El Heraldo
El técnico forense del CTI de la Fiscalía recolecta las evidencias fotográficas del doble homicidio registrado la noche del pasado martes en el barrio Olaya. Josefina Villarreal y Archivo
Judicial

‘Señor Azul’, el agente que levanta los cadáveres

Ser técnico forense del CTI es convertirse en los sentidos del fiscal en la búsqueda de justicia desde la escena del crimen y, a la vez, aprender a vivir con una doble identidad en una sociedad violenta.

Desde que se convirtió en agente aprendió a llamarse como no le llamaban sus padres, a trabajar imaginariamente en una caja de compensación y a parecer un hombre “común y corriente” para ocultar su identidad. Entonces, al presentarse ante desconocidos, a veces se llama Carlos, otras Javier o Jaime, pero sus compañeros de trabajo siempre le llaman Señor Azul. 

El nombre lo adquirió en una clase de seguridad y vigilancia cuando hacía el curso de Policía Judicial, hace dos años.

“En ese momento aprendíamos sobre agentes secretos o encubiertos y teníamos que hacer una caracterización; entonces, yo escogí llamarme Señor Azul, el mismo nombre que había utilizado un reconocido agente del FBI del pasado. Desde ese día me bautizaron”, cuenta. 

Hoy es uno de esos hombres que, cuando aparecen en películas o series de televisión, suelen ser vistos como personas frías y sin escrúpulos, siempre en contacto con la muerte y la violencia. Sin embargo, a sus 50 años, el Señor Azul se siente capaz de decir que está haciendo el trabajo que siempre soñó: es un técnico forense del Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) de la Fiscalía. 

De lo administrativo a lo operativo
Miembros del CTI revisan las pertenencias de un cadáver en Villa San Carlos.

La oficina donde se desarrollaba la entrevista era pequeña, pero privada. No era suya, por supuesto. Él, como los demás técnicos e investigadores del CTI, suelen pasar los “tiempos muertos” en una sala con mesas, sillas y camarotes; pero le habían permitido hablar desde la habitación contigua.

Al principio estaba un poco tenso y no era por el hecho de que estuviera de turno en ese momento, sino porque en él aún quedaba algo de la formación militar que había recibido, desde 2007, en el desaparecido y polémico Departamento Administrativo de Seguridad (DAS). Por eso, explica, prefiere ocultar su verdadero nombre. 

Lo que el Señor Azul sí revela es que se formó profesionalmente como psicólogo e ingresó al DAS en el área administrativa, pero con formación militar, con la esperanza de irse perfilando hacia lo forense. En 2011, luego de que el Gobierno suprimiera el DAS, pasó a hacer parte de la Fiscalía Seccional Atlántico.

“Poco a poco empezamos a cambiar de áreas mientras nos conocían y nos probaban. Manejé contratación en la Fiscalía, estuve en Talento Humano y también Calidad, hasta que en 2016 por fin pasé directamente a hacer parte del grupo operativo, pero en el área de Denuncias”, explicó asegurando que esa experiencia le permitió seguir escalando, pues – indica– es el primer eslabón de la cadena en un proceso judicial.

“Ese es el primer contacto que como investigador se tiene con la sociedad y se entiende cómo es el inicio de ese proceso judicial. Para mí esa era una parte muy importante porque tú escuchas a las personas con los problemas que traen, lo calmas, lo tranquilizas y escribes la denuncia. Es un trabajo muy complejo porque muchos vienen alterados o con casos muy difíciles de manejar. En esa área me ayudaba mucho ser psicólogo”, afirma. 

Finalmente, en 2017, se convirtió en investigador y entró a hacer parte del Centro de Atención a Víctimas de Violencia Intrafamiliar (Cavif) y el Centro de Atención Integral a Víctimas de Abuso Sexual (Caivas); entonces, pasó de tomar denuncias a tratar de resolver los casos. 

“Estuve allí cerca de un año. Esa fue una experiencia bastante dura para mí porque los delitos sexuales en su mayoría son cometidos contra niños y menores de edad. Es muy duro darle manejo a esos casos cuando los niños son abusados o son objetos de violencia sexual”, relata, indicando que esa fue una de las mejores etapas de su vida, porque allí empezó a cumplir verdaderamente su sueño. 

Sin embargo, apenas un año después de ser investigador de delitos sexuales y violencia intrafamiliar, lo enviaron a hacer un nuevo curso de Policía Judicial, al final del cual le informaron que no regresaría a su antiguo cargo, sino que pasaría a hacer parte del Grupo Vida, lo que solo significaba una cosa: homicidios.

En contacto con la muerte
Forenses inspeccionanel cuerpo de Jesús D. Mercado, en el Caño de la Ahuyama.

Cuando recibió su primer caso, el Señor Azul pensó en sus hijas. Por el chat le anunciaron a su equipo, el número dos del grupo Vida de la Fiscalía Seccional Atlántico, que una niña de aproximadamente 12 años había muerto víctima de una bala perdida en un barrio del suroccidente de Barranquilla. 

Era de noche y pensó en sus hijas, que tenían edades similares a la de la niña que acababan de matar, que pudieron haber sido ellas. Lo pensó por un segundo y se recompuso porque debía salir de inmediato, ahora no era su papá, era un técnico forense del CTI.

“Ella estaba toda ensangrentada, con su cabellito lleno de sangre. Me afectó mucho. Uno piensa que los familiares siempre darán la mejor información y no. La mamá al inicio nos dio una versión de los hechos y después pudimos constatar que la niña había muerto de manera diferente. Entonces, uno no entiende”, cuenta después de un año y medio, recordando aquella primera vez.

Como miembro del CTI, el trabajo del forense consiste en hacer la inspección de los cuerpos de personas que fallecen de manera violenta y analizar las escenas de los crímenes en busca de material probatorio e información pertinente que ayude a la Fiscalía a lo largo del proceso judicial. Para él, esto implica convertirse en los ojos, oídos y sentidos del fiscal que busca hacer justicia. Pero no es nada fácil. 

“Al comienzo fue muy difícil acostumbrarme a la sangre, a las escenas de crímenes, a tener el temple para manejar una escena en vía pública y tener que hacer de todo. Si nos toca andar en lancha para atravesar un río, entrar a una zona enmontada, andar en moto o estar una noche en un canal o arroyo, lo hacemos sin dudar”, afirma.

Hoy, el Señor Azul enfrenta cada caso con valentía, escudriñando los lugares y los cuerpos para encontrar la mayor cantidad de información sobre crímenes que sea necesaria y lidiando, cada día, con el estigma de la gente.

“Siempre preguntan que si a uno no le da ‘cosa’ agarrar a los muertos o tocar los cuerpos, creen que uno es muy frío, y no es así. Es muy difícil, los primeros meses no se duerme, cuando te acuestas recuerdas todo lo que has visto y te da vueltas en la mente. No es fácil superarlo, no es fácil enfrentar la muerte de otro ser humano estando tan cerca, porque aquí hay que tocar los cadáveres, estar en contacto y enfrentarlos”, explica y destaca que es un reto que decidió asumir porque le “gusta mucho lo desconocido y estar en constante aprendizaje”.

Inspección y complicaciones
CTI retira de la morgue del Hospital de Malambo el cadáver de Henry Meza.

El Señor Azul dice que hacer la inspección de escenas de crimen y cadáveres requiere de mucha delicadeza. Se trabaja por turnos de 24 horas con grupos que cuentan con tres técnicos y dos investigadores forenses que están dispuestos a salir en cualquier momento luego de que llegue una alerta al chat. 

“Lo más difícil es la tensión que se vive en todo el proceso porque cuando estamos de turno estamos en un estado de alerta permanente esperando que el chat suene y tengamos que salir ya sea a las 10 de la mañana o a las 11 de la noche”, indica afirmando que siempre emprenden el camino sin saber con qué se van a encontrar.

Al llegar, lo primero que hace el equipo es fotografiar la escena tal y como la encuentran. Esto supone, en la mayoría de ocasiones, enfrentarse con el dolor de los familiares de las víctimas, el temor y la curiosidad de los vecinos y, en ocasiones, fallas procedimentales de los policías, que llegan primero a acordonar el lugar. Pero, asegura, deben continuar sin importar lo que ocurra a su alrededor.

“Cuando vamos a proceder con la inspección técnica del cadáver, una vez hecha la primera fijación fotográfica, procedemos a retirar la sábana. Esto necesita también una preparación mental porque nunca se sabe qué se va a encontrar del otro lado. Entonces, con mucho cuidado, se retira la sábana para descubrir el cuerpo y enfrentarnos a lo desconocido”, dice el agente.

“Yo, personalmente, a veces me acerco y mentalmente o hablando le digo: muéstrame qué  te hicieron. Ayúdame a saber quién te hizo esto; y el trato que le doy es consecuente con eso”, explica.

Así, como técnico forense puede trabajar hasta tres turnos por semana, cumpliendo con cada caso que se presente en las 24 horas que está de guardia. En esas, su grupo, el número dos, lleva el récord por cubrir el turno más difícil en lo que va de 2019: cinco casos en una noche.

“Ese día, en agosto, recibimos una tentativa de homicidio en la mañana. Demoró mucho tiempo recuperar las historias clínicas y de ahí nos salió un suicidio en el río, cerca del Parque Industrial de Malambo, pero había que ingresar a una finca lejos de la carretera. Al terminar ese proceso, en plena zona enmontada, tuvimos que cargar el cadáver por el monte hasta la lancha y prácticamente nos cogió la noche para salir a Puerto Colombia a otro caso. Cuando estábamos terminando en Puerto sale otro más y así estuvimos hasta las 6 de la mañana, justo antes de entregar”, relató casi que recordando la emoción, adrenalina y también cansancio que sintió a lo largo de esas violentas 24 horas de turno.

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