Rincón Juniorista | EL HERALDO

El Heraldo
Giovanny Escudero
Rincón Juniorista

Ovación inolvidable para ‘la Bruja’ del 77

La hinchada rojiblanca aplaudió a Juan Ramón Verón, coreó su nombre y le agradeció por toda la gloria que le dio al equipo.

Fue una muestra de gratitud y admiración. Una lluvia de elogios y respeto para quien enseñó al Junior a ganar: Juan Ramón Verón. ‘La Bruja’, ya sin el ímpetu con el que llevó al club rojiblanco a su primera estrella en 1977, con caminar lento y la mano extendida a manera de saludo, ingresó a la cancha del estadio Metropolitano Roberto Meléndez, que tenía un gran porcentaje de sus tribunas abarrotadas de público.

Las energías estaban concentradas en el partido entre Junior y Tolima, que decidía el otro equipo clasificado a la final de la Liga Águila II, pero se sacaron fuerzas para aplaudir como se merece semejante figura de la historia de los tiburones.

“Oéeeee oé oé oéeeee... ¡Veróooon! ¡Veróoon!”, coreaban los hinchas, muchos de ellos nunca tuvieron la oportunidad de verlo jugar, pero conocen la historia, saben que ese argentino, padre del reconocido futbolista Juan Sebastián ‘la Brujita’ Verón, fue fundamental para bordar la primera estrella en el escudo.

Tanto fútbol, tanto carácter, tanta gloria en ese gaucho canoso que ya tiene 71 años a cuestas. Por eso las palmas se chocaban con vehemencia, por eso algunos aficionados se querían desgañitar desde la gradería. “¡Gracias 'Bruja'!”, exclamaban a todo pulmón. Por eso la barra Frente Rojiblanco dedicó su decoración en la tribuna a su apellido.

La ovación erizaba a quienes la estaban tributando. ¡Imagínense a Verón! Su frialdad para definir, para pisar el balón y combinarse con Alfredo Arango (q.e.p.d) en la temporada de 1977 no apareció esta vez en medio del reconocimiento de toda la familia juniorista.

El crack de La Plata hizo el saque de honor y recibió aplausos de todos.

El presidente del Junior, Alfredo González-Rubio, le entregó una placa para que la guarde, la cuelgue en alguna pared en medio de los innumerables trofeos que consiguió en su gloriosa carrera, pero lo que le quedará tatuado en el corazón es esa ovación del alma de la fanaticada rojiblanca. Esa marea de afecto, de cariño, tal como el trofeo que levantó en 1977, no se olvida jamás.

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