué va, no le aguantan el paso. Y no es para menos, el corredor barranquillero se dio rueda, es decir, corrió contra el mismísimo Lucho Herrera, Fabio Parra o Rafael Acevedo.

“¡Nojeeegue! Competir con todos esos monstruos…eso fue duro”.

Castellón ganó una vuelta al Atlántico, campeonatos nacionales y departamentales, fue deportista del año varias veces en el Atlántico, quedó de primero en la Clásica del Cesar en la categoría juvenil, en varias vueltas a la Costa fue el mejor costeño y se llevó el premio a la combatividad. La lista de sus logros como profesional son más pero en el momento no recuerda más. “A sus 52 años es el ciclista más experimentado por estas tierras”, me dice una persona con casco, tapabocas y acento cachaco.

A sus cinco años se montó en su primer triciclo en su natal barrio Santo Domingo, desde ahí no ha dejado de pedalear. Después se mudó al barrio Siete de Abril y allí se terminó de criar.

“Hubo un programa de Gobierno que se llamó el Plan Supérate, ahí empecé. Me llevaban a las carreras en Bogotá y me quedaba en el Hotel Tequendama ¡imagínate! Lo mismo en Cali, era un pelao y me quedaba en puro hotel cinco estrellas. -Así quiero vivir yo-, decía. Cuando regresaba al barrio me tocaba otra vez bañarme en el patio con totuma al lado de la cerca. -Esta no puede ser mi vida-, me repetía. Sabía que no era muy bueno para estudiar pero en el deporte me iba bien, le caía bien a la gente, me relacionaba y salí adelante. El ciclismo me lo ha dado todo”.

Si hay algo que destaca Castellón de montar bicicleta es la hermandad que se crea dentro de los que los hacen, sin importar el estrato social, la religión, el partido político, la nacionalidad. “Se comparte por igual, cualquiera le pasa el agua al compañero que ve mal en la montaña, eso es muy lindo”.

Hoy está retirado de la competencia, participa solo para divertirse. Tiene una empresa de montaje de aire acondicionado y algunos de sus clientes son del mismo gremio de ciclistas.

Monta entre cinco y seis días a la semana. Sus recorridos varían. Como puede ir y volver de Barranquilla a Puerto Colombia entre semana, un domingo lo puede hacer hasta Cartagena. De hecho recomienda a los lectores cinco rutas por el departamento que se encuentran en el gráfico que acompaña este reportaje.

Sin embargo, el veterano deportista aconseja a los que están empezando visitar el cardiólogo antes de subirse en este deporte y empezar con recorridos cortos de no más de 7 o 10 kilómetros “a lo mucho” mientras se coge confianza, después “que vaya hasta el cementerio Jardines de la Eternidad y se devuelva hasta la clínica Porto Azul”. Mejor dicho, “que la coja suave, que nunca salga solo, mínimo con dos o tres personas porque eso da seguridad contra los ladrones, los conductores antideportistas, siempre deben tener su casco y sus luces.

La recomendación la hace por el inusitado auge que ha tomado el montar bicicleta a raíz de la pandemia.

Paola Maldonado e Ivonne Aragón, compañeras de ruta de Jane García. Orlando Amador
Paseo de amigas, de familia

Juliana García, Paola Maldonado, Ivonne Aragón y Jane García pedalean desde niñas en su cuadra del barrio Paraíso. Antes de que empezara la pandemia los recorridos pasaron a otras partes del departamento como Puerto Velero y el municipio de Juan de Acosta, en el Atlántico. Sin embargo, reconocen que con la emergencia sanitaria la constancia aumentó ya que el ciclismo se convirtió en su principal actividad deportiva.

Ivonne, quien lleva más de 30 años rodando por la Costa, es su principal motivadora y la que las guía en las rutas a las que se le miden en las madrugadas. Ella también tiene la motivación especial de seguir pedaleando para enviarle fuerza a su hermano Walter, quien la acompañó varios años en las vías pero que ahora está guardando reposo mientras supera una calamidad de salud de la que seguro saldrá triunfante.

Salen casi todos los días a las 5 de la mañana y a las 7:30 están de regreso en sus casas para cumplir con sus trabajos y tareas del hogar. Su grupo aumenta cuando se le unen hermanos, hijos y otros vecinos. Todos van en bicicletas todoterreno o mountainbike.

“Me gusta la tranquilidad y paz que se siente cuando montas bicicleta. Siento que es un deporte súper completo porque trabajas todo tu cuerpo: las piernas, los brazos, la respiración que en estos tiempos es tan importante para mantenerse fuerte, endureces los músculos. Es muy chévere, le ayuda al contorno de tu cuerpo. Al mismo tiempo te diviertes en grupo, hablamos de cosas de la casa, si vamos a salir en la noche, qué nos vamos a poner. Se convierte en una diversión, sobre todo los días de semana. Lo más lejos que hemos llegado es Lomita Arena (Bolívar)”, cuenta la abogada Jane García.

Poco a poco las cuatro amigas van subiendo su nivel de resistencia. Recalcan que la disciplina es clave, ya que si dejan de entrenar cuando regresan su cuerpo se los hace saber. Inseparables, como un plan familiar el deporte les regala vida, salud y felicidad.

José Luis en un acompañamiento.
El emprendimiento de ‘Bicipuma’

Van en una moto escoltando a los ciclistas. Cada vez es más común ver a estos motociclistas acompañando a los deportistas. Uno de ellos es José Luis Rodríguez ‘el Puma’, un barranquillero de 28 años que decidió emprender con este servicio.

Como lo reconoce, la pandemia potencializó su idea que ahora se traduce en una pequeña empresa en la que con cinco motos no para de rodar. Él es el ‘Bicipuma’ que cuida de los ciclistas.

“Acompañamos a los ciclistas, les damos bebidas, seguridad, los desvaramos. Si les pasa algo ahí estamos para auxiliarlos. Hemos llegado hasta Cartagena y Santa Marta”.

Su trabajo comenzó cuando se dio la carrera del velocista eslovaco Peter Sagan en Barranquilla, en el año 2019. La masiva llegada de corredores y los conocimientos en mecánica le encendieron el bombillo y se lanzó a las vías con su moto.

Por 50.000 pesos el Puma acompaña a dos personas por tres horas. Si el grupo pasa de tres la tarifa sube a $ 70.000. La hora adicional cuesta $ 20.000. Cabe resaltar que servicios como los que ofrece José Luis tienen mayor demanda por los problemas de seguridad que se están presentando en vías como la Circunvalar de la Prosperidad. “Gracias a Dios” hasta ahora él no ha presenciado ni ha tenido que intervenir para evitar ningún acto delictivo ni atropellamiento. “Él (Dios) nos ha protegido”, resalta.

Otros de sus servicios es el de “transmoto”, que consiste en ir delante del ciclista rompiendo la brisa. Pronto, el Puma también quiere innovar con la grabación de videos a los ciclistas a través de drones. El arte audiovisual es otra de sus pasiones.

Varios grupos de ciclistas en una reunión que congregó a la Bicired del Caribe.
Lorena Tesillo y su amplia Casacleta

Del diseño de modas a la bicicleta. Ese fue el salto que dio esta barranquillera que decidió meterle todos sus pedalazos a su “emprendimiento social e intersectorial” Casa Cultural Casacleta, en Puerto Colombia.

Desde la bicicleta su trabajo se centra en enlazar educación, deporte, cuidado del medioambiente, recreación y seguridad vial. Una de las actividades, por ejemplo, es la Bicisiembra, en la que ayudan a sembrar vegetación nativa como el mangle; también hacen recolección de basura y desechos en las playas de Puerto Colombia, entre otras.

“La bicicleta está pasando por una etapa muy importante, histórica, porque se está trabajando en conjunto. Hay activistas, líderes colectivos y de clubes deportivos. Todos están jalonando para el mismo lado en proyectos de construcción de ciudad en la que la bicicleta juega un rol trascendental”.

Ese trabajo del que habla Lorena se simplifica en la BiciRed del Caribe, precedida hace unos años por la Bicired Barranquilla, y que ahora está constituida legalmente como una organización. Como base, explica la líder, se concentran en que la aplicación de la ley 1811 de 2016, por la cual se otorgan incentivos para promover el uso de la bicicleta en el territorio nacional y se modifica el Código Nacional de Tránsito, no sea letra muerta sino que al contrario genere una mejor calidad de vida al ciclista recreativo, o al que se conoce como “ciclista de a pie”, es decir, la gente que tiene en la bicicleta su principal medio de movilización. Obreros, el señor que vende tinto y otros alimentos en un bicicarro, el vigilante, el panadero, el que reparte domicilios de aplicaciones o tiendas de barrio entre muchos otros.

“Estas son las personas que en bicicleta recorren la ciudad de norte a sur, son la mano de obra de Barranquilla, muchos viven en municipios y están teniendo dificultades al movilizarse por la oscuridad de las vías, la inseguridad, los roban y no pasa nada porque como no tienen una bici de alta gama no ponen el denuncio. Lo que pasa es que estos ciudadanos que son los que más usan la bicicleta, que los observas por la carrera 38, la Circunvalar, en la calle 76, son por los que queremos trabajar para ayudarles en su movilización. Si lo logramos tendrán mejor calidad de vida y se desplazarán de forma segura a sus trabajos”.

Esta semana Lorena participó de una actividad que se realiza en el tercer miércoles de cada mes en homenaje a los ciclistas que han fallecido en las vías del Atlántico. Se llama Día de la marcha del silencio. Al evento asistieron decenas de ciclistas a los que se les unieron jóvenes en patineta y peatones con el acompañamiento de la Policía. En su regreso, cuenta, pasó un “susto” por la oscuridad de la Vía al Mar entre Barranquilla y Puerto Colombia. “No veía nada, a mis luces se les acabó la batería y quedé a ciegas”.

Por fortuna Lorena está a salvo, hoy está montando ‘bici’ en Puerto Colombia, pero en su recorrido a oscuras del pasado miércoles llegó a temer que la próxima marcha fuese en homenaje a la mujer que lidera Casacleta.

Orlando Amador
José Casadiego: matices de la montada

En enero del año pasado una mototaxi lo arrolló subiendo a Puerto Velero. El motociclista pretendió pasar entre el canal de agua y el ingeniero mecánico de 39 años. “Yo iba orillado hacia la berma y se le dio por meterse por el espacio más pequeño. Lo que hizo fue que me llevó por delante”.

José Casadiego sufrió una fractura en una vértebra de la columna y otra en su mano izquierda. Su dolorosa recuperación tardó seis meses.

El problema, dice, es que “lamentablemente tenemos una cultura que no está orientada a proteger al deportista, la gente es un poco egoísta pensando que es la dueña de la vía, no solamente hablando de los automotores, sino también varios ciclistas que les hace falta conciencia como actores viales”.

Así, mientras se crea esa cultura, la inconsciencia genera muertes y accidentes que opacan la práctica del deporte que más glorias le ha dado al país.

Su padre, hoy de 80 años y de quien heredó su amor por la bicicleta, ha tenido que sepultar a amigos que perdieron la vida haciendo lo que más les gustaba. En el año 2010 el exjuez Lucas Morales fue atropellado por un carro que conducía “un muchacho alcoholizado”, a la altura del peaje Los Papiros. “Lamentablemente falleció él y otro compañero ciclista en ese accidente. Ellos fueron pioneros con mi papá del ciclismo recreativo en el Atlántico en los años 80”.

Algo que no se explican Casadiego y varios ciclistas es por qué no se instalan puestos de control de la Policía en esos puntos donde ocurren muchos accidentes con víctimas fatales. Por ejemplo, en el peaje Los Papiros entre viernes y sábado cuando los conductores borrachos que vienen o van enrumbados para  Puerto Colombia.

“Si tú analizas ciertos patrones puedes implementar puntos de control y aminorar los riesgos (…) Entre 5 y 8 de la mañana puede acompañarnos un policía de carreteras para que la gente tome conciencia (…)  Entiendo que la Policía está trabajando pero lamentablemente no es suficiente. El otro pedazo muy peligroso es en la subida de Puerto Velero. A cada rato pasamos sustos, no te voy a mentir, sobre todo porque la gente no guarda la distancia con el ciclista que debe ser 1.5 metros, pasan muy cerquita y cuando un vehículo pasa muy cerca de un ciclista lo desestabiliza porque se genera el vacío, lo que se conoce como el efecto Venturi, desplaza un volumen de aire que después se quiere unir y lo que hace es que empuja o tira al ciclista hacia la vía”.

Otra falencia de la que hablan todos los ciclistas que se entrevistaron es la presencia de los amigos de lo ajeno que los tienen “azotados”, entre otras cosas por la falta de iluminación en tramos como el de la Vía al Mar.

Una modalidad “que ahora está de moda”, menciona una mujer que prefirió no dar su nombre, es que los ladrones roban la bicicleta y como saben que cuesta entre 3 o 4 millones de pesos, después piden un rescate de $ 500.000, que en su caso le tocó pagar.

“Uno nunca quiere coger la vía de Juan Mina por la 38 hasta la Circunvalar porque literalmente eso es una zona roja para los ciclistas, el que pase por ahí solo corre un gran riesgo de quedarse sin bicicleta y sin sus pertenencias”.

“En la Vía de la Prosperidad no hay ningún tipo de control, si en la Vía al Mar estamos fallos en la Prosperidad sí hay una ausencia total de controles, si uno ve la autoridad una vez en toda esa ruta es mucho”.

Como estos testimonios desafortunadamente hay muchos más.

Pese a esos lunares, son muchísimos más los ratos agradables que se viven montado en una bicicleta. Para el ingeniero Casadiego lo que él más disfruta de las dos, tres o cuatro horas que dura montando es la desconexión de todo, el “ritual mental” de sentir la brisa, el sol, de ver paisajes y conocer sitios hermosos que creías no estaban tan cerca.

“Aquí cerquita está Tubará, después del segundo peaje de Puerto Colombia, ahí está el corregimiento de Juaruco. Lo encuentras después del Morro, subes y llegas a Juaruco. Allí te encuentras con varios senderos que son de la etnia indígena  Mokaná, te encuentras con Piedra Pintada, marcada por esos pueblos ancestrales que al menos yo desconocía. Hay arroyos, chorros, cascadas. Antes de llegar a Juan de Acosta está el Chorro de San Luis, la gente va en bicicleta y se baña, es todo una aventura. O está el Arroyo Cucamba (Tubará) después del segundo peaje de Puerto Colombia, por Ostión, sigues derecho  como un kilómetro, cruzas a mano derecha y te encuentras un ojo de agua donde la gente se divierte. Ahí mismito, a la vuelta, hay otro ojo de agua que se llama Aguas Vivas que está en la Loma  del Mudo. Hay de todo para conocer”.

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