En video | Una decisión de vida - capítulo 3
¿Quedarse o huir? ese era el dilema de los salaeros el 16 de febrero, mientras aparecían cuerpos por las trochas, un helicóptero fantasma sobrevolaba el pueblo y era inminente el ataque.
El dilema era quedarse o huir. Después de que sintieron el acecho de la muerte, algunos prefirieron marcharse. Pero otros creyeron que esa guerra no era con ellos, que «el que nada debía, nada temía» y entonces, otros se quedaron.
Élida Cabrera fue una de las pocas personas que habitaban El Salado que decidió quedarse.
— ¿Por qué me voy a ir? ¿Por qué tengo que huir? ¿Por qué tengo que esconderme? —Se cuestionaba Élida, en ese entonces.
Élida narra que cuando llegaron los comentarios que alertaban que había que huir porque los iban a matar, ella seguía cuestionándose, aunque parecía que más que por buscar respuestas, lo hacía por el deseo de darlas, de justificar su voluntad de vivir en el pueblo en el que nació.
— ¿Por qué me tienen que atacar a mí, si yo no hice nada? —Se seguía preguntando Élida, aun cuando el avión fantasma ya estaba acercándose.
El 16 de febrero del año 2000, el día que la tragedia comenzó, habían quemado un carro en la vía.
«Ya sentíamos ese miedo, esa angustia, nos tocó salir para buscar una salvación. Yo tenía siete meses de embarazo, me fui a la vereda Wimaralcito y durante 4 días estuve por allá», cuenta Neida del Carmen Narváez.
El 17 no atacaron al pueblo. La historia registra que los paramilitares tuvieron unos enfrentamientos con la guerrilla. Élida junto a su hermana, su esposo y sus tres hijos emprendió un viaje a un monte cercano. Se fue ese día muy temprano. El error fue que regresó.
El mismo dilema los volvía a enfrentar: ¿quedarse o huir?.
—Nos dijeron que las personas que estaban en el monte iban a morir y que tenían que volver a sus casas —recuerda Élida—. Yo fui una de esas personas con mi hermana que regresamos. Nos vinimos para la trampa que nos hicieron.
Élida duró varios días peleando contra su voluntad para irse de su pueblo sin encontrar razones que la obligaran a huir. Volvió a escuchar que venían a matarlos y huyó, refugiándose en el monte. Después tuvo miedo de volver.
—Yo no me voy —le dijo, al principio, a su hermana.
—No, hermana —le contestó—, nos mandaron una razón con un señor que nos dice que nos vayamos a la casa, que en la casa no nos va a pasar nada. Que van a revisar rancho por rancho y nos van a sacar a todos los que estemos ahí.
Élida, que antes había oído rumores, ahora sí estaba creyendo que los iban a matar porque estaba viendo muchos hombres armados alrededor del pueblo.
Le tocó aceptar que ya estaba en medio de una guerra y huyéndole a la muerte se encontró con ella. A las 5:00 de la mañana del 18 regresó a El Salado.
—Yo me vine porque mi esposo se trajo a mis hijos y mi hermana se había ido adelante. Me sentí sola y yo no tenía ni dos minutos de haber llegado cuando se tomaron El Salado, y no tuve para donde irme —cuenta Élida con desesperación como si el episodio lo estuviese volviendo a vivir—. Ahí fue dele, y dele plomo, y no tuve a donde irme.
Élida se encerró en su casa de palma. Se metió debajo de la cama, boca abajo, abrazando a uno de sus hijos.
—A mi hermana, como a muchos otros, la matan porque le hicieron una trampa —lamenta Élida—. Ya nos habíamos ido, ya habíamos huido y regresamos.
Nelcy le llama «terquedad» al pensar en regresar después de haber huido.
«Así fue como cogieron a todas las personas que mataron aquí en El Salado», concluye.
“¿Por qué me voy a ir? ¿Por qué tengo que huir? ¿Por qué tengo que esconderme?”
Pero ella misma sale en su defensa y pone de manifiesto que tenía un patrimonio, su cerdo, sus gallinas. Y ella también decidió volver.
«Yo venía por el cerro y oí una detonación muy fuerte. Un señor iba huyendo y yo regresando. El señor me dijo que no fuera para allá porque estaban matando gente y habían quemado unas casas», narra Nelcy.
A Nelcy le tocó el mensaje de la vida y a la hermana de Élida, el de la muerte. Mientras Nelcy, que había huido con su suegra y sus hijos fue alertada para no regresar a El Salado, la hermana de Élida recibió una recomendación, pero para que volviera.
«Yo iba saliendo con mis tres hijos y cuando el señor nos dijo eso, nos devolvimos otra vez a la vereda donde estábamos, allá en Wimaralcito», cuenta Nelcy.
A pesar de la suerte de su hermana, Élida sí logró librar el destino y alcanzó a huir otra vez, antes de que entraran a matarla.
Hubo gente como Víctor que pensó que como esa no era su guerra saldrían librados. Él explica, 20 años después, que él no se fue porque él no era guerrillero y pensaba que eso lo salvaría.
«Como aquí venía la guerrilla, ellos (los autores de la masacre) no investigaron quien era guerrillero y quien no lo era. Ellos decidieron que en el pueblo El Salado todos lo éramos».
Otros como Dioselina se fueron con una parte de su familia. Ella no alcanzó a irse con su mamá y sus hermanos.
Nelcy tampoco logró irse con su madre. Y en medio de la huida, esa era la zozobra que los atormentaba y les hacía desear volver al sitio donde estaba anunciada la muerte.
El Salado: 20 años de resistencia
EL HERALDO recorrió las calles del pueblo y habló con sus habitantes para conocer cómo viven hoy los sobrevivientes.



















