Rincón Juniorista | EL HERALDO

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Junior y Santa Fe han protagonizado varios duelos históricos en el fútbol profesional colombiano.
Rincón Juniorista

Junior-Santa Fe, evocación de una histórica rivalidad

Recuerdos de una vieja rivalidad, por parte de un hincha ferviente y biógrafo de Santa Fe, que vivirá con intensidad el duelo de hoy en el ‘Metro’.

Alguna vez le preguntaron a Alfred Hitchcock por su película favorita. “Solo está en mi cabeza. Es la suma de todos los mejores momentos de todas las películas que he visto”, respondió.  Tal cual es la memoria del hincha al fútbol. Está hecha de los retazos de momentos que, con el paso del tiempo, inflamos sin cesar. Y no necesariamente para mentir, sino fruto del amor único que tenemos por aquella otra mitad de la vida: el equipo de fútbol, mi equipo de fútbol.

Esa es la misma memoria que me lleva por allá  a 1967. Y vean cómo es la vida, no para hablar de Santa Fe y del Junior de Barranquilla, sino de otro equipo del cuyo nombre no quiero acordarme y que a la vez es una de las razones fundamentales para ser del Santa Fe: no ser de Millonarios.

No estoy ahí presente, ese día del 67, pero sí estoy. Quiero decir, lo veo, de niño, en una de las páginas de Deporte Gráfico, esa joya vestida de revista que nunca debió irse. Hay ahí, en esa fotografía tomada frente al costado de occidental de El Campín, una pareja que baila, al son de la música de una banda tropical que se ve en el fondo. El tipo va de traje entero, camisa de cuello y corbata. Ella,  no sé cómo. Solo sé que, a pesar de mi edad, es capaz de sacarme un suspiro.  Es la gente del Junior (de Barranquilla, créanme, un apellido necesario) que ha llegado en avión a Bogotá a ganarles (el “ganarles” es mío, cómo no) a los Millonarios. Y así debió ser.

Cargaba por esos días yo —apenas, un pelado— la chapa de campeón del 66. La llevaba en forma de escudo gigante del Santa Fe en aquel saco que no servía para matar el frío de las mañanas bogotanas, pero sí para provocar a quienes no tenían la suerte nuestra de ser de ‘Los cardenales”, como nos bautizó Carlos Arturo Rueda C, el locutor que educó a tantas generaciones.

En cuanto ellos, ‘Los embajadores’ (otro mote de Rueda C.), me picaban, yo mostraba mis cinco dedos por cinco títulos que ya teníamos y me despachaba con una suma de nombres que no se borrará jamás de mi mente: Ayala; Castillo, Antonietta, Cardozo y ‘Copetín’ Aponte; Waltinho y ‘Velitas’ Pérez; Alfonso Cañón,  Delio Maravilla Gamboa, Omar Lorenzo Devanni y Gelson Viera. Equipazo a las órdenes de un pontífice, el médico Gabriel Ochoa Uribe.

Hay dos brasileños ahí. Uno, Claudionor Cardozo, marcador central. Tan rudimentario como efectivo. Nada que ver con la elegancia y la precisión de Luis Pereira, lo admito, pero me basta con que haya sido uno de mis campeones. El otro Gelson, un puntero izquierdo, no de esos a los que siempre les sobran una, dos y hasta tres gambetas. Este era rápido y efectivo, goleador.

Me detengo en ellos porque fue la época en que la dirigencia colombiana miró a Brasil, quizás porque allá los precios andaban a la baja, tras el fracaso de Pelé y los suyos en el Mundial de Inglaterra (aunque en realidad los sacaron a patadas). Es entonces cuando confieso que envidié al Junior y hoy, a la hora de devolver la película, siento lo mismo. Tenían ustedes a Otton Dacunha, Dida, Quarentinha y Otton Valentin, ¡juntos....ufff! Y eso mismo me transporta a otro momento, Aquel del corito “¡Amadeo (Carrizo), Amadeo, dónde estás que no te veo!, después del 5 a 1 a los que sabemos ¡A mí tampoco se me olvida!  

Vamos mejor a lo importante, a esa historia entre el Junior de Barranquilla y el Independiente Santa Fe (¡nada de santafecito!) que comienza por donde debe comenzar, en el 48. Sí, ese año del primer campeón —que solo habrá uno para toda la vida— cuando hicimos 27 puntos, cuatro más que el segundo, quizás los mismos (en ese tiempo se entregaban dos puntos por victoria) que resultan del 4 - 1 en Bogotá y el 2 - 4 aquí, en Curramba.

De acuerdo, son tiempos idos, pero presente de indicativo a la hora de sentarnos a platicar, como ahora.  Y todo esto (“tanta vuelta, mijo”, diría mi abuela, santafereña como yo, como su marido, como mi papá, como mis hijos, como mis nietos y como mi mujer, que dice ser americana), todo esto, decía, para desembocar en 1968, el día aquel de Garrincha.

No se cita la cuerda en casa del ahorcado, dice el refranero. Me veo obligado a hacerlo, es inevitable:  la historia de Santa Fe y Junior de Barranquilla siempre pasará por ahí. Y tampoco voy a volver a contarlo. Ahí está esa maravillosa crónica de mi admirado Estewil Quesada en la que se cuentan detalles y cifras: los 660 dólares por partido, los 76 kilos de un sobrepeso a toda vista del ´Mané’ y los 370 mil pesos en taquilla.  

Eso sí, perdón Estewil, te robo la alineación: del local: Mario Thull; Arturo Segovia, Nelson Díaz, Hermenegildo Segrera, Carlos Peña; Rolando Serrano, Mario Moreno; Garrincha, Oswaldo Pérez , Ayrton y Eduardo Texeira Lima.

¿Saben qué? Una banda muy brava. Mejor dicho, con Garrincha o sin Garrincha eso era tierra minada, más con 24 mil fervientes adoradores en el Romelio, ese cancha inexpugnable, a la que, le decían a uno, es mejor no ir jamás. “Ni ahí, ni a Cúcuta”, me decía un tío, que, como se puede ver, no era santafereño.

Ganamos, tres a dos

Para no olvidar jamás. Con un gol de ‘Maravilla’ Gamboa y dos de Alfonso Cañón. El último de ellos en el minuto 40 del segundo tiempo. Hay goles que el hincha quisiera volver a nacer para cantarlos, porque no estaba allí, o para cantarlos una vez más, por ser imborrables. Ese es uno de ellos.

Debo hacer una pausa aquí. Obligada, si se quiere. He dicho Alfonso Cañón y me pongo en pie para volver a decir, como lo he dicho, que él es el más grande de los jugadores en 76 años de vida del León. No resto con ello mérito a tantos otros grandes, desde ‘Chonto’ y Perucca hasta Ómar (Pérez, por supuesto) y Seijas, pasando por el ‘Tren’ Valencia y Léider Calimenio, pero Cañón, el de mi barrio, el Samper Mendoza de Bogotá, es y será el Maestrico, por siempre. ¿Les hubiera gustado tenerlo? No hace falta que respondan.

De ahí en adelante las cosas han sido de toma y dame, en tiempos mutuos de vacas gordas y vacas flacas. Con jugadores comunes, uno de ellos emblemático aquí y allá: Óscar Bolaños, ese lateral que vino al mundo del fútbol antes de tiempo (un visionario de su posición, más con el Santa Fe del 75). El  mismo buen hombre que se acaba de ir, también muy temprano, de esta vida.  

¿Otro? Sí, Eladio Vásquez. Un ídolo que trajo aquí goles y salsa desde Tumaco, Y que, en 1979, en Barranquilla y vestido de santafereño, nos dio un subcampeonato y un paso a Copa Libertadores. El sonido esquivo y metálico de la onda corta de ese gooooooooool “del orgulloso y siempre altivo Independiente Santa fe”, narrado por ‘El Emperador’ Marco Antonio Bustos,  es música para mis oídos

Y no queda ya espacio, pero sería imperdonable saltarse a Alberto Santelli, el ‘yurugua’  que nos dio alegrías con su olfato o a ese mariscal que hoy cuida bien de nuestra retaguardia, William Tesillo.

Incluso, la memoria aquella que escoge solo lo que le viene bien tiene la bondad de recordar que el primer gol en el profesionalismo de Iván René Valenciano fue el 22 de octubre de 1988, en Bogotá, en partido contra nosotros. Si nos hizo ese, entiendo porque le fue bien siempre ante los grandes.

Porque somos grandes. Hoy, más que nunca, Santa Fe es grande. En estos últimos nueve años hemos ganado tres Ligas, tres Superligas, una Copa Colombia (hoy, Liga Águila) y dos títulos internacionales: una Suramericana y  otra intercontinental, la Suruga Bank. Nadie ha puesto más trofeos en tan corto tiempo en la vitrina que mi equipo.  

Pero, como dijo alguna vez Javier Marías, filósofo y escritor, en el fútbol hay que revalidar siempre y en cada tarde, sin importar que uno acabe de salir campeón del mundo. No vivimos de la historia, pero nos guarecemos en ella. Así que hay por delante los noventa minutos de esta tarde de dos equipos que van por el título.  

¡Vamos, vamos, Santa Fe, hoy te vinimos a alentar, para ser campeón, hoy hay que ganar!  

Por Víctor Diusabá Rojas - Especial para EL HERALDO

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