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La posesión de Donald Trump, el pasado 20 de enero, provocó multitudinarias manifestaciones en EEUU y el mundo. EFE
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¿Es Bannon el poder detrás del trono de Trump?

Este publicista es considerado el “gestor” de toda la política que desarrolla Donald Trump. Semblanza a mano alzada del “ideólogo” del inentendible proyecto político de Estados Unidos.

Es la desnuda simplicidad de Trump lo que hace difícil entenderlo. Cada uno de sus desplantes es previsible con unas pocas noticias sobre sus andanzas de magnate, de candidato o -quién lo creyera- de presidente. Pero no estábamos preparados para entender que Trump pareciera dispararse con cierta regularidad y sevicia.

Casi todo lo que Trump significa podría postularse sin necesidad de la maniobras pintorescas de su lenguaje infantil. Él podría ser el populista que se supone que es sin necesidad de una misoginia escandalosa, de un racismo rampante, o de una supremacía blanca descarada. Y sin esa inacabable corbata roja a la ingle.

Podría ser un republicano cualquiera o incluso un tipo del Tea Party. Digamos un Ted Cruz, que tal vez sea en el fondo peor que Trump,pero que conserva, con alguna dificultad, supongo yo, cierta apariencia de corrección política.

El propio Trump se ve a sí mismo como un outsider. Pero eso no ayuda mucho en realidad. Si él es, como lo supone todo el mundo, un populista, entonces hay que destapar el juego: es un falso outsider. Nadie se parece tanto a lo que Trump finge detestar y combatir como el propio Trump.

Un populismo, pongámonos de acuerdo en cosas obvias, es lo que un populista quiere que sea. Es decir un populista es cualquier cosa. Es por eso que hay populistas para todos los gustos. Los hay en la derecha más delirante o en la izquierda más demencial. Los populistas son así de amplios y flexibles en asuntos de la ideología.

Los populistas y Trump no son muy excepcionales en eso, inventan un “nosotros”. Y, por supuesto, construyen a capricho su alteridad. Es decir, el otro, el ellos, los demás. Los políticos de Washington, las élites, los forasteros, una raza, una religión, un género, cualquier cosa.

Y entonces es cuando las peripecias populistas funcionan muy previsiblemente. Hacen política, por ejemplo, a pesar de que proclaman que la política es un juego sucio. Los populistas desconfían de la representación a la que atribuyen una corrupción de la voluntad general. Desmontada la representación ellos la asumen atribuyéndose una personería que nadie les otorga.

Un populista es alguien que tiene dificultades invencibles para moverse en un mundo de complejidades institucionales y decisiones problemáticas. Prefieren soluciones rampantes, autoritarias, impacientes o mágicas. De allí surgen también sus problemas con la verdad. Prefieren contenidos confusos, vacíos y ambiguos.

Un personaje singular

El populismo es casi inevitable cuando no se puede hacer política en su forma habitual. Y en el mundo contemporáneo ya no se puede casi en ninguna parte. Son la política de la antipolitica. La despolitización mediante la hiperpolitización. Hasta aquí no hay mayores sorpresas. El resto son aportes personales de Trump. Cierta ingenuidad, cierto amaneramiento gestual, cierta ignorancia sin pudor ni culpas, cierta facha pintoresca.

La prensa estadounidense tiene la impresión de que Trump es algo más que Trump. Por ejemplo un proyecto político subterráneo. Y hasta una conspiración extraña e inentendible. En fin, algo más que esa cosa disparatada que es Trump que hasta parece por eso tan inofensiva, y sin más riesgos que aquellos que procuran los disparates.

Y como no es posible deducir nada coherente de lo que Trump dice o calla, entre  otras cosas porque él se contradice a sí mismo a diario, mientras que sus más encumbrados subalternos desdicen y niegan lo que Trump afirma, la búsqueda se desplaza hacia su círculo íntimo, con la esperanza de que alguien suministre un indicio del sentido de una empresa que parecería no tenerlo.

Casi por la exclusión que imponen sujetos en su mayoría desabridos y predecibles, las miradas se orientan con facilidad hacia Stephen Bannon, un personaje lo suficientemente singular como para fantasear con un poder enigmático parapetado detrás del trono. Un Rasputín, un Fouché, un Maquiavelo. Y aunque el resultado es decepcionante, en la medida en que la conclusión es que Trump no necesitaría a Bannon para decir y hacer lo que hace, es preciso reconocer que no hay más a quien echarle la culpa.

De hecho la revista Time y The New York Time han publicado encabezados y composiciones gráficas sugiriendo que Bannon es el verdadero presidente de Estados Unidos. Puede que sea una exageración, pero es un hecho que el “estratega en jefe” de la Casa Blanca y miembro permanente del todo poderoso Consejo Nacional de Seguridad en que Trump ha convertido a Bannon, justifican no solo las atribuciones de poder sino los miedos  que despierta.

Bannon no es el tonto que... Hasta hace muy poco tiempo Bannon dirigía Breitbart News, un noticiero en la web reconocido como vocero de la ‘derecha alternativa’, es decir la extrema derecha radical. De allí saltó a jefe de campaña de Trump y de allí a una de las oficinas más cercanas al recinto oval desde donde Trump ejerce la presidencia.

Bannon tiene maestría en la Escuela de Negocios de Harvard, lo que probaría dos cosas de un solo viaje: que Bannon no es el tonto  que algunas de las cosas que dice le hacen parecer y, un poco al revés, que en todas partes se cuecen habas, incluyendo Harvard.

Los enemigos de Bannon, y aun quienes sin serlo lo consideran un peligro, lo perciben como un supremacista blanco, racista, homófobo, misógino y antisemita. Una definición que bien podría abreviarse con solo atribuirle el extremo más extremo de cualquier derecha extrema.

Bannon ha incursionado en el cine, mediante la producción de dos documentales. Uno es la biografía de Ronald Reagan, y el otro, pásmense ustedes, se titula La invencible y es la vida de Sarah Palin, en los tiempos en que Bannon y otros extremistas pensaban que ella  sería candidata presidencial en 2012. Bastaría esta ligereza para hacerse una idea de lo peligroso que puede llegar a ser.

Intelectualmente, Bannon acogió con entusiasmo las teorías de un par de historiadores de corto vuelo, para quienes la historia es cíclica y predecible según una sucesión de cuatro crisis que se presentan cada 80 años. Neil Howe y William Strauss, que es como se llaman los tipos del oráculo de Bannon, aseguran que los 4 ciclos ya han tenido lugar en los Estados Unidos (la revolución, la guerra civil, la gran depresión y la Segunda Guerra Mundial). Y asumen, muy convenientemente y desde 2008, cuando Bush asumió el rescate del capitalismo de las hipotecas tóxicas que estamos entonces en los nuevos tiempos, en el nuevo orden mundial, en los acontecimientos mesiánicos  y apocalípticos, en la ‘guerra santa’.

“Solo en una república corrupta, en tiempos corruptos podía emerger un Trump”, dijo Bannon explicando el rol que un personaje tan ordinario como Trump tenía en los tiempos mesiánicos de su propio acontecimiento. El costo de no atender ese despertar que los  historiadores predicen, el mundo moderno podría llegar a su fin. Podremos enfrentar el fin del hombre en una guerra global que conduce al Armagedón. Semejante destino podría evitarse si acogemos las prédicas adivinatorias de Trump, Bannon y Sarah Palin.

Bannon piensa, muy coherentemente con lo dicho hasta aquí, que Estados Unidos está ya en guerra contra el Islam y que antes de 10 años lo estará con China. Esos esfuerzos  adivinatorios subsisten a pesar de que los historiadores de la teoría generacional (a Ortega y Gassett las mismas teorías apenas le sirvieron para su condescendencia para con el fascismo) anticiparon que para el año 2000 algunos terrícolas “...se embarcarían en un Concorde alquilado justo después de la medianoche y se irían a través del tiempo desde el tercer milenio al segundo”. Créanme, es verdad, no estoy mamando gallo.

Si bien Bannon se cree Tomás Cromwell en la Corte de los Tudor, también se cree un Lenin bastante conspicuo que “…quería destruir el Estado, y esta también es mi meta. Yo quiero hacer que todo se derrumbe y destruir el establecimiento”. Quienes lo desprecian y letemen le atribuyen el chiste de que “el Ku Kux Klan me pareció bien hasta que supe que fumaban marihuana”.

No es un chiste, sin embargo, que Blomberg lo considera “el agente político más peligroso de Estados Unidos”. Tampoco que David Duke, el ‘gran mago’ del Klan, piense que “Stephen Bannon es el hombre que Trump debe mantener cerca”. Bien cerca.

Un discurso esperado

Todas estas excentricidades no sirven para descalificar los talentos de Bannon. Sus enemigos jamás han desconocido esa inteligencia particular que le permitió intuir que el triunfo de Trump era posible y construyó, además, un discurso que no solo era esperado por medio país, sino que se ajustaba sin tensiones ni dificultades al lenguaje, antecedentes personales, tenacidad, desparpajo, arrogancia y falta de escrúpulos del candidato. Tal vez Sarah Palin era un disparate mayúsculo, pero Trump no, a pesar de Trump.

Wikipedia le atribuye a Bannon haber confesado recibir influencias de Leni Riefensthal, cinematografista y propagandista del Tercer Reich. Es probable, sin embargo, que Bannon se refiera a técnicas de cine y no necesariamente a sus vínculos con Hitler. Pero los medios de prensa recuerdan con cierta frecuencia que en su noticiero de la web se divulgaban titulares muy emblemáticos: “las pastillas anticonceptivas las vuelven feas y locas”. A las mujeres, a quienes le pregunta: “¿Prefería que sus hijos fueran feministas o tuvieran cáncer?”.

Según Hollywood Reporter, Bannon habría dicho alguna vez: “la oscuridad es buena. Dick Cheney, Darth Vader, Satanás. Eso es poder”. Más recientemente fue despedido de Breibart News –es decir el medio que dirigió durante 6 años Bannon– por su editor Milo Yiannpoulos, un católico, homosexual (que predica que todos vuelvan al clóset), islamófobo rabioso, ultraderechista y provocador consumado.

Yiannpoulos había escrito: “la atracción sexual hacia alguien con 13 años, que es sexualmente maduro, no es pedofilia”. Apenas unos días antes, más precisamente en febrero de este año, Trump tuiteó así: “La Universidad de Berkeley no permite la libertad de expresión y practica la violencia sobre personas inocentes. ¿Retirada de fondos federales? “Se refería el presidente a que los estudiantes impidieron una conferencia del editor de marras. Twitter le retiró la cuenta. Hay que conceder que cuando el episodio de la pedofilia, Trump no respaldó al ‘pitbull’ de los medios digitales. Al menos, no en público.

Es probable que Trump tenga una  idea confusa de su destino político. Pero Bannon tiene una idea muy clara de sus propósitos. La historia dirá si la democracia liberal puede defenderse de ambos. Y es posible que no obstante el alboroto, el desconcierto y la perplejidad, el primer mundo occidental no esté todavía en capacidad de entender cabalmente  lo que se le vino encima.

La demagogia y la insensatez acaparan el debate político. Es por lo menos extraño ver al país líder del capitalismo globalizado imponerle el domicilio a las grandes corporaciones bajo el pretexto de un proteccionismo demagógico. El racismo que preside la escena del muro infamante en la frontera mexicana, la  islamofobia, las complicidades con la Rusia de Putin, el ‘choque de civilizaciones’ que se estimula y provoca, las tentaciones autoritarias, la resurrección de las ideas fascistas, el desprecio por la democracia, las ‘debilidades’ del liberalismo y los derechos humanos, el armamentismo, la posibilidad del regreso de las guerras que Trump piensa que hay que volver a ganar son, por los menos, un mal, un pésimo presagio. Y es difícil seguir pensando que en las manos de Trump, de Bannon, del vicepresidente Pence, del secretario de Justicia Sessions, del secretario de Vivienda, que cree que la esclavitud forzada de sus ancestros africanos es asimilable al éxodo de los inmigrantes de hoy, en fin, es difícil creer, digo, que el país de Sarah Palin y del editor Yiannpoulos sea todavía ‘la ciudad que brilla sobre la colina’ que los gringos creían simbolizar. No  parecen verosímiles el brillo, la casa ni la colina misma.

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