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Carta abierta de Ernesto Bassi, hijo de Rafael Bassi

Desde la ciudad de Ithaca, en Nueva York, el hijo del reconocido periodista musical fallecido recientemente dedicó unas palabras en memoria de su padre.

El 27 de abril, el mundo de la cultura en el Caribe colombiano lamentó el fallecimiento de Rafael Bassi Labarrera, ocurrida en la ciudad de Medellín por un infarto a sus 72 años. Bassi, destacado melómano, coleccionista y periodista musical, estuvo a cargo de programas radiales como Concierto Caribe, Jazz en Clave Caribe y Vámonos de Fiesta de Uninorte FM Estéreo. 

Para los que asistían a las citas anuales del Carnaval Internacional de las Artes o Barranquijazz, el entrevistador era una presencia constante en las mesas junto con invitados estelares cuya participación él mismo ayudaba a curar con su conocimiento y tino musical.

Esta es la carta abierta con la que Ernesto ‘Tuto’ Bassi, hijo de Rafael Bassi y profesor de historia de la Universidad de Cornell, recordó a su padre y el día de su muerte:

El 27 de abril empezó como todos los días de esta cuarentena. Ithaca un poco fría, pero con señales de que la primavera ahora sí va a llegar. Desayunamos y cada uno a lo suyo. Claudia se puso a trabajar. Elisa hizo sus mates y habló con sus amigos del cole. Yo continué corrigiendo los textos que mis estudiantes me han mandado sobre los viajeros del mundo Atlántico con los cuales estamos montando una pequeña exposición virtual. La cotidianidad total. Nada fuera de lo normal. Lo más llamativo del día iba a ser nuestra conversación con nuestra amiga Christine sobre cómo traducir “gorge”. “¿Es como un cañón pero más pequeño, no? Un valle no es. ¿Garganta? ¿Quebrada? ¿Precipicio?” Al final nos decidimos por quebrada, aunque nadie quedó muy convencido. Eso quisiera que hubiera sido lo de recordar (y rápidamente olvidar) del 27 de abril. Pero no fue así.

Poco después de colgar con Christine me llamó mi papá. O eso me dijo la pantalla de mi teléfono. Llamada de Rafa Bassi. Yo estaba en otra llamada y no contesté. Pensé: hablo con él por la noche. Pero la pantalla se volvió a iluminar. Era Carmen Lucía, mi hermana. Y pensé: termino esta llamada y la llamo. Y ella volvió a llamar y volvió llamar. Y le escribí diciéndole que me diera diez minutos y ella me respondió que la llamara “YA”, que era urgente. Colgué y la llamé. Y en los dos segundos que se demoró en contestarme até cabos y cuando ella contestó llorando, yo ya había empezado a llorar. Y no pudimos hablar; sólo lloramos. Y entre lágrimas me dijo: “Se murió mi papá”. Y lloramos más. Y después lloré con Santi. Y Elisa me abrazó. Y Clau me consoló. Y todavía sigo llorando.

Se murió mi papá. Se fue Rafa Bassi. Y al llanto de mi hermana y mío se unen muchos: mi mamá, con quien compartió toda una vida; Santi, Lau, Caro y Elisa, a quienes se les fue el abuelo cuando todavía les quedaban tantas aventuras por compartir; mis tías, para quienes fue hermano y gran amigo; mis primos y primas, para quienes fue tan papá como para mí; Rosa, quien lo hizo tan feliz durante los últimos años. Y también nos acompañan en la tristeza cientos de melómanos que disfrutaron de sus programas, sus entrevistas, sus mensajes de chat y sus rumbas.

Y en medio de mi llanto, afloran los recuerdos y siento un poco de felicidad. Me acuerdo de los campings en Villaconcha y de los tremendos partidos de béisbol que jugábamos en la playa. Me acuerdo de los carnavales con Disfrázate como quieras y los Cumbiamberitos de San José. Yo disfrazado de mico; Rafa de diablo, de muerte y de Neptuno. Recuerdo —con una sonrisa y lleno de amor—las mañanas de sábado o domingo en que me despertaba y lo primero que hacía, sin querer hacerlo, era pisar a alguno de esos rumberos frecuentes que terminaban la fiesta durmiendo en mi cuarto, en la cama de abajo (¡a quien le caiga este guante, que levante la mano!). Y también me acuerdo del Rico Vacilón y las fiestas de disfraces que mi mamá y mi papá nos organizaban. Y de los campeonatos de béisbol en La Victoria, especialmente en temporada de playoffs cuando, con el estadio lleno, nos enfrentábamos al Terminal del Poli Anaya o a la Ferretería Boston de Lucho de Arcos. Recuerdo la música que siempre llenó nuestro apartamento. Esa música que se metía por debajo de la puerta y se escuchaba desde el primer piso del edificio. Y más allá del sonido, los discos. Recuerdo las muchas tardes en las que, mientras Rafa dormía la siesta, yo me sentaba al pie de su cama a sacar los discos y ver las carátulas. ¡Qué carátulas! La de El Campeón de Joe Arroyo; la de El bueno, el malo y el feo; la de Cielo de Tambores; y tantas otras más. Y me acuerdo de los libros, que terminaron siendo mi pasión. Con Jim Botón y Lucas el maquinista y La historia sin fin, Rafa me dio a Michael Ende y me introdujo al placer de la lectura. Después vino El Mago de Oz y, ya más grande, en la biblioteca que cubría una pared de la sala, descubrí a Conrad, Zapata Olivella, Amado, Süsskind y muchos más. Una navidad me regaló Patas arriba de Galeano y ahí entendí que no hay mejor regalo que un libro. No se si fue él quien me introdujo a Carpentier, pero El siglo de las luces siempre me recordará la semana, hace unos cinco años, que pasé con Rafa en Santiago de Cuba. Poco tiempo después me introdujo a Padura, a quien no hubiera podido entender sin todo el conocimiento beisbolístico que Rafa me dio.

Camping, carnaval, béisbol, música, libros y amor. Así lo recuerdo yo. Y si no se hubiera ido el lunes 27 de abril, estoy casi seguro que él me hubiera dicho cómo se dice “gorge” en español. Ahora, ya ni lo quiero saber.

Ernesto “Tuto” Bassi, Ithaca, NY, abril 29, 2020

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