JOSÉ TORRES"A los damnificados de Campo de la Cruz, albergados en Puerto Giraldo, aún no les ha llegado la ayuda del Gobierno.

Los banderines rojos que hace una semana colocó la Gobernación del Atlántico en unas 500 casas del corregimiento de Puerto Giraldo (Ponedera) para ubicar a los campocrucenses damnificados que fueron acogidos por familias de ese pueblo, se han convertido en símbolo de olvido.
Armando Pérez Martínez, quien hace parte de la lista de los 2.200 afectados de Campo de la Cruz que se refugiaron en esa población, asegura que desde que fue censado junto a su mujer y su hijo de 8 años no ha recibido ni un solo mercado de los miles que llegan a decenas de albergues en el Sur del Atlántico.
En la misma situación se encuentran sus paisanos, debido a que los camiones que transportan las ayudas pasan de largo por la carretera Oriental para entregarlas en los refugios de los municipios inundados y en los cambuches levantados en un costado de la vía.


OBLIGADOS A MENDIGAR. A Pérez, un agricultor de 38 años quien vivía en una casa alquilada en el barrio 8 de Febrero, en Campo de la Cruz, donde nunca tuvo que pedirle nada a nadie para sostener a su familia, ahora se ve obligado a salir a mendigar en Puerto Giraldo para poder comer.


Cuenta que todos los días sale bien temprano con su niño, Sergio David, quien tiene un brazo enyesado desde antes de la emergencia, y recorre las calles pidiendo alimentos. Lo mismo hace su mujer, pero por separado, ya que, según dice, así logran recaudar más. “Algunas veces llego a la Oriental a buscar ayuda, pero muchos socorristas no me creen que soy damnificado porque no me ven metido en un refugio, me ignoran y no me dan nada”, comenta.


Por suerte, en medio de la adversidad hubo un habitante de Puerto Giraldo que se apiadó de su familia y le tendió la mano cuando más lo necesitaba. Con gratitud recuerda que cuatro días después de dormir a la intemperie junto a su mujer y su hijo en la orilla de la carretera, luego de evacuar su casa, apareció Javier Gutiérrez Díaz.

quien, sin el menor reparo, les dio posada en su vivienda.


“Ese señor llegó como un enviado de Dios. En esos días vivimos una pesadilla de la que no quisiera acordarme. Escasamente podía conseguir agua y pan, que solo alcanzaba para darle a mi niño. Mi mujer y yo pasábamos sin probar bocado”, dice mientras carga al pequeño Sergio David.


Su tragedia comenzó en la madrugada del 2 de diciembre, cuando un vecino tocó con desespero su puerta para avisarle que Campo de la Cruz se estaba inundando. Asustado corrió hacia la cama de su hijo y lo levantó. En ese momento el agua le llegaba a las rodillas, pero la corriente que entraba al pueblo era tan fuerte que fue fácil imaginarse que en pocas horas las casas se anegarían por completo.


Rápidamente empacó unas cuantas mudas de ropa y se marchó con su familia en busca de un lugar seguro en la vía Oriental. Al día siguiente, tal como lo habían supuesto, el agua terminó de invadir el pueblo. Con la esperanza de rescatar sus pertenencias, Pérez se aventuró a regresar a su vivienda en una canoa, pero fue poco lo que logró sacar. Las cinco gallinas que tenía en el patio se habían ahogado y muchos de los enseres estaban inservibles.


Quedó en la ruina y hasta ahora su único apoyo es la familia Gutiérrez, conformada por cinco niños y dos adultos, que en un acto digno de admirar le cedió una de sus dos pequeñas habitaciones hasta que las autoridades competentes le resuelvan su difícil situación. “Hasta ahora lo único que he recibido de la Gobernación es una bandera roja”, dice triste el damnificado.

Por: Víctor Ovalle Gil

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