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Mis grupos de Whatsapp

Hasta hace un año quise resistirme al uso de la tecnología por lo que mi teléfono móvil era el popular flecha (sumado a que no tenía el dinero para comprar uno más actual). Con él vivía feliz y dichoso, llamaba y recibía mis llamadas, jugaba al gusanito, me despertaba todas las mañanas, me servía como linterna, la batería me duraba hasta tres días y lo mejor de todo era que no sufría de dependencia. Si sonaba lo sacaba, sino permanecía en mi bolsillo saecula saeculorum para no ser presa de burlas por parte de la manada de pirañas que tenía como círculo social.

Pero desde entonces, para bien o para mal, la compañía para la cual trabajo me dio un teléfono “inteligente” y de inmediato todo cambió. Como buen espantajopo descargué cuanta aplicación barata e inservible pude y, entre revisar mis correos, Facebook, Twitter, Whatsapp, tomar fotos, ver videos y jugar Sudoku mi batería hoy día no dura ni 12 horas.

Ahora sufro del síndrome de “la vibración fantasma”, que no es otra cosa que la sensación constante de sentir la vibración (o sonido) del celular y apresurarme a mirarlo para darme cuenta que no tengo ningún mensaje.
Tal vez una de las aplicaciones que más utilizo y a la que le había encontrado mayor utilidad es el Whatsapp. Sin necesidad de gastar minutos del plan uno se puede comunicar de manera directa, efectiva y concreta con familiares, amigos, jefes y clientes. Hasta ahí todo genial, pero a algún genio se le ocurrió la grandiosa idea de crear “Grupos” y ahí si nos jodimos todos.

Al primero que me unieron fue al de un grupo de viejos amigos de barrio. Tan pronto recibí la invitación me dije –ve, que del putas, aquí puedo saber qué ha sido de la vida de cada uno de mis vecinos que hace tanto no veo-. Pero no, la realidad distaba bastante de ese ideal. Como un enjambre en celo empezaron a enviar chistes, videos, cadenas (los mismos que se publican en Facebook) y mensajes que en nada tenían que ver con el objetivo del grupo.

Basta con dejar de ver mi celular por quince minutos para que le entren al menos 50 mensajes. La pitadera del dichoso aparatico es incesable y puede volver loco a cualquiera. No importa si son las 5 am, medio día o las 11 de las noche, el bendito aparato nunca deja de sonar. Lo interesante del caso es que todos se creen graciosos por enviar un mensaje que no es de su autoría y que además ya lo he recibido o visto con anterioridad al menos unas diez veces. Creo que me volvería millonario si lograra crear una aplicación que responda automáticamente con un “jajaja” cada 5 minutos en un chat de grupo.

Durante los primeros días de haber sido agregado hice hasta lo imposible por tolerarlo, pero pasada una semana mi límite expiró y tomé la decisión de abandonar el dichoso grupito justo cuando alguien cercano me explicó que al salirse le aparece un mensaje al resto de los integrantes que dice “Antonio se ha ido del grupo”. Es decir, que tras que te agregan sin pedirlo, te someten al escarnio público por irte y serás la comidilla de ellos por largo rato. Nojoda, ustedes me perdonan, pero ¡Whatsapp si manda huevo!

Los que me conocen dirán que no me importa el qué dirán, pero debo confesar que tampoco soy del todo inmune a un grupo sediento de hablar lo que sea y de quien sea. Traduciendo esto al castellano, no tuve el valor suficiente de salirme y aún me siguen torturando los 596 mensajes diarios.

Como al que no quiere caldo se le dan dos tazas (tres en mi caso), me unieron al grupo de la familia y al del trabajo. Ambos imposibles de evadir. En el primero he encontrado la facilidad de saludar a todos con un simple “buenos días” y actualizarme con las fotos de sobrinos que por la distancia que nos separa no puedo ver. Pero, siempre hay un pero, al igual que en el grupo de vecinos todos mandan chistes en cadena, videos de doña “Mechas” con su Juanpa y los famosos “memes” que inundan las redes sociales. De este grupo sería impensable abandonarlo ya que mi hermana me retiraría los afectos y mi madre me desheredaría de las deudas.

En el otro grupo, el del trabajo, las cosas no son muy diferentes. Puyas van, puyas vienen, comentarios políticos, deportivos, doña “Mechas” por aquí, “memes” por allá, muchos “jajaja” cuando el que envía el mensaje es el jefe (ojo, yo no soy la excepción a la regla), y de trabajo pocón pocón. Pero, dígame usted, ¿quién carajos se atrevería a salirse del grupo por más que quisiera? Sería como decirle al jefe “vea, sabe qué, me importa un carajo su empresa” y pensándolo bien no quisiera engrosar la larga lista de desempleados de mi bello país.

No contento con todo esto, ayer me unieron a un grupo de oración al cual pertenezco, donde cabe resaltar, la gran mayoría son jóvenes entre 15 y 25 años. Lo que quiere decir que todo lo anterior (mensajes, videos, memes, mechas y jajajajs) se multiplicaron por diez. Y yo tan feliz que era con mi Nokia 1100.

Esa fue la gota que rebosó la copa. Con ellos no sentí presión alguna y esta mañana luego de escribirles “hermanos de comunidad, me voy a salir del grupo porque esta tarde me cambian el número de celular, tan pronto tenga el nuevo les aviso para que me agreguen nuevamente, bendiciones” los abandoné para siempre. Listo, santo remedio. No sé si se comieron el cuento o me tuvieron al paredón por unas horas, lo cierto es que me libré de ellos con un solo clic

Solo espero que Dios no me castigue por esto. Pero, acaso Él tiene Whatsapp? Y Si decide tenerlo espero que no se ponga a enviar huevonadas!

Mi Twitter: @AJGUZMAN

Otros artículos del autor: http://www.elheraldo.co/users/antonioguzman

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