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Política

La ley del Montes | ¡Ojo con el Congreso del 22!

Ante la ausencia de pesos pesados electorales, los partidos y movimientos políticos apuestan por ‘influencers’ y artistas.

Por andar ocupados y preocupados por la Presidencia, a los colombianos se nos está olvidando un pequeño detalle: el Congreso del 2022. Y eso no es un asunto menor. Todo lo contrario, tiene tanta o más trascendencia que la de elegir al sucesor o sucesora de Iván Duque en la Casa de Nariño. Ello es así porque de nada sirve elegir un buen presidente si escogemos congresistas incapaces o corruptos. Un buen presidente con un mal Congreso es muy poco lo que puede hacer por solucionar los graves problemas del país.

Para ejecutar los programas de gobierno y cumplir las promesas ofrecidas en la campaña presidencial se requieren leyes que deben ser tramitadas y aprobadas en el Congreso de la República. Muchas veces ocurre –casi siempre, es la verdad– que los presidentes para poder sacar adelante sus iniciativas terminan transando o negociando con los congresistas, quienes aprovechan la ocasión para sacar su buena tajada, ya sea con puestos para sus recomendados o con contratos para quienes financian sus campañas. Es lo que conocemos como gobernabilidad, pero que no pasa de ser un vil y burdo chantaje.

Esos congresistas que así proceden son los que jamás deberían volver al Congreso de la República. Son los “Eduardo Pulgar”, que se aprovechan de la curul para cometer todo tipo de fechorías. La primera sanción que deben recibir estos “delincuentes de cuello blanco” es la electoral, inclusive antes que la penal. Y ella depende única y exclusivamente de los electores. No hay que esperar que un juez falle para castigar a los congresistas incapaces o corruptos. El poder del elector está en el voto.

Los congresistas del 22 tienen el enorme reto de tramitar las leyes “postcovid”. Es decir, aquellas iniciativas que nos permitan cerrar –ojalá para siempre– la página de dolor y muerte que hemos tenido que escribir los colombianos en los últimos dos años. Deberán legislar para un país devastado, quebrado y desmoralizado. Tendrán que aprobar leyes que nos permitan cerrar la enorme y creciente brecha social. Deberán legislar para hacer de Colombia un país más incluyente y mucho más equitativo. Tendrán que sacar las ahora si inaplazables reformas estructurales a la justicia, la salud, la de pensiones y la tributaria, para solo citar unas cuantas.

A partir del próximo año no veremos figuras destacadas del Congreso, con las cuales podríamos estar o no de acuerdo, pero a las que no se les puede desconocer sus logros y trayectorias. Es el caso de Álvaro Uribe, Gustavo Petro, Antanas Mockus, Jorge Enrique Robledo, Iván Marulanda, David Barguil, Juanita Goebertus, Alexander López, Rodrigo Lara, Juan Manuel Galán, Juan Fernando Cristo, Antonio Sanguino, Ángela María Robledo, entre otros. Ninguno de ellos, entre muchos más, repetirá curul.

Pese a la urgente necesidad de renovar en marzo el Congreso con personas honestas, honorables y capacitadas, los partidos y movimientos políticos parecen más interesados en la mecánica electoral que les permita elegir sus candidatos para las elecciones presidenciales de mayo y junio, en caso de que haya segunda vuelta. ¿Qué está pasando con quienes aspiran a llegar al Congreso el próximo año? ¿Cómo estaría conformado el Congreso del 22?

Elecciones parlamentarias sin “pesos pesados”

A diferencia de lo que ocurrió hace cuatro años, cuando verdaderos pesos pesados en materia electoral se encargaron de movilizar millones de votantes, el próximo año habrá muy pocos candidatos taquilleros.

En esta oportunidad, de los cinco senadores más votados en 2018 el único que aspira a repetir curul es Arturo Char, de Cambio Radical. Los otros cuatro: Álvaro Uribe, (Centro Democrático), Antanas Mockus (Alianza Verde), Jorge Enrique Robledo (Polo Democrático) y David Barguil (Partido Conservador) no volverán al Congreso.

Su retiro significa para sus partidos unas verdaderas troneras en materia de votación. Uribe, por ejemplo, sacó 870.000 votos, cifra que hoy resulta muy difícil de proyectar en otro aspirante de ese partido. Igual sucede con los demás congresistas.

El propio Gustavo Petro –quien aspiró a la Presidencia y no al Congreso en 2018– podría movilizar millones de votos si su nombre estuviera entre los aspirantes a Congreso. Todos los partidos y movimientos políticos están a la caza de figuras –sean políticos o no– que les permita movilizar la mayor cantidad de votantes.

A la actriz Margarita Rosa De Francisco, por ejemplo, voceros de Colombia Humana le han pedido en todos los tonos que encabece lista al Senado, ofrecimiento que ella ha declinado. Ese primer lugar lo podría ocupar Piedad Córdoba, siempre y cuando logre limar con Petro las asperezas del pasado.

El peso pesado del Centro Democrático podría salir de los actuales precandidatos presidenciales, mientras que en la Alianza Verde, la actual senadora Angélica Lozano sería la abanderada del movimiento.

¿Dónde están los nuevos liderazgos?

La academia y los sectores productivos –que en el pasado jugaron un papel fundamental en las regiones para depurar el ejercicio malsano de la política– optaron por marginarse del proselitismo político y electoral. Y esa es una decisión respetable y legítima. Pero también es una apuesta riesgosa, porque está demostrado que no siempre la política que hacen los políticos es la mejor.

No es gratuito el altísimo nivel de desprestigio que tiene el Congreso de la República. Y los casos de corrupción en los que se ven envueltos los congresistas son cada día crecientes.

Pero sobre todo es importante que sectores ajenos a la política, como la academia y productivos, promuevan nuevos liderazgos, que permitan una mayor transparencia en el ejercicio del poder y en la toma de decisiones colectivas. Las elecciones parlamentarias del próximo año deberían servir también para proyectar desde las regiones figuras jóvenes, con nuevas visiones del país y con sólidos compromisos sociales.

La transformación debe llegar de la mano con la renovación. Los nuevos liderazgos deben estar despojados de ambiciones individuales y mezquinas, cuya mayor motivación es el salario y la posibilidad de “llenarse los bolsillos”, mediante el tráfico de influencias y los negocios. El daño que causarían a la democracia sería peor que el producido por los politiqueros de siempre, pues las expectativas y esperanzas que se cifran en los “renovadores” es mayor. En esas condiciones es mayor también la frustración de los electores.

¿Es posible un nuevo Congreso?

La mediocridad y la corrupción no pueden seguir entronizadas en el Congreso de la República. Con contadas excepciones, nuestros congresistas se nivelan por lo bajo. El control político –una de sus funciones más importantes– es cada día más mediocre. Hoy los citantes apuestan al show y a ganarse un titular en los medios de comunicación, en lugar de hacer juiciosos sus tareas y documentarse a profundidad.

Es triste y lamentable ver a los congresistas citantes a un debate de control político basar toda su intervención en artículos de prensa, publicados algunos de ellos sin ningún tipo de rigor. El trabajo del congresista consiste en copiar al pie de la letra las denuncias publicadas en los medios y leerlas con tono altisonante.

Esa mediocridad también es corrupción. La pereza los ha llevado a citar a las comisiones y plenarias a los periodistas para que los ilustren sobre la materia motivo del debate de control político que ellos han citado.

Esos congresistas oportunistas y mediocres tampoco merecen repetir curul. La depuración del Congreso depende de los votantes, de nadie más. Nadie va a votar por nosotros. Un congreso mediocre produce leyes mediocres. Un congreso corrupto produce leyes que fomentan y promueven la corrupción. Punto.

Influencers’ y artistas, ¿oportunistas y sin votos?

Ante la ausencia de los pesos pesados, que movilizan una buena cantidad de votantes, los partidos y movimientos políticos apuestan por los llamados influencers, actrices y actores, quienes son muy activos en redes sociales y tienen una buena cantidad de seguidores. Más que afinidades ideológicas, lo que buscan en ellos es reconocimiento público y potenciales votantes.

Algunos, inclusive, estuvieron en orillas contrarias, como consta en sus trinos en los que despotricaron de quienes hoy son sus jefes. Asumen los partidos y movimientos políticos –de forma errada– que cada seguidor de un influencer se traduce en un nuevo votante.

Pero, además, la apuesta por los influencers y artistas tiene un grave problema: fractura la unidad del partido y desmotiva a los votantes de base, quienes –ellos sí– desde un comienzo han estado vinculados a los partidos y movimientos. Quienes han estado en las “vacas flacas” sienten que unos aparecidos oportunistas aterrizan en el partido para ocupar los primeros lugares en las listas, mientras ellos o ellas son “ninguneados” por los jefes.

Ello genera resentimiento y desmotivación. En el caso del Pacto Histórico, por ejemplo, sectores sociales y sindicales han hecho saber a los jefes que en esas condiciones ellos no le jalan a seguir “camellando para otros”. De hecho, algunos de los futuros aspirantes optaron por explorar nuevos caminos para llegar al Congreso con movimientos distintos a la Colombia Humana.

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