Judicial

“Mi hijo pidió la baja el sábado y se la negaron”

Jorge Pacheco había compartido con su familia en Semana Santa y le hizo saber que no quería regresar al Urabá antioqueño. Su viuda tiene cuatro meses de embarazo. 

En las calles de Sabanalarga no se habla de otro tema que no sea el dolor que sienten sus habitantes por la muerte de dos de sus hijos: uno de nacimiento y otro al que acogió hace cinco años, proveniente de Sincelejo. El municipio está gris y el entusiasmo cotidiano se transformó en desconsuelo. 

“A uno le duele porque eran de la misma tierra. Es un golpe muy duro para su familia y queda la impotencia de saber que la gente sigue muriendo, así nada más, porque otros vienen y los matan sin piedad”, dice Miguel, uno de los mototaxistas que hacen parada en la esquina cercana a la casa donde ayer familiares y amigos llegaron a darle el pésame a la familia de Jorge Pacheco Solano, uno de los ocho policías que murió el miércoles en el atentado a la Unidad de Restitución de Víctimas, en la vereda El Tomate, jurisdicción del municipio San Pedro de Urabá. 

En el callejón donde está ubicada la casa color salmón, en la carrera 22 con calle22, algunos vecinos están sentados de frente con el sol pegando más fuerte que todos los días; adentro, unas mujeres lloran y al tiempo que rezan tratan de consolar a Temy Solano, la mamá de Jorge. 

“Mi hijo siempre quiso ser policía. A los 16 años recibió grado en el colegio La Industrial, me dijo que quería irse para entrar a la institución. Él estaba muy feliz, pero apenas supo que le salió una remisión para el Urabá, se quería retirar porque sabía que se exponía más que en las otras zonas”, recuerda Jorge Pacheco, padre de la víctima. 

Los días de Semana Santa, Jorge tuvo descanso y se los pasó con su compañera y su familia en Sabanalarga. “Él dormía allá donde su mujer, pero tempranito se venían para acá a pasarse el día entero con nosotros. Jugó bastante fútbol allá en el campito y compartió mucho con sus compañeros. Cuando ese muchacho llegaba, el barrio se sentía más alegre”. 

A las 5:30 de la mañana del domingo pasado, su familia lo llevó a la terminal de transporte, pero según Elizabeth Osorio, su entusiasmo habitual había sido remplazado por una tristeza notable. “Ahora que estuvo acá de permiso me dijo que no se quería ir porque estaba muy lejos, que yo estaba embarazada y que no quería estar lejos de nosotros. Pasó triste todo el día, cabizbajo. Quizá lo sentía. El sábado llamó al sargento y le dijo que iba a pedir la baja, pero él le dijo que no, que esperara que en mayo lo iban a devolver a Morroa, donde estaba antes”. 

Hace cuatro meses, Elizabeth se enteró que en su vientre llevaba un hijo de los dos. “No sé todavía si es niña o niño, pero él siempre se refería al bebé como su hija. Estaba muy entusiasmado, apenas supimos que estábamos embarazados nos fuimos a vivir juntos”, comenta la mujer de 22 años. “Creo que es Emma Sofía, así quería Jorge que se llamara, aunque si sale niño le voy a poner Ian Steven o Luis Miguel”.

Tras servir por cinco años a la institución, Jorge tenía un sueño adicional al de ser policía, quería estudiar medicina y especializarse, “sanar a los otros”. “Mi hijo era el mejor de todos, muy bueno, atento. Con sus hermanitos no quería fiesta, me decía que le iba a pagar los estudios a Juan Sebastián, el que le sigue. Siempre estaba pendiente de Valeria y Jorge Luis, sus hermanitos menores”, recuerda el padre del  uniformado.

Al mediodía del miércoles la peor noticia que podían recibir golpeó su puerta: su hijo mayor había muerto por la violencia que aún hoy sigue desangrando al país. Elizabeth trata de tranquilizarse y se soba el vientre, llora y se seca las lágrimas; dice que es por el bien del bebé. 

“Ayer (miércoles) en la mañana, como a las 3:50, antes de irse a trabajar, me dijo un poco de cosas: que le cuidara mucho a su hija, que él me amaba, que todo iba a salir bien. Que iba a buscar que lo trasladaran rápido. Pero ahora ya no está y a mí me va a tocar criar a mi hija sola con el recuerdo de su papá”.

A unas cuadras de ahí, Lucía Hoyos sufre la misma pérdida que Elizabeth: Never Sierra Franco, su compañero, falleció en el mismo atentado. “Yo lo conocí acá en Sabanalarga, pero él era de Sincelejo. Un día estábamos en una discoteca y empezamos a hablar, las cosas se dieron y hace dos años y medio nos fuimos a vivir juntos”.

La última vez que Lucía vio a  Never fue durante los días de Semana Santa, estuvo en Sabanalarga y en Sincelejo. “Me dijo que no se quería ir porque cuando estaba acá hubo un combate y mataron a uno de sus compañeros. Me decía que eso estaba muy peligroso y que quería venirse para acá”.

El temor y el presentimiento de Never se cumplió, pues según afirma Lucía, en varias ocasiones le dijo que creía que le pasaría algo pronto. “El martes hablamos todo el día, estaba pendiente de mí porque yo estaba enferma. En medio de todo me decía que estaba alegre porque ya se le iban a cumplir los días para venirse. Siempre me decía: ‘Yo sé que me voy a morir en un combate de esos”.

La mujer de 25 años recuerda que Never siempre le hizo saber lo feliz que estaba de pertenecer a la institución. “Él amaba ser policía y yo siempre lo cuestionaba, que porqué estaba allá, pero él estaba bien y feliz, hasta hace unas semanas que empezó con la intranquilidad”.

En Sabanalarga aguardan los cuerpos de sus seres queridos y esperan que este tipo de actos no les siga arrancando la vida a personas inocentes. “Ya basta de sufrir por esto. Ellos trabajaban por la patria y tienen familias. Esta violencia tiene que parar”.

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