LA VERDADERA HISTORIA DEL CAIMÁN CIENAGUERO
No pretendo cambiar la Leyenda del Caimán cienaguero, ni mucho menos, simplemente y con mucho respeto, es un relato subjetivo de un suceso acaecido, respetando los verdaderos nombres de los protagonistas; brindándoles una Historia Mágica de este Macondo inspirador, gracias al “recorderis” de mi gran amigo y Hermano Masón: Luis Andrés Ospina Daza.
Eliodoro Hernández terminaba de recoger su artefacto de pescador por enésima vez, en igual número de lanzadas, sin lograr acumular ningún fruto marino entre sus redes, eran las tres de la madrugada y desde las nueve (9) de la noche del día anterior estaba ejecutando su rutina de pescador, sin éxito alguno.
Solo el cielo estrellado y la inmensidad de la Ciénaga Grande del Magdalena le ofrecían una compañía inestable, ya que la aurora irrumpía y los múltiples cuerpos celestes como arbolito de navidad comenzaban a apagarse lentamente.
Terminó de aspirar el último sorbo de un tabaco cubano que le servía de repelente contra los mosquitos, con las enormes bocanadas de humo que salían de sus fosas nasales en cada expirada gigante que realizaba.
---- ¡La última tirada del trasmallo y va con fe viejo Elio!, se decía el mismo en voz baja, para animarse un poco. Lanzó con fuerza la multitejida red y espero en silencio dentro de su canoa a unos doscientos metros del Puerto de las Mercedes de Aldea Grande. Se quedó dormido y fue despertado por los movimientos repetitivos de la Red que le apretaban sus callosas manos, como dentelladas de miles de pirañas.
Al atraer hacia él su artesanal artefacto de pesca, sentía mayor oposición en su halar acelerado por descubrir que había atrapado, para sorpresa suya observó a un pequeño caimán de anteojos, cachirre, babilla, blanco o baba (Caimán crocodilus), que es una especie de reptil carnívoro que habita los diferentes tipos de cursos de agua dulce, ciénagas y pantanos en el sur de México, Centroamérica y el noroeste de Sudamérica, especialmente en la Ciénaga de Aldea Grande, donde pescaba Eliodoro.
La desenredó de la atarraya (era una hembrita) con sumo cuidado, labor difícil para sus crudas y rurales manos, la colocó en una caja de icopor y se marchó a su casa con el único tesoro de su improductiva jornada.
Al llegar a su casa le ofreció la caja a su mujer: ---- Mira Petra Daza lo único que pesqué fue esta “babillita”, prepárala como tú sabes y ponla en la mesa para desayunar con ella.
---- Tu “estái” loco Elio esa migaja de comida te “quedai” en un hueco de la muela, con lo que tú “tragai”, repuso Petra en su español cantado y rítmico como las melodías mismas de su tierra natal: el Valle del Cacique Upar.
Al instante todos sus hijos (siete en total) rodearon al pequeño saurio y decidieron adoptarlo como mascota oficial de su nutrida familia, nutrida no solo por el número de integrantes, sino por la robustez de todos y cada uno de ellos, acostumbrados a devorar manjares marinos, terrestres, aéreos y de cualquier especie, que su papá llevara a su hogar, pues además de pescador, Elio era un excelente cazador.
Desde ese día “Magola”, la babilla se posesionó oficialmente en su nuevo hábitat, siendo la sensación de propios y extraños; fue criada con leche de burra, porque Eliodoro decía que esa era la mejor leche, ya que esos animales aguantaban tanto trabajo, precisamente por ser amamantados por ese líquido potente.
Por laguna tenía una alberca gigante más profunda que alta, construida en el patio de la casa, donde permanecía gran parte de su tiempo, abastecida por cuanto animal marino que quedase atrapado en las redes de Elio, incluso se le surtía su alimento en porciones estrictamente pesadas y cortadas en tamaños iguales.
Se paseaba por toda la casa, siendo la parte inferior de la cama matrimonial su lugar predilecto para sus largas siestas; jugueteaba con los niños por largos ratos y tenía sus propios juguetes en forma de peces, tallados a mano en los mangles más robustos de la región, por el propio Eliodoro.
Y así creció Magola… , hasta que se convirtió en una hermosa babilla adulta, sin ninguna contrariedad para su salvajismo innato; hasta que un día por fallas de un reflejo mal utilizado por los humanos, logró rasgar la pierna derecha de una de las niñas de la casa (ya no tan niña) y para que la soltara, el amigo Eliodoro tubo que propinarle un machetazo que le rasgó su ojo derecho, convirtiéndola en la babilla de un solo ojo, imagen que exhibiría como trofeo hasta el final de su vida, como escarmiento a su agresión.
A la agraciada joven le quedó la costura quirúrgica en grandes puntadas sobre su hermosa y torneada pierna en la región de los gemelos, cicatriz que mostraba y explicaba a cuanto turista llegara a preguntar por Magola.
Tiempo después una amiga mía de Barranquilla, necesitaba hacer una Tesis sobre Las Fiestas del Caimán de Aldea Grande y a viva voz de la protagonista escuchó el relato de la joven agredida, que levantando su falda mostraba las cicatrices de una pretérita mordida.
Esto motivó la creatividad de Amalfi Cabrera de Los Ríos, quien con tanto argumento recogido, terminó por darle un nuevo enfoque a su Tesis de Grado y la fundamentó con fotografías y grabaciones en casetes de todos y cada uno de los habitantes de la Familia Hernández Daza de Aldea Grande.
Entonces entendimos que el Caimán de la Leyenda de Darío Torregroza Pérez, era solo eso… una Leyenda, en donde narra que se comió a una niña de nombre Tomasita Urieles Bojato en el Puerto Cachimbero un 20 de enero de hace mucho rato…
Pues, no era un caimán sino una babilla fémina (valga la redundancia) de nombre Magola, ni mucho menos se comió a la niña, la mordió en su pierna y ya no era una niña sino una agraciada joven que por nombre no lleva Tomasita sino Zenobia y se apellida Hernández Daza en vez de Urieles Bojato.
No fue en Cachimbero sino en la propia casa de los Hernández Daza, un día de agosto de inicio de los años setentas.
Inclusive los tradicionales versos cambiaron por:
“En una tarde de agosto en la casa de los Hernández, una babilla amaestrada mordió a Zenobia en su pierna.
¡Ay! “mijita” Linda dónde está Zenobia?
¡La babilla la mordió mamá! Y la llevaron al Hospital…
Y aquí termina la Historia de esta babilla “Aldeagrandista” que un día mordió a Zenobia en el patio de su casa”
Quiero aclararles apreciados lectores que la babilla fue estimulada durante su alimentación, con movimientos de mano de su alimentador (como cuando uno hace un lanzamiento en Softbol), expulsando simultáneamente la porción de comida (en vez de una pelota). La vez del accidente una de las jóvenes hizo el movimiento reflejo condicionado sin arrojar alimento alguno y la babilla interpretó que la hermosa pierna de Zenobia era la presa tirada, por lo que procedió a morderla…
Fueron muchas Fiestas del Caimán donde Magola fue paseada con danza incluida por toda la población, colocándole alrededor de su hocico una gruesa cantidad de cinta negra o gutapercha, para que no mordiera a nadie.
Y así transcurrió la famosa vida de la tuerta babilla, hasta que falleció su dueño: Don Eliodoro Hernández, desde ese instante se postró en los pilares de la cama matrimonial de sus amos, donde hacia sus siestas, sin volver a ingerir alimentos.
Se envolvió en su propia pena y sin lanzar una sola lágrima de cocodrilo, porque era una babilla, atravesó el charco de este acuoso mundo para acompañar en la Ciénaga Grande del Valle etéreo de la muerte a su amo y gestor…
Por: Víctor Hugo Vidal Barrios.