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José Ortega camina despacio por la que hasta hace un mes y medio era su casa, su hogar. Da la vuelta y con gran pena suspira profundo mientras agacha su cabeza como si se negara a ver lo que había quedado de ella.

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A lo lejos se escucha el pregón de Héctor Lavoe: 'Se acerca la Navidad, y a todos los va alegrar, el jibarito cantando aires de felicidad'. Mientras que en el barrio Camino Grande, en Piojó –donde él vivía junto a su familia–, el silencio y desolación son los que reinan porque este diciembre 'de feliz no tiene nada'.

'Han sido días muy difíciles para nosotros porque esta casa era todo lo que teníamos. Aquí para esta época nos reuníamos, comíamos y agradecíamos por todos los favores recibidos durante el año. Pero ahora estamos arrimados, sin un espacio propio, es triste; sin embargo, entiendo que fue la voluntad de Dios', contó el hombre de 64 años.

Aunque la nostalgia a veces lo traiciona y lo hace volver a este sector que fue considerado de alto riesgo.

'Yo el día de velitas no me pude quedar en el albergue, me vine a mi casa a despedirme definitivamente de ella, de lo que viví aquí para poder recordar sin dolor, sino con agradecimiento por todo lo que pude construir en ella', manifestó.

Esta no es la primera vez que José tiene que salir de su casa, pues hace 32 años el conflicto armado hizo que dejara su natal Córdoba en busca de un nuevo lugar donde rehacer su vida.

Junto a su esposa e hija menor fue reubicado en una vivienda que queda al costado del colegio municipal, donde se han resguardado mientras logran conseguir un mejor lugar para vivir.

'Espero que el otro año sea mejor'

Sancocho de gallina, tomarse unas 'cervecitas', bailar hasta el amanecer y compartir en familia eran algunas de las actividades que Gleidys Molinares Arteta realizaba todos los diciembres en su casa, la primera que se cayó en Piojó.

'Esta época a mí me gusta mucho porque es hermosa, se ve la unión, el ambiente es tan diferente, pero este año nada ha sido igual, hay mucha tristeza en mi corazón que no me provoca ni salir de la casa', expresó mientras caminaba por la que fue su vivienda durante más de 30 años.

La vida en el albergue no es fácil para ella –cuenta– puesto que no ha podido normalizarse laboralmente ya que se dedicaba a la modistería y sus equipos quedaron sepultados bajo los escombros. En el lugar aún se evidencian carrusos de hilo, muebles, telas y algunos electrodomésticos que tenía. El tiempo no le alcanzó para sacar nada.

'Nosotros salimos con lo que teníamos puesto y poco a poco hemos ido comprando algunas cosas. Para diciembre yo trabajaba haciendo ropa y la vendía al por mayor a los almacenes en Barranquilla, pero como no tengo máquina me ha tocado rebuscarme haciendo bollos', dijo.

A pesar de las adversidades que Gleidys ha pasado desde ese 5 de noviembre, insistió en que lo más importante en la vida es tener a la familia con salud, pues lo material se 'recupera con el tiempo'.

'Espero que el 2023 venga cargado de bendiciones, que nos den las ayudas que prometieron y volvamos a tener una casa propia. Sigo confiada en que el próximo año será mejor porque la esperanza es lo último que se pierde y yo sí sé de eso', aseveró.

La navidad en el albergue

En ninguno de los espacios que tiene el albergue del barrio Nueva Colombia se logra apreciar, al menos, una luz que indique que están en temporada navideña. Por el contrario, se observan colchonetas recogidas y uno que otro electrodoméstico que pudieron 'rescatar' después del derrumbe.

Para las más de 60 personas que viven allí este año 'no habrá cena de Navidad ni momentos de felicidad'.

'Aquí no la estamos pasando bien, si uno se siente frustrado imagínense cómo están los niños que no han podido vivir estas fiestas como están acostumbrados porque en la casa de uno al menos se colocaba un arbolito, ellos jugaban, pero aquí que de cosa uno tiene espacio para dormir', aseguró Gleysis Soteldo.

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Por su parte, Génesis Silva, quien es oriunda de Venezuela, contó que le habría 'encantado' poder pasar estas fechas en su casa, con la familia, 'pero en este momento no nos toca eso. Sin embargo, el próximo año espero que la situación mejore, no tanto por nosotros los adultos sino por los menores que viven aquí y han tenido que vivir esto tan fuerte'.

Indicó también que la falta de espíritu navideño se debe a que no tienen la certeza de qué va a pasar con ellos, si serán reubicados o permanecerán en el refugio.

'Ni el arbolito se les ha podido colocar porque no hemos tenido respuesta sobre qué será de nuestra vida en cuanto a dónde viviremos y así es muy difícil organizarse', contó.

En la inocencia está la felicidad

En este lugar todo es de todos y aplica también para los niños, quienes intercambian juguetes como si pertenecieran a la misma familia.

La televisión no les atrae, prefieren correr junto a carros camperos de plástico que les regalaron.

Mientras los adultos trabajan, Jocelyn, de 13 años, se queda en el albergue cuidando a los más pequeños, tratando de distraerlos mientras sus padres regresan de trabajar.

Ella, aunque es más consciente de lo que está pasando, añora las navidades en las que podía sentarse en la terraza de su casa a departir con sus amigos, comer algo 'especial' en Nochebuena y pasar el fin de año en su hogar.

'Yo trato de ayudar en lo que más puedo, sé que esto no fue culpa de nadie, pero sí extraño tener mi propio espacio porque es incómodo vivir así. Sin embargo, soy consciente de que esto es lo que tengo por el momento y sé que mejores cosas vendrán', sostuvo.

Aunque aún hay incertidumbre sobre el futuro, los damnificados por la ola invernal en el Atlántico continúan con la fe de que los tiempos malos pasaron y el año nuevo mejores cosas traerá.