El Heraldo
Mundo

Caracas, la confusa calma de una ciudad convulsa

En medio de la crisis las familias se la juegan para tener lo básico.

*JULIO MATERANO
Especial para EL HERALDO

La rutina disfrazada de normalidad se roba la atención en cualquiera que sea la calle de Caracas, una ciudad capaz de alternar sus vías convulsas, de caminos siniestros, patrullados por tanquetas, con la costumbre de la emergencia humanitaria: la normalidad en una urbe donde falta todo en los hospitales, las escuelas suspenden las clases por cuenta de las protestas políticas y no hay transporte para ir a trabajar.

En medio de la crisis de gobernabilidad que sacude al país, las familias se la juegan para tener lo básico. El contexto actual, torcido por la dualidad del Ejecutivo nacional, quiebra a más de uno en la calle y, en lugar de aplacar la incertidumbre que se instaló en la Nación, alimenta el rumor de los sables, el murmullo de la intervención y el chasquido de la represión que mantiene en vilo a por lo menos una decena de comunidades en el Área Metropolitana de Caracas.

Andreína Gutiérrez, una madre de familia que dice tener a sus cinco hijos fuera de Venezuela, señala que intenta imponerse al aire enrarecido que conduce el desencuentro de las miradas en la calle.

“Aquí tiene que pasar algo. Pero con la Fuerza Armada secuestrada por el chavismo es difícil que la gente sencilla, de la calle, pueda enfrentarse contra las armas”, comenta Gutiérrez quien se desempeña como docente en un colegio público.

Su lectura de país no es una apreciación aislada. En Caracas, que es el corazón administrativo de Venezuela, las calles flanqueadas de militares y policía muestran los colmillos a los disidentes de Nicolás Maduro. En las avenidas derruídas, con penetrante olor a orín,  parece haber más espacio para la basura descompuesta que para las protestas. Maduro ha echado la fuerza paramilitar a la calle: los colectivos.

En la calzada la crisis económica compite con el derrumbe institucional y no hay límites claro. La realidad no conoce de coto. Magali Fernández, una residente de la urbanización Candelaria, lo describe con su verbo sencillo: “Cuando abres tu nevera y ves que no tienes nada para comer, o manipulas el chorro y no sale agua, entiendes que no hay Gobierno que valga. Escasean los antibióticos y medicamentos en las farmacias y los precios no se aguantan. Se duplican casi por día”, cuenta.

A la pregunta de cómo mira la situación del país, Alonso Medina, un comerciante cuyos padres llegaron de Colombia hace 29 años, no escupe más que su lamento, el jadeo de sus días y la propia vivencia de la crisis. 

En los días buenos, dice, logra comer lentejas con plátano y arroz. “En los peores te comes las lentejas con cualquier cosa. En mi casa, donde somos seis personas pasamos de hacer tres comidas a solo una por día. Soy el único que trabaja, pues mis hermanos están haciendo sus papeles para irse a Perú. Parece que no hay nada que hacer”, se rinde. 

En 9 días de protesta contra la dictadura, suman 35 los muertos en situaciones irregulares, la mayoría de ellos a manos de la policía.  Y 12 trabajadores de la prensa, entre ellos 8 periodistas extranjeros, han sido detenidos por el régimen.

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