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Tomadas de la mano, Rosa Yepes y Dominga Hincapié llegaron el sábado pasado a la falda del desaparecido rodadero. Igual hizo Julita Rodríguez, pero en silla de ruedas. Hacía más de 30 años que las dos primeras no visitaban el sitio.

En medio del ruido de una retroexcavadora que trabajaba en el desmonte del Parque Acuático y de la melodía de Amarte más no pude, uno de los inmortales vallenatos de Diomedes Díaz que sonaba en un estadero, fijaron su mirada al cerro, al tiempo que sus cabezas se movían en signo de negación.

Una mezcla de tristeza y melancolía se apoderó de las tres abuelas samarias: aquel rodadero de arenas blancas, que ellas descubrieron hace más de seis décadas, ya no estaba. Por 20 años fue reemplazado por la concesión del Parque Acuático.

En ese hermoso rincón del Caribe, donde los vientos del norte soplaban infatigables, las amigas apretaron con fuerzas sus manos y expresaron: '¡Qué tiempos aquellos…!'. EL HERALDO reunió a Rosa, de 103 años; Dominga, de 88, y Julita, de 89, para rememorar los tiempos de la 'montaña dorada' sobre la que se deslizaban hasta caer en las aguas cristalinas del mar.

La montaña de arena blanca en los noventa.

Un nuevo rodadero. El encuentro tenía como objetivo conocer qué piensan los samarios –en especial de la ‘vieja guardia’ como ellas– del anuncio que el alcalde Carlos Caicedo hizo hace una semana: la ciudad y su más popular y reconocido balneario recuperarán el emblemático rodadero. Para ello fue demolido el 'parque acuático invasor', como lo definió un vendedor de frutas, y en su remplazo será reconstruido el montículo de arena que se convirtió en el ícono para propios y extraños.

La recuperación fue una petición que el artista samario Carlos Vives hizo a Caicedo. Por eso los dos presidieron, el 3 de noviembre, la ceremonia de inicio de las obras del nuevo sitio. 'Después de 25 años, recuperar el Rodadero será una realidad', dijo el mandatario.

Durante el reencuentro de las tres abuelas, con envidiable lucidez mental, recordaron que desde Gaira, donde vivían, llegaban a pie hasta la playa. En ese lugar, Rosa montó kioscos en los que ofrecía pescado con patacón y arroz con coco a esporádicos turistas que llegaban atraídos por la loma de tierra que subían a pie y bajaban rodando hasta caer al agua. Recuerda que fue ella la que sembró los árboles de uvito que daban sombra a las personas que, bajo un sol calcinante, trepaban la cima del rodadero.

Julita era agente distribuidora de Pepsi Cola y con los años se convirtió en empresaria del turismo, dueña de una de las ‘chivas rumberas’ más célebres: Mi Ranchito.

Pero Dominga –hoy dueña de un hotel– fue quizás la que visionó que el montículo de arena sería, años después, el símbolo de un emporio turístico y balneario al que le pusieron por nombre El Rodadero, en honor a la montaña de arena.

Vista del balneario y el viejo rodadero hace 40 años .

Los recuerdos. Apoyadas en sus bastones y en la silla de ruedas, Rosa, Dominga y Julita rememoraron nostálgicas: 'Este rodadero no es ni sombra de lo que fue', coincidieron.

Las amigas, parientes y comadres –Julita es madrina de un hijo de Rosa y esta a su vez es tía política de Dominga–, aseguran que el montículo llenaba de felicidad a miles de personas cada semana.

Rosa no solo tiene vivos los recuerdos, sino que es la que compila más historias. 'Yo era una campeona en rodar por el cerro, al punto de que me convertí en una instructora de las cachacas que llegaban de paseo', comentó. Con sus manos describía cómo les enseñaba a los turistas a dar las volteretas en cada rodada para que 'la arena no se le metiera a los ojos'.

Para esa época –relató– había un ‘sobador técnico’, llamado Julio Jiménez, que atendía a quienes se doblaban un pie o un brazo. 'Se ganaba sus propinas y a veces heredaba las camisetas y pantalonetas de los bañistas', contó.

Leopoldo III y Gabo. Lo que quizás nunca se había dicho, tal vez porque Rosa Yepes no lo divulgaba, es que uno de los fascinados con el rodadero fue el rey Leopoldo III de Bélgica, quien gobernó su país entre 1934 y 1952. Aunque no concreta fecha, la visita del monarca fue a mediados de la década del 40.

Recuerda que a ella le tocó atenderlo, junto con su comitiva. 'Era hermoso', dice y agrega que ese día se fue hasta Taganga a 'comprar los mejores pescados para su majestad'.

Ante tantas historias, Julita Rodríguez sacó del baúl de los recuerdos el encuentro que tuvo con Gabriel García Márquez. 'Estábamos sentados en un kiosco, frente al rodadero, y le dije que ayudara a Aracataca, que él podía construir una escuela, pero su respuesta fue negativa: ‘¿Yo por qué?’, me dijo', confesó.

De ahí en adelante ella le cogió rabia al laureado escritor porque 'no era lo que todos pensaban. Me dolió mucho porque yo nací en Aracataca', indicó.

Dominga, menos comunicativa que sus amigas, afirmó que cuando era una muchacha solía ir al rodadero con amigas, previo permiso sus padres.

A mediados del siglo pasado Rosa vendió el lote donde tenía los kioscos para que construyeran el hotel Tamacá. Sin embargo, continuó con el negocio de las comidas y se ubicó en la parte norte de la playa. Así se convirtió en la empresaria que repartía los alimentos a todos los constructores que fueron poblando de edificios el balneario.

Rosa, Dominga y Julita sostienen que la vejez está en función no solo de la edad, si no de la actitud, por eso ellas confían en que pronto verán bajar a sus nietos y bisnietos por la arena del nuevo rodadero. 'Alcalde Carlos Caicedo, sepa que no perdemos la ilusión', fue su mensaje para el mandatario.