El Heraldo
Dairo, guerrillero del Bloque Caribe de las Farc, mira hacia la montaña que separa a Colombia con Venezuela, un camino selvático el cual ha recorrido más de una vez. César Bolívar
Política

“La guerra es pa’ locos”

Reporteros de  EL HERALDO pasaron cuatro días con el Bloque Caribe de las Farc en su zona de concentración, en La Serranía del Perijá. Los guerrilleros hablan de política,  juegan fútbol y ensayan la danza del garabato.

“Ven, que no podemos comenzar sin la muerte”, le dice Yane a Jaime, antes de que el sonsonete de las tamboras y llamadores impregnen con ritmo de garabato el campamento. Es lunes y son las 7 de la noche, a esta hora ya los guerrilleros del Bloque Caribe o Martín Caballero de las Farc han terminado sus labores del día.

La oscuridad que reina en el lugar, una zona rural conocida como La Y de las Marimondas, a cinco kilómetros de Conejo (La Guajira) es desafiada por un pequeño foco de luz blanca que ilumina tenuemente una improvisada cancha de fútbol. Allí los guerrilleros se ordenan en parejas y empiezan a ensayar su coreografía.

Ronald y Jenny se disputan un balón en medio del partido.

La voz de Totó La Momposina va saliendo de una grabadora y recita la conocida estrofa: “Yo te amé con gran deliro/ con pasión desenfrenada”. Jaime, quien interpreta a la muerte, danza con un palo en la mano que simula su hoz. Las parejas se van alineando y empiezan a danzar algo descoordinadas. Luego de pasar una a una de adelante hacia atrás se abren en un círculo. La muerte arremete y Tobías, el caporal, la desafía. 

El duelo empieza y los palos se chocan, la coreografía de la pelea deja ver que los que se enfrentan son guerreros. La muerte pega primero y tumba a Tobías, se lanza contra él y al clavarle la hoz todos caen al suelo. Jaime avanza hacia el público y baila con alegría desprevenida sin percatarse que Tobías está a su espalda. Asustado de la fortaleza de la ‘vida’, Jaime cae al suelo y recibe la estocada final. Todos se levantan de un brinco mientras Tobías, la vida, da el parte de victoria. “¡Que viva la vida!”, “¡Que viva la paz!”, “¡Que vivan las Farc!”. 

El ensayo responde a una presentación cultural que tendrán las Farc en el Festival del Café, en Conejo, el cual se llevará a cabo entre el 2 y el 4 de diciembre, un evento que por la dureza con la que se vivió el conflicto en esa zona no se realiza desde hace cinco años. 

Así lo comenta Silfredo Mendoza, comandante encargado del campamento, para quien el acercamiento con la comunidad ha sido fundamental para mantener el ánimo de la tropa y se ha venido intensificando desde la vigilia por la paz que se organizó en el campamento el pasado 31 de octubre, a la que asistieron unas 600 personas.

La llegada de civiles no es una novedad. Las poblaciones cercanas, tanto en el área rural como en el corregimiento mismo, están acostumbradas a la interacción con las Farc. Por años este ha sido un corredor de paso de los frentes 59 y 41, que operan en los departamentos del Cesar y La Guajira, por lo que no es casualidad entonces que los miembros del Secretariado, con ‘Iván Márquez’ a la cabeza, escogieran el corregimiento de Fonseca para realizar una jornada pedagógica de paz en febrero pasado.

Es por esto que en el campamento acondicionaron una zona de recepción, la cual se encarga de atender a los visitantes.

“Hay mucha gente que tiene curiosidad por ver cómo es un guerrillero y comprobar si de verdad somos monstruos”, apunta Fabio Borges, miembro del Estado Mayor del Bloque.  

Para llegar al campamento hay que pasar un camino de trocha que se recorre en 15 o 20 minutos, si se va en carro o en moto. El lugar es una zona al pie de las montañas que conforman la Serranía del Perijá, lugar al que llegó el frente 59 o “Resistencia Guajira”, proveniente de la Sierra Nevada de Santa Marta.  

A mitad de camino hay una invasión de unas 30 personas, cuyos líderes se reúnen regularmente con las Farc en busca de apoyo y bajo la alarma de un inminente operativo de desalojo por parte del Esmad. 

La vigilia, recuerda Fabio, fue una excelente oportunidad para estrechar lazos con la gente y representó para ellos algo muy simbólico, porque el terreno que hoy los acoge era un área de constantes combates. 

“Aquí hubo muertos por parte y parte y ahora es territorio de paz”, afirma.

Estos Puntos de Preconcentración Temporal (PPT) no son las Zonas Veredales de Concentración, sino puntos en los que se encontraban las estructuras de las Farc al momento de la votación del plebiscito y que han sido delimitados con un perímetro que les permite a los guerrilleros moverse con libertad a tres kilómetros a la redonda. Están diseñados para que el mecanismo tripartito de monitoreo y verificación (de ONU, Farc y Gobierno) pueda ejercer sus funciones y evitar que hayan enfrentamientos entre el Ejército y las Farc. 

En este campamento confluyen guerrilleros de los distintos frentes del Bloque Caribe, como el 41 o Cacique Upar; el 19, que fue el primer frente conformado en la región,  y algunos de los frentes 35 y 37, que estuvieron al mando de Martín Caballero hasta su muerte en 2007, fecha en que el Bloque adopta ese nombre en su memoria.

Sin embargo, en este punto no están todos y todavía hay estructuras internadas en la montaña, una que protege al comandante del frente 59 ‘Leonardo’, y otra que se mueve con el mando del Secretariado que comanda todo el Bloque, ‘Bertúlfo Álvarez’.

Descargando una provisión de comida para 17 días enviada por el Gobierno.

Tránsito hacia la paz

“Aquí todavía hay compañeros que tienen el sueño de bajar echando tiros por la Cordillera de los Andes y tomarse la casa de Nariño para completar la causa revolucionaria”, dice Jaime, fumando uno de los últimos Marlboros rojos que sobraban de los cuatro paquetes que un visitante llevó al campamento del Bloque Caribe. “Uno les dice, hermano sáquese esa idea de la cabeza, eso es imposible, ahora la lucha es política”. 

Con su fusil reposando en las piernas, alumbrado por la poca luz que daba la luna llena, habla con soltura y expectativa sobre la nueva etapa en la que entrarían las Farc una vez termine el proceso de dejación de armas. Disfrutando los últimos puchos del cigarro reflexiona sobre lo duro de la guerra. 

“Nosotros perdimos la batalla por la legitimidad”, concluye pensativo. “Hay cosas que solo se entienden en el contexto del conflicto. Es que la guerra es una vaina pa’ locos”. 

Acaba de terminar su turno de guardia del martes, uno de los pocos momentos en que los guerrilleros concentrados en el PPT de La Y de las Marimondas tienen los fusiles encima.

Escena del combate entre la ‘vida’ (Tobías, de amarillo) y la ‘muerte’ (Jaime, de gris).

El otro momento es por la mañana, a las 5 a.m. hora de la formación, cuando el encargado del campamento reparte las tareas del día, sin distingo de género para mujeres y hombres. 

A unos les toca ranchar, es decir, atender la cocina o rancha y preparar la comida para todos, otros deben recoger leña, organizar las caletas, hacer los chontos (sanitarios), o atender en la recepción a los civiles que llegan constantemente al campamento. 

Durante el día es normal verlos sin los uniformes, la mayoría de civil, algunos con una mezcla entre el pantalón y una camiseta alusiva al Che Guevara, al Junior de Barranquilla, o cualquier otra prenda que complementan con las infaltables botas pantaneras o de cuero, las cuales parecen más apegadas a ellos que las mismas armas. 

Mitad guerrillero, mitad civil, sus prendas de vestir parecieran reflejar el extraño momento en el que se encuentra el proceso de paz, después de la victoria del ‘No’ en el plebiscito, noticia que -dice- recibieron como un balde de agua fía para sus expectativas de paz. 

“Esa decisión fue crítica desde lo político y lo jurídico porque entramos en un limbo en el que tuvimos que hacer un gran esfuerzo para volver una situación desfavorable algo favorable”, dice Alirio Córdoba, quien se encarga del trabajo con organizaciones sociales y es uno de los mandos del campamento.

Cerca de las 5 de la tarde, cuando ya todos han terminados sus tareas, los guerrilleros suelen dividirse en equipos para jugar al fútbol en una cancha de tierra improvisada con arcos de madera. 

Los partidos son de preparación para participar en un mini torneo que tendrá el festival. Guerrilleras contra guerrilleras primero, después solo los hombres y luego todos contra todos.

También juegan civiles, jóvenes que llegan del pueblo a pasar el rato. Uno de esos partidos tuvo lugar ese martes, día en que se enfrentó un equipo de niñas conejeras contra la ‘selección femenina del Bloque Caribe de las Farc’, que terminó ganando 3-0 con un ‘hat trick’ de Jenny, quien, manteniendo la humildad, terminó elogiando a las derrotadas. 

“Esas pelaitas juegan bien y juegan duro”, comentó entre risas después de terminado el partido.

Miro Morillo pone a secar los granos de café mientras selecciona los que están malos para separarlos del resto.

La vereda de las Marimondas está conformada por caseríos o pequeñas fincas ubicadas en la montaña, la habitan campesinos que en su mayoría se dedican a la cosecha del café. 

Subiendo por la Serranía del Perijá, es normal encontrar pequeños grupos esparcidos por las plantaciones, unos siembran, otros recogen. En cada casa hay secadores llenos de café que exponen el grano al sol por varios días para poder ser usado o vendido. 

La zona es tranquila y sus habitantes afirman que afortunadamente no los ha tocado vivir lo duro de la guerra, que sí se sintió con fuerza en los pueblos al pie de la serranía.

Gledys Bula, una de las campesinas que vive en Las Marimondas, cocinando el almuerzo.

Paso obligado

“Uno se acostumbra a ver a los guerrilleros pasar por aquí, también pasa el Ejército, pero de ninguno tengo nada qué decir, porque conmigo nunca han tenido un mal trato”, comenta Carmen Cecilia Bula, una señora de 67 años que vive en una de las casas del sector. 

Carmen, que tiene por apodo ‘La Monja’, comparte con sus hermanos varios terrenos en la vereda, producto de una herencia familiar que los dejó con tierras y parcelas para el cultivo. Su hijo, Elisneider Bula, de 24 años, vive con ella en una modesta casa. 

A Elisneider le tocó prestar el servicio militar cuando tenía la mayoría de edad, dice que fue reclutado por el Ejército porque no tenía como pagar para resolver su situación militar. 

Perteneció al primer contingente del Batallón B-17 en 2012, que tenía entre sus tareas proteger la infraestructura energética y vial del Cerrejón.

“Uno allá se dedicaba a cuidar lo que era el tren, pasaba el tren y uno hacía una avanzada, tenía que estar todo el mundo de pie y estar pendiente de que no fueran a meter el explosivo y volar los vagones”, cuenta.

Durante sus años de guardia, en especial en 2013, el frente 59 realizó varias acciones contra el tren del Cerrejón, volando en dos ocasiones gran parte de su infraestructura. 

Según Elisneider en su pelotón nunca hubo compañeros heridos, pero sí recuerda casos en los otros tres pelotones que había en el batallón. “En el primer pelotón sí hirieron a un muchacho que quedó con la pierna seca por un disparo”, recuerda.

Haciendo una pausa en su relato ve a un guerrillero subir hacia su casa; su madre lo atiende y le da una taza de café, como es costumbre de todos por esta zona. Sentados uno frente al otro, y de la manera más natural, comienzan a compartir historias.

Elisneider cuenta cómo un día, el 12 de noviembre de 2013, salía de permiso de la Base San Jorge, que custodiaba los explosivos usados por el Cerrejón para sus extracciones mineras, cuando su madre lo llamó, preocupada, porque en el Cerrejón “se estaban echando plomo”. 

En esa operación de la guerrilla, de la que participó su interlocutor, murió un compañero suyo a pocos meses de terminar la prestación de su servicio. 

La dura historia, que contrasta con la naturalidad del relato, fue respondida por el guerrillero con tranquilidad. “Es que llevamos mucho matábamos entre nosotros mismos”.

Elisneider, quien prestó el servicio militar, habla con un guerrillero del frente 59 de las Farc.

Miro y el perdón

Una de las casas más elevadas de las Marimondas le pertenece a Miro Morillo y su señora, Ana Bula. 

Miro es un campesino oriundo de Chorrera, corregiemiento de Fonseca, y tiene 76 años. En 2007 duró 12 días en poder del ELN, el cual lo liberó después de hacerle pagar un rescate de 30 millones de pesos. 

“Yo tenía unas tierritas y me dijeron que se las diera, que a mi que me comiera el tigre. Con eso y un carrito que tenía mis hijos reunieron para pagar por mi liberación”, relata Miro. 

La noticia de su secuestro fue muy dura para su primera esposa, que murió de un infarto al enterarse. 

“Por eso estoy por aquí” –dice mientras separa las semillas de café malas de las buenas– afortunadamente conseguí una buena mujer trabajadora que es la dueña de estas tierras”,  apunta. 

Para este campesino, la guerra es un absurdo que debe terminar cuando antes. “Yo soy uno de los que sí estoy de acuerdo, y si me vuelven a secuestrar vuelvo a decir que sí, que hay que hacer la paz. Qué ha se ha ganado con guerra, desastres y desastres, y por qué no se puede la paz”, afirma con esperanza.

Miro está dispuesto a perdonar y dice que las Farc están dispuestas y comprometidas. Cuenta que desde hace años que vive en la montaña ha tenido que presenciar cómo la guerrilla trabaja en sus propios cultivos, en tierras en las que posee ganado y otros animales, y dice que a estas actividades se pueden dedicar una vez dejen las armas.

“Ellos pueden andar y tener tierras, ellos cultivan, ellos quieren trabajar, lo que quieren es que uno les pierda el miedo y darles la confianza y colaborarles. Ya yo he escuchado eso, es lo que andan buscando, porque 50 años metidos en eso y no han conseguido nada”, señala.

Por un momento deja de atender su café y se dirige a la casa. Dairo, uno de los guerrilleros encargado de recorrer ese miércoles el sector se levanta de una silla al pie de la entrada y saluda a su compañero que viene subiendo la montaña. 

–Tienen algo de beber, dice un poco jadeante. 

–Estamos comiendo mandarinas agrias, responde Dairo jocosamente. 

–En ese palo hay unas muy dulces y se van a dañar ahí colgadas porque yo no puedo alcanzarlas, señala Miro que va en camino a servir café. 

Dairo no lo duda y se monta rápidamente al árbol, baja todas las mandarinas que puede mientras que su compañero las recibe abajo. Cuando termina se baja del palo y mira su botín, sonríe contento y dirige su mirada a Miro, le da la mitad de las mandarinas aunque él no las acepta todas.

Pela una y la muerde. En efecto, son muy dulces; se despide de Miro y emprende la bajada con su compañero.

De vuelta al campamento ya es hora del almuerzo, la comida es repartida, como de costumbre, en partes iguales y para todos.

El ambiente es tranquillo. A los guerrilleros se les nota contentos. En esos días recibieron la noticia del nuevo acuerdo de paz, que sus mandos leyeron con diligencia, y aunque encontraron unas discrepancias grandes entre el texto y las declaraciones iniciarles del presidente Juan Manuel Santos, lo recibieron como un avance más del proceso y un seguro para salir del limbo en el que están.

A esa hora aún no se había conocido la noticia de la muerte de dos miembros del frente 37, dos compañeros suyos que fueron abatidos en combate con el Ejército en Bolívar. Uno se llamaba Joaco y la otra Mónica.

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