El Heraldo
De izquierda a derecha: Gabriela Pérez, de 13 años, está en octavo grado en el Colegio Cervantes; la conferencista, músico, profesora y escritora cartagenera Kary Duarte y Vanessa Vieco afirma que tiene la misión de hacer feliz a los demás.
Salud

Tres miradas a una “condición que no condiciona”

El 25 de octubre se conmemoró el Día Mundial de las Personas de Talla Baja, una fecha para concienciar e invitar a la inclusión y a la equidad.

Una ficha de lego amarilla fue el primer ‘micrófono’ que amplificó la melodiosa voz de Gabriela Pérez cuando no tenía más de cuatro años. En ese momento estaba de moda la película Camp Rock de Disney Channel y la canción This is me, interpretada por Demi Lovato, retumbaba en cada rincón de su casa cantada en un “idioma original”.

“This is pi, this is pi”, tarareaba la pequeña frente al espejo mientras la cámara del celular de su hermano Ricardo grababa la que sería una de las primeras interpretaciones de Gabriela, y él se reía de sus ocurrencias. 

Llegó a la familia 11 años después del nacimiento de Ricardo y su espera fue “un milagro, luz y vida”. “El día que el médico realizó la ecografía y nos dijo que venía con una condición genética, sí hubo preocupación, no por el hecho de que fuera diferente, sino por saber cómo se afrontarían algunas situaciones”, comenta Édgar Pérez, padre de Gabriela. 

Añade que aunque en un principio hubo preocupación, ella misma les ha enseñado que no hay nada diferente y que por el contrario es un destello de vida. “Gabriela es el amor de mi vida, enamora a todos con su carisma y personalidad. Siempre le digo que si la gente la quiere no es porque le tenga lástima, sino por lo que transmite”.

Hoy tiene 13 años y está ‘sufriendo’  los cambios de la adolescencia. “Con el tiempo me he estado cerrando porque estoy cambiando y ajá, esta etapa es así. Le presto más atención a las cosas y tomo en cuenta lo que pueda considerar la gente, por eso a veces me cierro, pero en la casa sí soy un huracán. Soy full hiperactiva”. 

Sus ojos color miel, a juego con su cabello, son como un reloj que hipnotiza. Su mirada fija penetra en la cabeza de las personas como si pudiera leer las mentes. Así, mientras analiza todo con detenimiento, cuenta que tiene muchas pasiones que comparte con su papá, quien está “en el mismo nivel de amor que le tiene a su mamá”.

“Me gusta mucho la música. Todo lo tengo que hacer escuchando a mis cantantes favoritos, que son muchos. El inglés y jugar fútbol son otras de mis pasiones”, cuenta. 

Desde que cantaba “this is pi” por toda la casa, su padre, que es músico y tiene una orquesta, supo que tenía buen oído, por eso empezó a motivarla y a enseñarle a cantar, además de meterla en clases de piano. “Gaby canta hermoso, pero ahora le da pena. Antes era más abierta a cantar en público”.

Gabriela en compañía de sus papás Édgar Pérez y Mónica Patiño.

Su condición se denomina acondroplasia, uno de los casi 200 tipos de enanismo que se presentan por mutaciones genéticas, pero pasa desapercibida ante la personalidad de Gabriela, quien cuando sea mayor quiere estudiar sicología o administración de empresas. “Soy muy buena dando consejos y escuchando a los demás, me gusta mucho ayudar a las otras personas y más a las que tienen una discapacidad; y si estudio administración de empresas puedo tener un negocio también”, añade. 

Dicen los especialistas que la transición de niño a adulto  no es fácil y que la etapa de la adolescencia es una de las más duras. Ella eso lo sabe, pero es consciente –por los consejos que les dan sus papás– que la vida hay que vivirla como venga y así lo hará, escuchando música y riéndose tan fuerte que sus carcajadas hagan vibrar su hogar. 

En otro lado de Barranquilla, Vanessa Vieco también canta y toca el piano. A los 16 años la displasia diastrófica con la que nació pasó a un segundo plano, pues para ella lo que cuenta es vivir agradecida por lo que se tiene y no “amargada por lo que falta”.

Su actitud madura es el resultado de la enseñanza de sus padres, quienes tras la pérdida de su hermano Jesús David, cuando iba a cumplir ocho años, a causa de una operación que se complicó cuando los médicos trataron de corregir algunas de las malformaciones del cuerpo producidas por la misma enfermedad, han sabido consolidar un hogar firme y sólido. 

Evelyn y Ramón, los papás de Vanessa y Vayira, su hermana mayor, aportan el mismo gen negativo, lo que produce un 25% de probabilidades de que se presente esta alteración genética que produce miembros cortos, paladar hendido, deformidades, contracciones en las articulaciones, dislocación de la cadera y curvatura progresiva de la columna vertebral. 

Tres meses después del fallecimiento de Jesús David, Evelyn supo que estaba embarazada. La ecografía mostró que la niña que venía en camino tenía la misma condición que su primer hijo, sin embargo, asegura que le dijo a Dios que se la entregara como fuera, que con el mismo amor la iba a amar.

Ella les “ha dado lidia” a los papás, de acuerdo al chiste de Vanessa, que los mira con picardía mientras chatea en su celular. 

Su vida es especial, no por ser diferente, sino porque tiene una misión en la tierra. “Yo estoy segura de que Dios me mandó al mundo a hacer feliz a las demás personas, a sacarles sonrisas”. 

Sus grandes ojos son las ventanas de sus pensamientos, su sonrisa contagia y su voz, esa que le ha permitido compartir tarima con el grupo Ha*Ash, en una reconocida discoteca de la ciudad, enamora. “Yo sé que quiero ser cantante, sicóloga, profesora de música o actriz. Me encantaría actuar”, dice.

A su mamá la conquista día a día, y más cuando le canta Mamá, de una cantante panameña, a capela porque no han conseguido la pista por no ser una canción comercial, como cuando lo hizo por primera vez a los 10 años en un día de las madres. “La gente cree que yo escribí esa canción porque me queda perfecta, pero dije que no la volvía a cantar si no me conseguían la pista”, afirma entre risas. 

Uno de sus proyectos tempranos es tener un canal en Youtube para dar un ejemplo de motivación. “Quiero llevar el  mensaje de que a pesar de todo la vida es bella, uno tiene que dejar de complicarse por todo y agradecer y amar lo que tiene”. 

Su papá la mira con ternura,  como ven los padres a sus hijas así tengan cien años. Su relación es de complicidad, le hace “bullyng a cada momento” y le saca sonrisas.

Kary Rojas en compañía de los alumnos de un plantel educativo.

Treinta y dos  años antes nació en Cartagena Kary Rojas, una mujer de sonrisa amplia y mirada serena, que descubrió que puede ser de gran ayuda para los demás. “No me preguntes cuánto mido, porque doy la talla”, dice esta profesora, escritora, conferencista y músico, que más allá de su 1.25 metros de estatura, tiene una marcada capacidad de entregar amor. 

“Me di cuenta de que era pequeña o diferente al salir a la calle, porque en la casa siempre me trataron como a los demás hermanos. Supe que algo no era igual cuando vi que mis hermanos menores empezaron a crecer más que yo. Sin embargo, eso nunca hizo que me sintiera mal, tuve una niñez muy feliz”, comenta Rojas, al tiempo que afirma que su estatura no es un inconveniente. 

Sus primeros años fueron  como los de cualquier otra niña. Asegura que tenía muchas amigas y que fue muy consentida por las hermanas franciscanas del Colegio La Candelaria, sin embargo, al ir creciendo y al entrar en la etapa de la adolescencia, empezó “la etapa dura”. “Empecé a notar la diferencia con los muchachos, mientras a ellas las cortejaban, yo seguía siendo la amiga y eso se notaba, me gustaba un chico y nunca se fijaban en mí, era la mejor amiga de todo el mundo. Pero nunca dije nada”, recuerda. 

Agrega que “uno nunca dice verdades por miedo a las preguntas ni pregunta por miedo a las respuestas. A mi familia nunca le dije nada y a mis amigas tampoco porque no quería que me dijeran: ay, pobrecita”. 

A medida que fue creciendo debió sortear varios desafíos, como perder séptimo grado por estar pensando en el grupo Menudo. “En esa época yo solo quería estar bailando y como en el colegio me consentían mucho, no me interesaba. Nunca me gustaron los números y cuando me decían para pasar al tablero yo respondía que no alcanzaba. Mi papá me compró un banquito y se me acabó la excusa”.

Recuerda que octavo grado lo ganó “de milagro”, pero en noveno volvió a perder el año. “Cuando entré a noveno era la época de las fiestas y empecé a estar baja de nota. No me gustaba el estudio. Me di cuenta de que la gente no creía en mis capacidades, sino que lo que tenía era como esos amores sobreprotectores que no exigen, sino que dejan pasar las cosas”. En ese momento se puso la meta de demostrar que era capaz de lograr lo que se propusiera. “Descubrí que todo depende de uno mismo porque la única persona que  iba a hacer algo por mí, era yo”. 

Al graduarse del colegio –sin perder ninguna materia en 10 y 11 grado– vino un choque fuerte, ese que da cuando se debe pasar a la universidad. “Para mí fue un poco duro porque yo estaba muy acostumbrada a mi espacio, a ser la reina en ese entorno”.

Empezó a trabajar como auxiliar en el Colegio Eucarístico, donde hoy es profesora y directora del grado 11. Recuerda que en ese momento, al conocer a la hermana Rosa, fue la primera vez que se abrió y le contó sus más íntimos sentimientos a una persona.

Ramón Vieco mira a su hija Vanessa mientras cuenta una anécdota.

Ya en el colegio se presentaron varias situaciones que fueron las “diocidencias” exactas para que Kary fuera haciendo una carrera en ese colegio. “Siempre he sido autodidacta. Empecé a colaborar, a aprender, a estudiar”.

Trabajando en el colegio tuvo otro golpe duro en su vida. Su papá falleció de varicela a los 56 años, luego de que ella llegara con el virus de un paseo de Medellín. Cuenta que se sintió culpable y que perdió a una persona que era su motor y su inspiración. 

Estudió licenciatura y al año siguiente de graduada empezó como profesora en el mismo plantel educativo, les daba clase a las más pequeñas del colegio. “Siempre me ha gustado enseñar, es una de mis vocaciones”.

Rojas supo cuál era su verdadero diagnóstico cuando apareció el internet. “Yo tenía 33 años cuando supe, porque me dio curiosidad de buscar. En un momento pensé que era la única. La primera vez que yo vi a una persona de talla baja tenía 15 años,  me le escondí, le tenía miedo, pánico. Porque cuando tú no te aceptas es el síndrome del espejo, rechazas en el otro lo que no aceptas en ti. Hay que saber que esta es una condición que no condiciona”. 

En su búsqueda confirmó que su condición es acondroplasia y además conoció a personas de distintas partes del mundo. “Fui a México, Argentina, España, invitada a participar de los encuentros de personas de talla baja. Como soy conferencista, daba charlas y hablaba de mi experiencia”. El 25 de octubre se conmemora el Día Mundial de las Personas de Talla Baja como una fecha para concienciar sobre esta condición y hacer un llamado a la inclusión y a la equidad.

Su historia de vida y fluidez para motivar a los demás hizo que Don Francisco la invitara a su programa en el año 2011. “Fue una experiencia espectacular. Fue una entrevista muy bonita, estaba Chiquinquirá Delgado, Poncho de Anda, era  un programa de historia. Me preguntaron cosas de mi vida. Di el testimonio, aconsejé a todos, quedé siendo amiga de Chiquinquirá”.

Kary vive feliz, cantando, tocando el piano, enseñando y motivando, esos son sus verbos, los de una persona de talla baja que, como afirma, da pasos pequeños, pero deja huella cada vez que pisa.

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