
Luis Miguel Carreño es el mejor ejemplo de que las inundaciones en el Sur han unido más a las familias de esta devastada zona del Atlántico.
Porque este santalucense de 29 años, afectado por polio desde los cinco que desde entonces le impide caminar, se fue ayer a su pueblo natal en busca de sus papás a quienes no veía desde que salieron del pueblo con el dolor de su alma por culpa de la emergencia que allí se vive desde el 30 de noviembre cuando se rompió un boquete en el Canal del Dique.
En contra de su voluntad, Luis terminó en casa de unos amigos en Sabanalarga, mientras que sus papás Luis Miguel, agricultor y Alix Orozco, ama de casa, decidieron quedarse para cuidar lo poco que les quedó.
Fue así como con ayuda del pastor evangélico Ever Salas, quien ha buscado refugio en casas de familia a 72 damnificados, se subió a una lancha hasta Santa Lucía.
Apenas se bajó, Salas lo sostiene de las piernas mientras él se impulsa con mucha agilidad con la palma de sus manos.
“Quiero saber cómo están mis papás y al mismo tiempo, traerles un mercado porque aquí la situación es bien dura”, sostuvo, sin perder una pizca de ánimo pese a su esfuerzo físico.
Y apenas comenzó su travesía, uno de los amigos con los que se encontró en el carreteable lo se ofreció a llevarlo en barra su bicicleta.
El de Luis es apenas una muestra de las difíciles condiciones en que permanecen cientos de familias damnificadas en este Municipio del Sur.
Como es el caso de Malvis Torres García, de 38 años, quien vivía en el caserío Si nos dejan junto con su marido y sus cuatro hijos.
“No teníamos a dónde ir y nos ubicamos en un cambuche sobre el carreteable, como lo han hecho muchos. Mire la hilera”, asegura en medio de sollozos.
Según Malvis, allí están sobreviviendo de la solidaridad de particulares porque de la mano del Estado no han visto nada.
Necesitamos colchonetas y calzado. Solo llegan mercados, ni siquiera han venido a ver como estamos, afortunadamente no se han presentado brotes de epidemia.
Pese a las condiciones, en el cambuche salta a la vista la solidaridad entre los damnificados: se turnan para asear la vía, recoger la basura que la llevan en canoa para depositarla a 400 metros lejos del pueblo.
¿Quién les paga por ese trabajo?, le pregunto.
Y rápidamente, su compañero Andrés Sabalza me respondió que es la empresa Aseo General que presta el servicio en el pueblo.
¿Y cuánto se ganan?, insistí.
Diecisiete mil quinientos por día trabajado. Pero el servicio apenas lo estamos prestando hace 10 días porque nosotros lo que sabemos es sembrar.
Y con el dinero que reciben, logran comprar lo indispensable para que sus hijos coman.
Pese a su dolor, Malvis interrumpe para un nuevo clamor.
¡Que venga el gobierno pa que sepa cómo pasamos trabajo!
Por: Leonor de la Cruz