Salud

Una nueva batalla contra el señor Párkinson

EL HERALDO asistió a una cirugía de Estimulación Cerebral Profunda, la cual permite mejorar la calidad de vida de los pacientes con esta enfermedad.

Es jueves. Las citas del neurocirujano Juan Carlos Benedetti fueron canceladas debido a un accidente de tránsito en Cartagena. Debió cruzar media ciudad para intervenir a uno de los heridos; sin embargo, dos citas pendientes lo esperaban de vuelta en su consultorio: un paciente y unos periodistas.

Llegó sobre las 8 de la noche luego de la ardua jornada, pero con una sonrisa de oreja a oreja. Atendió a su paciente, que años atrás fue intervenido en Brasil con la Estimulación Cerebral Profunda (DBS por sus siglas en inglés) –un método que busca proporcionar calidad de vida a los enfermos de párkinson– y ahora asiste a los chequeos rutinarios con el especialista. 

“Cada paciente trae su historia, por eso cada cirugía y cada proceso es diferente”, dice Benedetti al salir el paciente del consultorio junto a su esposa. Al día siguiente atenderá a otro paciente. Pese a que lleva a sus espaldas 380 operaciones de Estimulación Cerebral Profunda desde 2003, será como la primera, pues, según señala, cada paciente es un mundo.

En menos de 12 horas, Daniel Zubiría, de 64 años y natural de San Fernando, Bolívar, recibiría una nueva oportunidad. Hace 12 años a este hombre delgado y de tez morena le diagnosticaron párkinson, enfermedad que limitó sus actividades y movilidad, y trastocó la vida de cuatro hijos. Ese viernes, se le abriría una oportunidad para reorientar el curso de su vida en un quirófano en la capital de Bolívar.

Sentado en el escritorio de su consultorio, Benedetti, especialista cartagenero  egresado de la Pontificia  Universidad Javeriana, avanzó detalles de lo que haría al día siguiente desde las 7 de la mañana. “Se trata de procedimientos mínimamente invasivos, altamente selectivos, que implican mucha precisión”, dice. 

Como si se tratara de un pequeño hablando de su videojuego favorito, su semblante empezó a cambiar frente a la pantalla de su computador. No había rastro de cansancio. Contaba con entusiasmo lo que ha conseguido con su subespecialización en Cirugía Estereotáctica, enfocada a la estimulación cerebral.

Una de las finalidades de esta disciplina son los tratamientos de enfermedades funcionales. “En el cerebro puede que no veas lesión, pero tiene una alteración en la función. Por ejemplo el dolor: tú sientes el dolor, pero no puedes encontrar una lesión que lo produzca. Puedes hacer intervenciones para tratarlo”, dijo.

En el campo de los movimientos anormales está el párkinson, enfermedad que padece Daniel, su próximo paciente. “Esta es una enfermedad degenerativa progresiva. Hasta el momento no podemos restaurar las funciones que se pierden, pero sí podemos modular las funciones que se están perdiendo. Mejoramos la calidad de vida de los pacientes”, añadió.

Estimulación

Con la Estimulación Cerebral Profunda se busca generar reacciones en el cerebro, en partes muy precisas, a través de unos electrodos que se conectan neurogenerador, una especie de marcapasos interno. 

“Estos modifican la señal eléctrica del cerebro de circuitos neuronales que están funcionando anormalmente. Es como cuando tiene un pequeño cortocircuito y esa actividad eléctrica anormal se modula”.

El primer paciente de este médico fue un joven de 17 años, que había sufrido un trauma muy severo y tenía un temblor en el lado derecho del cuerpo. 

“Vimos un niño desconsolado en el consultorio, en silla de ruedas, delgado. Prácticamente no podía alimentarse por el temblor tan severo y solo descansaba cuando lo hacían dormir los medicamentos”, recuerda. El paciente, que sigue asistiendo a control, se apoya hoy con muletas, pero “camina por sí mismo, se baña, se alimenta y puede disfrutar con su familia en un parque”.

Un “monachito”, como él llama a una animación de un cuerpo humano en 3D, “cableado”, es su principal aliado para explicar a Daniel y su hijo qué sucederá  al día siguiente en el quirófano. 

La conversación terminó cerca de las 9:30 de la noche.  Allí culminó su jornada. El siguiente destino era su casa, donde se reuniría, después de muchas horas, con su familia y compartiría un rato con sus tres hijos.

“Mi familia tiene un alto nivel de sacrificio“, dice, mientras recibe una llamada de su casa en la que le preguntan lo que desea cenar. Esta vez escogió unas pastas. “Son muchas horas fuera de casa. Ellos lo ven y quizá reclaman un poco más de tiempo, pero entienden lo que estoy haciendo y por eso hay un gran apoyo. A uno le gustaría combinar y tener más tiempo para la familia, pero hay que sacrificar y tratar de optimizar el mayor tiempo con los tuyos”.

En el cerebro puede que no veas lesión, pero tiene una alteración en la función.

Procedimiento

Sobre las 7 de la mañana, en la clínica, Yorlenis Zubiría esperaba recostada a una pared afuera de la sala de observación que su padre, Daniel, saliera rumbo al quirófano y que las siete horas de la operación  pasaran con rapidez.

“A él le salieron unos quistes dentro de los discos de la columna y lo operaron, pero tuvo una movida y le cogieron un nervio principal. De ahí quedó sufriendo de párkinson”, cuenta, mientras llevan a su papá a encontrarse en un pasillo con el equipo médico que lo asistirá. 

De pie junto a su padre, que ya estaba a punto de ingresar al quirófano, Yorlenis cuenta que este no movía mucho las piernas. “Se quedaba estancado siempre. Por molestar, le decíamos que se moviera. Luego fue el habla”. Daniel, visiblemente nervioso y ya preparado para la cirugía, no articula palabra. Su mirada es fija y cristalina, enmarcada en una superficie de arrugas.

“Chao, Daniel Zubiría”, lo despide su hija que en sus hombros carga una tula verde con las pertenencias de su padre.

El doctor Benedetti está en la clínica ya preparado con un uniforme vinotinto, un gorro azul oscuro y un vaso en la mano.  Sus días empiezan muy temprano a pesar que acaben muy tarde. “Me tomo unos cinco minutos para meditar y para hablar con Nuestro Señor. Soy una persona con mucha fe religiosa. Son minutos para dar gracias y pedir ayuda para poder ayudar”, dice.

Lo de Daniel Zubiría “fue algo repentino”, cuenta su hija, mientras espera en la sala de observación. “Se acostó a dormir y cuando se levantó no se podía mover. Ahí le declararon el párkinson”.

En este momento, ya no tiene mucha movilidad. “Tiembla al coger las cosas, perdió el habla y hay cosas que no recuerda”, dice su hija con un celular en las manos para avisar a su familia que empieza la operación.

El procedimiento empieza a las 8:36 de la mañana. Con un equipo de ocho especialistas a su alrededor, y dos neurocirujanos de Costa Rica invitados a la intervención, se coloca el sistema estereotáxico sobre la cabeza del paciente. Es una especie de casco que permite  localizar con precisión cualquier punto en el espacio del cráneo, con base en las coordenadas que han proporcionado los exámenes previos. 

 

Daniel Zubiría junto a su hija Yorlenis antes de entrar

El paciente se encuentra sedado tras haber recibido  unas infiltraciones llamadas bloqueos periféricos. Sin embargo, no está dormido por completo. Durante todo el proceso estuvo despierto con el fin de pudiera reaccionar a una serie de pruebas.

En ese momento Daniel se torna inquieto, intenta mover la cabeza. “Tranquilo, todo estará bien, ya va a pasar”, lo calma Benedetti.

A las 9:03 de la mañana el paciente es trasladado a la sala de tomografía.  Mediante computadores, los médicos observan imágenes “altamente selectivas, como lo son la resonancia magnética de alta resolución”. Dicha resonancia se fusiona a continuación con la tomografía  y en la imagen resultante se pueden ver las estructuras cerebrales que se pretenden estimular. Los datos se establecen en coordenadas y se articulan con el ‘casco’ estereotáxico. 

“Hay dos estructuras muy ricas en neuronas, que se llaman núcleos. Dos son muy importantes en la profundidad del cerebro: núcleo subtalámico y globo pálido interno. Los estimulamos con impulsos eléctricos y logramos que el subtalámico frene su actividad acelerada y el globo pálido se estimule mejor y haga que el paciente pueda caminar mejor, dormir mejor, y tener calidad de vida”.

 

Tranquilo, Daniel. Todo estará bien, ya va a pasar

El rally

Daniel regresa al quirófano, que tiene una apariencia totalmente diferente. Los electrodos  están preparado para entrar en su cerebro con los equipos de alta tecnología.

En este punto, un nuevo especialista entra en el ruedo: el neurólogo Martín Torres, quien compara su función como si de un rally se tratara. “Juan Carlos conduce y yo le digo la ruta que debe tomar”, dice.

Llega a la clínica preguntando si ya había comenzado la cirugía. Pide un uniforme, se acomoda un gorro quirúrgico y  entra en la sala  fuertemente iluminada y con tres pantallas que monitorean los signos de Daniel.

Previamente, en una junta médica, se escogió el sitio del cerebro a intervenir, que  para el doctor Benedetti se trata del  “blanco anatómico”.  Mientras el médico avanza hacia su objetivo, Torres se encarga de guiarlo mediante la observación del computador,  en lo que él llama su “blanco funcional“. “Cuando llega el momento de la  cirugía, a veces no está tan claro el punto que se busca. Puede tener variaciones de un milímetro, y ese milímetro en el cerebro son como kilómetros”, explica Torres.

Ese camino se inició después de hacer dos pequeñas incisiones en la cabeza de Daniel. A través de un pequeño orificio, los especialistas cuentan con “cinco caminos” para llegar hasta los núcleos. En este caso, comienzan con el electrodo izquierdo. 

A través de un monitor, Torres vigila los impulsos eléctricos del cerebro del paciente. “Podemos interactuar con él. Vigilamos la función motora, si el temblor, la rigidez o la lentitud disminuyen. Podemos estimular el cerebro durante la cirugía”, cuenta el neurólogo mientras le avisa a Benedetti que hay novedades en la pantalla.

“¿Cómo está, señor Daniel?, ¿cómo se siente?”, le preguntan los especialistas, mientras introducen el electrodo izquierdo y le piden que mueva su mano derecha.

En este punto, Benedetti está afrontando lo que él llama un “estrés beneficioso”:  un estado de máxima alerta de los sentidos para lograr el objetivo tras largas horas de trabajo. Calcula milimétricamente sus movimientos, guiados por su compañero de las 380 batallas libradas con anterioridad. 

El primer intento de llevar el electrodo izquierdo al punto preciso resultó fallido.  “Cambiamos de trayecto porque no nos gustó”, explica Torres la decisión que se tomó en es momento, en una muestra de sincronía entre neurólogo y neurocirujano para decidir.

En el segundo intento para ubicar el electrodo, el monitoreo de las descargas del cerebro de Daniel arrojó un resultado positivo. Lograron, esta vez sí, llegar al punto planteado. 

Repiten la maniobra, pero, en esta ocasión, colocan el electrodo en el lado derecho del cerebro y piden al paciente que mueva el lado izquierdo del cuerpo. Se trata, según Benedetti,  de un procedimiento “individualizado por el tipo de estimulación que necesita cada paciente y la patología que presenta”.

“Clínicamente sabemos que el paciente está bien, porque, sin la estimulación, tiembla. Y, si se coloca el electrodo en el lugar que el neurofisiólogo dijo, el paciente deja de temblar”, explica.

Cada paciente es diferente, recalca en el quirófano. “Hay algo que siempre le digo a las personas: yo nunca me olvido del rostro de nadie. Nunca me olvido de las caras. Las caras de las personas y sus miradas nos dicen todo”, dice el neurocirujano frente a la camilla donde reposa Daniel.  

Durante el proceso se toman imágenes en el quirófano para verificar que los electrodos estén en el punto exacto y que, además, no se haya presentado ninguna alteración cerebral.

 

 

Juan Carlos conduce y yo le digo la ruta que debe tomar

La vida

Para el neurólogo Martín Torres, la vida no solo le cambia al que está en la camilla y su familia. “La vida le cambia también a uno”, dice. 

“El trabajo en grupo es lo mejor que hay. Un neurocirujano solo no puede hacer más que su parte, y un neurólogo tampoco. Es un grupo completo el que están presentes también el neuropsicólogo, el anestesiólogo y la parte importante de fisioterapia”, añade.

A las 3:25 de la tarde comienza el ‘segundo tiempo’ de la intervención. Es el momento de conectar los electrodos, que ya están en el cerebro de Daniel, al neuroestimulador, un pequeño artilugio que le implantarán en el pecho para que envíe impulsos eléctricos al cerebro y que es programado por el especialista. O, como lo describen los médicos, un “minicomputador que mide ancho de pulso, frecuencia y amplitud de voltaje”.

“Esta es la parte que no es bonita”, dice sonriente Benedetti.  Es el momento de  aplicar el bisturí punta de diamante. Y aparecen las primeras manifestaciones de sangre en la operación. 

Paradójicamente, es la fase menos tensa porque, aunque necesita precisión, el riesgo ya no está latente. Ahora hacen unas pequeñas incisiones en un costado de la cabeza de Daniel para subcutáneamente llevarlos al pecho.  Mientras manipulaban el ‘cableado’,  los médicos comienzan a hablar sobre James Rodríguez y su presencia en la Selección Colombia y el Real Madrid, e incluso de Vladimir Putin y sus polémicas declaraciones sobre las mujeres.

A las 4:03 de la tarde el neurogenerador ya está en el pecho de Daniel. El médico  dice que es “muy importante” hacer una prueba de “impedancias”. “Estas comprueban si hicimos una conexión no adecuada o hubo una lesión en el hardware”, explica.

Una vez culminada la instalación del aparato, Benedetti da por finalizada la intervención a las 4:28 de la tarde. Terminaba una jornada más del equipo médico, pero al día siguiente le esperaba otra cirugía de este tipo; en esa ocasión, el paciente sería una niña con agresividad.

El doctor Benedetti revisa junto al doctor Torres los impulsos eléctricos del cerebro del paciente.

Recuerdo

Cuando se le pregunta cuál es el caso que más recuerda, piensa unos minutos y responde. Fue el de un paciente de 46 años, que llevaba 16 años en una depresión refractaria a tratamiento farmacológico. “Encerrado en su casa, solo salía a la clínica, donde lo tenían que internar por intentos suicidas, porque no se bañaba, no se cepillaba los dientes”, cuenta. 

Los nietos del hombre nunca lo habían visto fuera de la casa, y sus hijos decían que, por el aislamiento en que vivía, nunca sabían si estaba o no en la casa. “Ese paciente, al mes de operado, llega y me dice: mis nietos jugaron conmigo en el parque. Quizá ese caso me marcó porque ves que detrás de cada paciente hay un alma que espera ser sanada”, dice. el médico.

Esas ‘almas sanadas’ fueron en esa oportunidad las de la familia de Daniel Zubiría. “Mi papá es un poco serio, gruñón como todo papá. Pero es un excelente hombre”, así lo describió su hija Yorlenis.

Antes de la operación, Daniel estaba un poco asustado. “Él se quería echar para atrás, vio que era tantas horas, y yo le dije que ya estás aquí y no se puede hacer nada. Hay que echar para adelante”, cuenta su hija que a las 7:00 de la noche fue avisada del éxito de la operación y pudo, por fin, darle el abrazo que prometió siete horas antes.

¿Quiénes pueden?

Todos los pacientes pueden ser operados siempre y cuando cumplan ciertos criterios: de refractividad al mejor tratamiento farmacológico, ser visto por un grupo multidisciplinario y sea avalado por el comité de ética médica del centro donde se va a operar. Si se cumplen en ausencia de enfermedades sistémicas no controladas, alteraciones de coagulación, incapacidad de la familia o del paciente para entender el procedimiento, puede ser operado.

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