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Cuatro pilares del folclor que aplauden a Barranquilla

Aníbal Velásquez, Juan Piña, Alfredo y Dolcey Gutiérrez dicen que la ciudad es su musa inspiradora. En su cumpleaños 208 prometen seguir cantándole.

Íconos. Aníbal Velásquez, Alfredo Gutiérrez, Juan Piña y Dolcey Gutiérrez son maestros de la música y de la innovación sonora en el país. Todos coinciden en decir que sin Barranquilla, la ciudad donde viven, sus carreras tal vez no hubiesen alcanzado el reconocimiento que hoy tienen.

Para los cuatro es un orgullo vivir en la Puerta de Oro de Colombia, haber crecido acá con sus familias y cantarle a su gente. Por el duro momento que atraviesa la ciudad en la celebración 208 de su natalicio, su llamado al unísono, a través de EL HERALDO, es guardarse en casa y proteger la salud. Así, señalan, volverán a gozar del pueblo barranquillero “que baila arrebata’o”.

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Aníbal ‘Sensación’ Velásquez, nació, se crió y triunfó en La Arenosa.
Aníbal Velásquez

Con una voz nostálgica nos contesta la llamada Aníbal ‘Sensación’ Velásquez, el barranquillero de 84 años que ha vivido cada etapa de la ciudad, su crecimiento y su desarrollo.

“La ciudad a la que le debo todo”, dice cuando le mencionan Barranquilla. El denominado ‘Rey de la Guaracha’ nació en el barrio San Pachito, pero se crió toda su vida en Rebolo, uno de los más tradicionales y populosos de la capital atlanticense.

Hoy vive junto a su esposa en la Ciudadela 20 de Julio, muy cerca del estadio Metropolitano, donde cuenta que disfruta de un gran ambiente.

“Barranquilla es para mí la ciudad más linda del mundo. Si tú palparas algo  del amor que yo le tengo a mi ciudad, podrías escribir el periódico completo”, dice con el buen sentido del humor que caracteriza al creador de Alicia la flaca. “Mi ciudad me vio nacer, crecer, me vio formarme como músico y me hizo artista. Cuando comenzaron mis correrías me acogió y me impulsó, escuchó mis canciones, se las bailó y se las gozó. Ser barranquillero para mí es un orgullo y entiendo cuando otros artistas vienen a buscar ese impulso musical en la ciudad, porque Barranquilla abre las puertas a todos”.

Barranquilla: musa de inspiración

‘El Mago del Acordeón’ contó que sus canciones siempre serán dedicadas a su terruño, pero como tal solo tres llevan en su impronta de principio a fin estrofas que enaltecen la grandeza de La Arenosa: Mi linda Barranquilla, Mi Arenosa y Barranquilla para todos, son los títulos que con orgullo recalca desde el otro lado de la línea.

Sobre los recuerdos que atesora de la ciudad que lo vio nacer, hace énfasis en que añora las buenas costumbres y valores que se practicaban.

“Yo recuerdo a mi Barranquilla más tranquila que ahora, era sana, con esas calles sin pavimentar de las cuales se desprendía tremendo polvorín. La gente era muy alegre y vigorosa, recuerdo las presentaciones en las casetas y el Carnaval de antes, que era mucho más popular y se disfrutaba desde cualquier parte”.

Agrega que “ha crecido mucho” la ciudad” y que lamentablemente también “ha crecido en desobediencia y en cosas no tan buenas que ojalá en algún momento desaparezcan”.

Sus recuerdos caseteros

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Una de las cosas que más extraña este acordeonero y cantautor tiene que ver con las presentaciones que ofrecía en las casetas. De estas recuerda que la primera en que se presentó fue en ‘Mi Kiosquito’, ubicada en la carrera 21.

“En ese lugar llegábamos a tomarnos unos jugos luego de caminar a pleno sol cuando veníamos de ensayar. El dueño del lugar se llamaba Víctor Reyes, quien al vernos arribar con caja, guacharaca y acordeón nos decía que él quería formar una caseta. Yo le di la sugerencia que comprara láminas de zinc para armar un escenario y que nosotros nos presentábamos”, sacude entre sus recuerdos este músico barranquillero.

 Así lo hizo Reyes. La entrada la comenzó cobrando a 25 centavos, luego pasó a facturarla en pesos, obviamente incluyendo muchos más artistas. “Eso sí, nosotros seguíamos siendo el show central. Con ese dinero hizo Don Víctor el Teatro Virrey y logró traer a muy buenos artistas a la ciudad”, cuenta.

Velásquez sostiene que actualmente la ciudad ha tenido un cambio en cuanto a gustos musicales, ya no prima el porro de la década de los 50, 60 y 70.

“La ciudad ha variado mucho en la música,tuvo etapas en las que primó el bolero y el porro, ya eso casi no se escucha, pero Barranquilla tiene algo y es que le da valor a la buena música, por eso aunque cambie nunca decepciona”.

Al preguntarle sobre algo que anhele devolverle a la ciudad, el inquieto músico que en compañía de su hermano José ‘Cheito’ Velásquez revolucionó la música costeña, con voz contundente explica que haría hasta lo imposible porque el Carnaval regresara a sus raíces.

“Las presentaciones de artistas locales como yo ahora son pocas, le devolvería a mi Barranquilla su Carnaval de antaño, ese en el que el público era el protagonista y en el que sus habitantes le profesaban mucho más amor”.

“Le regalo mi amor a Barranquilla”

Este orgulloso barranquillero no escatima palabras en decir que “Barranquilla” se lo ha dado todo y que lo mínimo que puede retribuirle es seguir haciendo música a su nombre. Por eso su regalo en este día tan especial está enfocado a mostrar su orgullo.

“Mis canciones ya son de Barranquilla, mis sentimientos, y también quiero regalarle todo mi amor a mi terruño”.

Velásquez concluyó con un mensaje que invita al autocuidado: “Les deseo de corazón que sigan con ese cariño por la ciudad y que se cuiden, porque somos los hijos de Barranquilla y como hermanos que somos debemos mantener a salvo a nuestro vecino, compañero de trabajo, amigos y familiares, solo así volveremos a reunirnos todos para celebrar este cumpleaños como se debe”.

El sucreño Juan Piña es uno de los hijos adoptivos de Curramba.
Juan Piña

El sucreño Juan De la Cruz Piña Valderrama, o sencillamente Juan Piña, es un auténtico hijo adoptivo de Barranquilla, que se radicó en la ciudad desde 1988. Inmediatamente se enamoró de La Arenosa y creció musicalmente en medio de sus asoleadas y polvorientas calles, las cuales fueron protagonistas de muchas fiestas, casetas y encuentros de picós.

“Recuerdo la primera caseta a la que asistí, se llamaba La Piragua. Era en la calle, pero con mesas para que se sentaran entre 18 y 20 personas. Se disfrutaba de un ambiente familiar sano, con un muy buen sonido, no había peleas. De vez en cuando un borracho que se pasaba de trago empujaba a la gente, algo que lógicamente disgustaba a los asistentes (risas), pero no pasaba a mayores. Estuve al lado de Nelson Henríquez, los Hermanos Martelo, Alfredo Gutiérrez y Pete Vicentini. Era un orgullo cada vez que me presentaba en una caseta”, recuerda Piña, quien se autoproclama como hijo adoptivo de Barranquilla.

“Barranquilla es una jueza musical”

El Niño de San Marcos’ reafirma lo dicho por otros grandes exponentes de nuestro folclor y es que en esta ciudad hay buen oído. “Por eso Barranquilla siempre ha sido una plataforma de lanzamiento musical, una jueza. Tanto así que las grandes orquestas se morían por venir a nuestra ciudad a cantar en el Carnaval de Barranquilla y a competir por el Congo de Oro. Para uno como artista ganarse ese premio era como ganarse hoy en día un Grammy”.

Agrega que la carrera de muchos cantantes y grandes orquestas como la Billo’s Caracas Boys, Fruko y sus Tesos, e incluso Los Tupamaros, de Bogotá, tuvieron un gran giro en sus carreras luego de participar en el Carnaval. “Barranquilla tiene un imán para engrandecer a los buenos artistas y para mí es muy gratificante haber hecho toda mi carrera en esta ciudad que me lo ha dado todo”, sostuvo Piña.

“La ciudad ha cambiado demasiado”

“La ciudad ha cambiado mucho, es hermosa, moderna, con grandes infraestructuras, pero se extraña demasiado su esencia”, es una de las reflexiones que realiza este maestro.

En su remembranza se traslada al tiempo en que los bailarines se sentaban en el bordillo de las verbenas ‘La Matecaña’ y ‘La Saporrita’ a disfrutar de una buena rumba. También en el hotel El Prado, al que los carnavaleros llegaban bien perfumados y “perchosos” para tratar de impresionar a cualquiera que estuviera a medio metro de distancia. “Las mujeres se acercaban llenas de maicena y nos la echaban en la cara, uno era feliz con eso”.

Su plan predilecto se desarrollaba el Lunes de Carnaval, día en que este sabanero sacaba su mejor ‘pinta’ para presentarse en el Festival de Orquestas que se cumplía en el Coliseo Cubierto Humberto Perea.

“Ese calor humano tan cercano lo extraño, porque aunque todavía hay presentaciones, ya no hay tanta cercanía con el público, ya no hay esas casetas bordilleras, ha cambiado demasiado”, dijo el intérprete de La luna de Barranquilla.

“Aquí estoy y aquí me quedo”

Pese a que tiene hijas en Estados Unidos y se ha paseado por gran parte de Europa, es en La Arenosa donde Piña quiere seguir viviendo. “Me declaré hijo de Barranquilla porque aquí encontré el ambiente que yo quería vivir, he recibido mucho calor humano, me han exaltado y me mantuvieron 12 años consecutivos con mi orquesta La Revelación en la cima. Así que aquí estoy y aquí me quedo”.

El bolivarense Dolcey Gutiérrez se siente otro hijo de Barranquilla.
Dolcey Gutiérrez

Desde 1963 comenzó a pasear por las calles de Barranquilla. Con 18 años decidió mudarse de Bogotá a La Arenosa para continuar con sus estudios, que luego de un tiempo abandonaría para dedicarse a hacer música, su verdadera pasión.

“Yo soy del Guamo, Bolívar, pero llegué aquí muy joven. Después de un año de haberme venido grabé la canción Cantinero sirva trago, y bueno, yo apliqué lo que dice el Joe: “en Barranquilla me quedo”.

Dolcey recalca que la capital del Atlántico es muy importante para él porque aquí se convirtió en artista, músico profesional y encontró “la plataforma que necesitaba para crecer” y proyectarse en Colombia y el mundo.

“El año de mi comienzo grabé con el conjunto de Aníbal Velásquez, yo no tenía en ese momento, apenas estaba empezando. En una fiesta a la que fui con Aníbal yo toqué el acordeón y canté la canción Cantinero sirva trago, que había grabado. Casualmente en el lugar estaba un ejecutivo de la disquera y enseguida me preguntó que si yo quería cantar, nos arreglamos, grabé y la canción fue un éxito rotundo”, cuenta.

El primer toque que hizo, recuerda, “fue en el Paseo Bolívar durante la Lectura del Bando de 1964”. “Ver eso lleno de gente fue una impresión” para él, “una experiencia increíble”.

“Me siento un hijo de Barranquilla porque aquí me terminé de criar, me encantó el cariño de la gente y he vivido tanto tiempo en esta ciudad que la gente piensa que yo soy barranquillero, y a mí me encanta eso. Mi vida gira en torno a Barranquilla, mi existencia depende de su Carnaval. Quiero que la gente sepa lo importante que es Dolcey en Barranquilla y Barranquilla en Dolcey”.

El trirrey vallenato Alfredo Gutiérrez hizo historia desde aquí.
Alfredo Gutiérrez

Han pasado 49 años desde que Alfredo Gutiérrez decidió quedarse en la Barranquilla de sus “amores”, esa que le permitió forjar la carrera y reconocimiento artístico que hoy disfruta en compañía de su familia y sus millones de seguidores.

“Esta ciudad ha sido bastante importante para mi carrera, los carnavales de los años 60, 70 y 80 fueron exitosos, grandiosos para mí. Ya perdí la cuenta de los Congos de Oro que gané, de los fuera de concurso, los conciertos, porque había carnavales en los que tocábamos un mes completo en las verbenas y en las casetas (...) Todas las canciones que grababa del Carnaval se volvían himnos, como por ejemplo Ripiti Ripita, Hue le la, Sombrerito panameño, Tamborito de Carnaval y otras que están en mi repertorio musical”, relata este amante del arroz de lisa.

Puerta de oro de su música

El maestro Alfredo Gutiérrez no duda en decir que la Puerta de Oro de Colombia lo fue también para los artistas como él. “Por lo general la canción” que pegaba en la capital del Atlántico “sonaba fuerte en toda la Costa y algunas recorrían el país”.

“Yo tuve suerte que como fui uno de los Corraleros de Majagual en 1961 con Calixto Ochoa y César Castro, con ellos pude grabar canciones únicas y reconocidas; pero bueno, yo decidí cambiar un poco el estilo y comencé a hacer música más romántica. En ese repertorio está Anhelos, Recuerdos de un romance, Tiempos de cometas y otras que han sido muy importantes”. 

La época de parrandas improvisadas

El célebre cantautor y ganador en tres ediciones del Festival de la Leyenda Vallenata recuerda que “la primera vez” que se presentó en Curramba fue en el estadero “Mi kiosquito”, un lugar tremendamente popular al “que llegaban las reinas del Carnaval y los presidentes de la República cuando visitaban la ciudad.

“Otra parranda buena fue cuando la calle principal era en el Paseo Bolívar, yo iba en un taxi y hubo que parar porque la gente gritaba — ¡Alfredo, Alfredo! — yo que nunca viajo con el acordeón, esa vez iba hasta el de la caja y la guacharaca. Me bajé y tuve que cantar unas dos canciones, pero eso se volvió una rumba que demoró como dos o tres horas. Esas épocas eran buenas, la gente era más amable, uno podía caminar con confianza por las calles, yo particularmente extraño mucho los dichos de antes. Ya el barranquillero no dice ‘Ha ñoñi’ o ‘erda, cuadro’; ahora son puro ‘ok’ y ‘brother’, no sé de dónde sacaron eso”.

Concierto del alma para su “Barranquilla amada”

Alfredo Gutiérrez nació en Los Palmitos, Sucre, pero quiere “mucho a Barranquilla, la ciudad” donde decidió quedarse, casarse y el lugar de nacimiento de todos sus hijos.

“Mi cariño por ‘quilla’ es grande. En un tiempo la ciudad donde más sonaba mi música en el país era aquí. A la Puerta de Oro yo le regalo el amor y cariño que siento hacia su gente, me considero un barranquillero más. A esta ciudad le regalaría el mejor concierto de Alfredo Gutiérrez de toda la historia, de esos que salen del alma y viven en la memoria de quienes lo disfrutan”.

Joe Arroyo

Uno de los hijos adoptivos de Barranquilla que no sale de la memoria de sus habitantes es el cartagenero Álvaro José ‘el Joe’ Arroyo, quien con sus canciones hizo gozar a varias generaciones. Su legado también es valorado por millennials y centennials, quienes a través de sus padres siguen escuchando y bailando éxitos que hacen parte de nuestra esencia,  como ‘En Barranquilla me quedo’, un himno popular que obliga a los bailadores a ponerse de pie y ‘azotar baldosa’ apenas suena. Joe Arroyo desde aquí se erigió rey de la música tropical colombiana y Súper Congo del Carnaval.

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