En video | La vida hoy - capítulo 1
El temor no ha desaparecido entre habitantes de El Salado que le reclaman al Estado no haber proporcionado verdad, justicia y reparación efectiva.
Veinte años después de la trágica masacre, afuera de la biblioteca de El Salado, corregimiento del Carmen de Bolívar, había un grupo de unos 40 ancianos que esperaban el pago del subsidio del Adulto Mayor. Muchos, la gran mayoría, estaban solos y apenas podían caminar.
Nadie quería hablar del 18 de febrero del año 2000. Cuando les preguntaron por aquel día, se quedaron en silencio. Nadie comentó, nadie habló. Entonces después de varios minutos, un señor endureció su ceño y pasó su mano del extremo izquierdo de su cabeza hasta el extremo derecho con gran ofuscación, como tratando de borrar el recuerdo dijo: «Yo no quisiera recordar nunca más eso, quisiera que el cassette se me borrara».
El Salado no volvió a ser el mismo. Ahora se refieren con nostalgia al “Salado viejo”.
—Después del 97, El Salado no tuvo más tranquilidad. Hasta el día de hoy no la hemos tenido. Todavía se siente… Bueno, no hay presencia de grupos al margen de la ley, no se escuchan, no los vemos; pero vivimos desconcertados cuando escuchamos que un líder social está siendo amenazado.
Nelcy Alvárez es una mujer de 59 años, estaba afuera de la biblioteca acompañando a su mamá, quien esperaba el pago de los 80 mil pesos del subsidio del Adulto Mayor que el Estado cancela cada mes. Cuando llegó al lugar, saludó a todos los ancianitos con beso y abrazo, sentó a su mamá en una silla y dijo: « usted pregunte, que yo le cuento todo».
Perdió a su esposo en el 98. Un día salió a cultivar y nunca más regresó. Es uno de los 83.036 desaparecidos que, según el Observatorio de Memoria y Conflicto, ha dejado la guerra en Colombia. Cifras no oficiales dicen que son más de 120 mil.
—El duelo no está hecho, sigue igual, porque uno nunca hace su duelo cuando a una persona la desaparecen… pienso que mi vida con él, hubiese sido diferente, no hubiese padecido tanto en la vida—lamentó Nelcy y esquivó su mirada para tomar aire y seguir.
“El Salado va a salir a adelante cuando el Estado vea realmente vea lo que necesitamos”
A pesar de ello, lo que más le duele es ver a su pueblo roto, desintegrado, ver a su gente emigrar y saber que a algunos les va mal.
«Lo que más me ha dolido y me sigue doliendo es el enlace, la comunidad en la que vivíamos…eso se perdió con la separación de los habitantes de El Salado», expresó.
A Nelcy Álvarez le hace falta conocer quién y por qué desapareció a su esposo.
«Aún para mí no hay verdad y mientras no la haya no se puede sanar ni se puede reparar», así arrancó Dioselina Torres, una mujer de 47 años, contando la historia de la masacre.
Dioselina lleva 20 años esperando la verdad. Ella mantiene la esperanza de que El Salado conozca quién fue la cabeza que maquinó todo el proceso del desplazamiento.
«Nosotros sabemos que aquí vino un grupo paramilitar, pero no sabemos por qué vinieron ni de parte de quien vinieron, esa verdad no la sabemos y eso esperamos saberlo muy pronto», reclamó desde la sala de su casa mientras su madre, a quien le violaron a su otra hija, permanecía de pie, a un lado, escuchándola.
La madre de Dioselina no quiso hablar y, a pesar del dolor intenta ser carismática y tener una sonrisa amable, contó que ella no ha podido sanar esa herida.
Ese mismo carisma lo heredó su nieta Nury Torres, una joven de 17 años, la cantante de la Corporación Musical de El Salado. Nury no conoció la guerra, aunque sí sus secuelas. Junto a sus compañeros del grupo folclórico hizo un homenaje a su pueblo y compusieron el ‹Porro Salaero› .
Javier Fernández, de 18 años, es ahora el coordinador de la corporación de música. Toca la gaita y la tambora. Isaac Rivera, de 14 años, toca el alegre. Thalía Cárdenas, de 13 años, repica el llamador. Jesús Rivera, de 12 años, retumba la tambora. Carlos Cohen, de 19 años, suena la gaita. Breiner Castillo, de 11, y Favián Paredes, de 14, agitan las maracas. Lorey Márquez, de 17, toca el clarinete. Todos estaban en el parque 5 de noviembre, el mismo donde ocurrió la primera masacre en 1997.
Cuando la agrupación empezó a sonar, algunos de los vecinos de alrededor del parque, que ahora es muy solitario, salieron a sus terrazas a escuchar el cántico que cita que, aunque fueron desterrados, seguirán adelante con mucho valor.
Pero el sol ya había empezado a caer, y a eso de las 6:00 de la tarde, en las calles no pavimentadas de El Salado ya ni los perros se veían. Los ancianos que desde antes de las 9:00 de la mañana esperaban su subsidio no tenían mucho tiempo de haberse marchado. Por más de siete horas estuvieron esperando su turno para cobrar los 80 mil pesos. Eventualmente pasaba alguien montando un burro y una que otra moto andando.
Sin embargo, la cancha de microfútbol donde ocurrió la masacre del 2000 permanecía sola. La iglesia estuvo cerrada y los palos que quedaron de un columpio averiado al lado de la cancha no atraían a ninguno de los niños. La hora más viva de ese pueblo fueron las 12:00 del mediodía, cuando los más jóvenes, los niños, salieron de la escuela. Pero el paso de ellos fue fugaz. Una cuadra cerca al parque 5 noviembre tenía un poco más de ambiente que el resto del pueblo. Sonaba un coro religioso a capela y con palmas de unas cuantas señoras que se reunían en el patio abierto de una casa. Eso fue lo más alegre de una noche en El Salado de hoy.

Anteriormente, el pueblo solía ser muy unido, aunque aún luchan por reconstruir ese tejido social que la guerra les destruyó. Entre los recuerdos de los habitantes, nombran los pozos de alrededor de la cancha, que en ese tiempo estaban llenos de agua, como símbolo de unión. Le llamaban a ese sitio el ‹ periódico del día› porque a falta de acueducto, toda la comunidad confluía en un mismo punto, y traían consigo las noticias del día a día.
—Si yo tenía y tú no tenías, tú también comías. Aquí no valía nada la yuca, no valía nada el guineo. Ahora no. Ahora si quieres la yuca tienes que tener el dinero, sino no comes —contó Víctor, uno de los que estuvo en la cancha el día de la masacre y sobrevivió.
Mile Medina, la bibliotecaria de El Salado, dijo que lo que más extrañaba era a la gente.
« No es que no haya calor humano ahora, si lo hay, pero no como antes. Extraño mucho a mi gente y su unidad. Siempre hablamos de El Salado viejo, lo extrañamos mucho ».
Mile fue quien abrió las puertas de la biblioteca pública Casa del Pueblo. Hace club de lecturas, cine al parque y, aun cuando la administración no le renueva el contrato, no cierra la biblioteca para no perder los programas y beneficios de la Biblioteca Nacional.
« El año pasado llevé a mis alumnos a El Carmen, para ellos viajar al municipio es una maravilla. Pocas veces viajan », contó Mile entusiasmada.
El Salado es un corregimiento de El Carmen de Bolívar, están separados por una trocha de 40 minutos en carro, pero allá el medio de transporte más usado es la moto y el burro. Cuando ocurrió la masacre, las entradas que tenía el pueblo las cerraron, la zona era un barrial. Hoy, solo una de las entradas está pavimentada. El Estado construyó una carretera delgada, único camino. Los salaeros siguen encerrados en una cima entre montes y barrial al frente de sus casas.
La sequía permite que se pueda caminar con comodidad a pesar de que no hay ni una calle adentro del pueblo que esté pavimentada. Aunque también esa misma sequía es la que tiene a Luis Alberto Torres, un agricultor de 72 años, desanimado, porque aunque sembró, el verano «acabó con todo».
Veinte años después de la masacre, los habitantes de El Salado siguen pidiendo verdad. Aunque reconocen una reparación colectiva, dicen que no hubo una individual. Piden no repetición y por eso el asesinato de los líderes sociales en el país ha hecho que más de uno, cuando le van a retratar el rostro, tenga miedo y se calle.
Neida del Carmen Narváez, de 62 años, pide justicia. Señaló el hecho de que Salvatore Mancuso, uno de los autores de la masacre de El Salado, ya esté próximo a salir de la cárcel.
—A él lo tienen extraditado supuestamente por droga no por muerte y eso da tanta tristeza que en este país no haya justicia ni verdad —criticó Neida, quien hace parte de un colectivo de mujeres que luchan por la sanidad de las mismas —. A todos los que nos llegó la guerra y nos atropelló nos dejaron en los territorios la pobreza absoluta.
Agregó Neida que no todas las comunidades han tenido la valentía que caracteriza a El Salado, para hoy volver a contar su historia tras 20 años de resistencia.
El Salado: 20 años de resistencia
EL HERALDO recorrió las calles del pueblo y habló con sus habitantes para conocer cómo viven hoy los sobrevivientes.



















