Judicial

La nostalgia de un hijo sin su madre y de una madre sin su hija

Dos historias de personas marcadas por la nostalgia de perder al ser que le daba sentido al Día de la Madre cuentan cómo viven su vida tras la partida y cómo celebrarán la fecha.

Para Luz y para Héctor este día de la madre la celebración se tornó en nostalgia. Es la primera vez que celebrarán la fecha sin las personas que la hacían especial, sin su hija y sin su madre. 

Tan solo han pasado siete meses desde que Luz Cabarcas perdió a su hija de 18 años, Gabriela Romero. La joven fue asesinada y el principal sospechoso, Levith Rúa, se encuentra tras las rejas y en proceso de judicialización por los delitos de homicidio, acceso carnal violento y desaparición forzada. 

Por su parte han pasado cuatro meses para Héctor, quien desenterró a su madre asesinada del patio de la casa en la que vivía la mujer de 51 años. La pareja de ella, Robin Ballestas, es el presunto homicida, pero huyó y desde entonces se desconoce su paradero.

Tras los eventos, ambos se preparan para vivir el día de una forma diferente. Aún les quedan cosas por celebrar, Luz Cabarcas aún tiene a Gianfranco, su hijo de 17 años, y Héctor tiene una esposa y tres hijos, pero el dolor aún está latente. Estos son sus testimonios.

Luz Divina Cabarcas, madre de Gabriela Romero, secuestrada y asesinada en diciembre pasado, planea ir hoy, desde temprano, al cementerio a llevarle flores y visitar la tumba de su hija.

“El regalo sería que ella me diera un beso en la frente”

“No tengo plata, yo no trabajo, tú me tienes que dar a mí, yo soy tu mamacita”, con esta excusa Gabriela Romero engañó a su mamá Luz Divina Cabarcas pocos días antes de que llegara el Día de la Madre en 2017.

Cuando finalmente llegó el 14 de mayo, la joven apareció ante ella con una billetera color crema. “Mami, yo no sabía qué comprar, y entonces como tú tienes esa cartera maluca, te regalé una billetera”, Luz recuerda con una sonrisa que no concuerda con la mirada nostálgica que la visita en cortos intervalos. “Ya no soy la misma”, se justifica.

Hace siete meses, el 24 de noviembre, su hija de 18 años desapareció luego de recibir una propuesta laboral vía la red social Facebook. Posterior a ello fue hallada muerta el 15 de diciembre en una zona enmontada en Caracolí, corregimiento de Malambo, cerca del viejo matadero municipal, en donde Levith Rúa, el principal sospechoso en el caso y quien se encuentra recluido en la cárcel La Tracamacúa de Valledupar, habría abusado de ella y asesinado. Todos los domingos, Luz visita su tumba.

“El año pasado ella salió a comprarme mi regalo, y este año, yo tengo que ir a donde está ella”, reflexiona mientras acaricia a ‘Bulma’, una perrita de pelaje dorado alborotado que le había regalado a Gabriela y que hoy es una de sus más cercanas compañías. “El regalo sería que ella me diera un abrazo y luego beso en la frente, con eso me conformaría”, añade luego de un breve momento en silencio.

Desde la desaparición de su hija se mudó de la casa. Todavía vive en el barrio Simón Bolívar, pero ahora lo hace nuevamente con Harold, el padre de sus hijos; Gianfranco, el menor de ellos y una tía a la que cuida. Las paredes de su nueva sala están separadas por los marcos de dos fotos de 50x70 centímetros, ambas del día en que Gabriela se graduó del colegio. En cada una de las cuatro mesas que tiene la sala reposa una foto de su hija y el sofá está adornado por un peluche y una muñeca que pertenecían a la joven. El resto de las cosas de Gabriela están en una caja que dejan en la habitación de la tía de Luz. Dentro contiene la camiseta de Cancerbero, el artista favorito de Gabriela, los zapatos del uniforme del Sena, en donde estudiaba, y la ropa que llevaba puesta el día que la encontraron, entre otros elementos personales.

Esa caja la tapan con una sábana y utilizan como mesa hasta que necesitan sacar algo de ella.

“Hay momentos que estoy en mi cuarto y no me acuerdo de nada, pero salgo y están los portarretratos. Cuando estoy desmechando un pollo para el almuerzo recuerdo que me pedía siempre un pedacito, o cuando voy por la calle, a veces la gente me abraza, hay mujeres que lloran conmigo”. Luz no se guarda los sentimientos y dice que vive el duelo a su manera. Cuenta que escucha música y que a veces, en sus atuendos, intercala el rosado en la paleta de negros que viste. Esa era uno de los colores favoritos de su hija. Dice que se ríe cuando recuerda las frases se quedaron con ella, en especial una, “aliméntame”, esa que su hija decía con una actitud burlona y moviendo los dedos a la palma de la mano en señal de hambre. “A veces nos decimos entre Harold y yo así y nos echamos a reír”, detalla.

“No quiero ser esa persona rencorosa, con odio, solo quiero que se me haga justicia, que él pague y no le haga daño a más nadie”, dice la mujer con respecto a su estado mental. Durante toda la entrevista se refirió a Levith Rúa de esta forma, él. Asegura que estará presente en la audiencia que se llevará a cabo el próximo 23 de mayo, y por fin enfrentará cara a cara al verdugo de su hija.

“Un ciclo se va a cerrar el día que yo lo tenga en frente y él me baje la mirada”, concluye.

“Cada vez que me meto una cuchara en la boca me acuerdo de ella”

“El regalo que más recuerdo fue un ternero que le di cuando vivíamos en el pueblo (La Victoria, Bolívar). Se lo regalé pequeñito, se alegró bastante ese día. Ella misma lo crió”, recuerda Héctor en un tono de voz extremadamente bajo que utiliza cada vez que quiere restringir su llanto.

Recuerda ese mayo de 2001, cuando tan solo tenía 14 años y escogió ese regalo para su madre, el primero que le dio en esta fecha. También recuerda lo que ocurrió al poco tiempo. “Un día se comió toda la matica de maíz que tenía sembrada y mi mamá lo vendió porque me decía que esa vaina la iba a arruinar”, sonríe con su mirada fija en un punto de una calle destapada del barrio Ciudad Paraíso, el mismo en el que encontró a su madre asesinada y enterrada. 

A María de la Cruz Otálora la encontraron el pasado 1 de febrero bajo 90 centímetros de tierra en el patio de la casa en la que vivía junto a su pareja, Robin Ballestas, desde hacía tres años. El hombre ya la había agredido antes, pero el 31 de diciembre, luego de una discusión que sostuvo la pareja, no volvieron a ver a María. Cuando la familia de ella puso el denuncio ante las autoridades, Ballestas huyó y actualmente hay una orden de captura en su contra. 

“Es duro, créame, la manera como la encontré. En ese momento, cuando vi sus pies, tuve ganas de volverme loco. Espero con ansias ese día que me encuentre con él”. Aún la ira se manifiesta constantemente en Héctor. Él peleó con la pareja de su madre cuando la agredió en el pasado, le pidió que saliera de esa casa, pero ella respondía con esa frase que hoy retumba en la mente de su hijo: “Yo de aquí salgo, pero muerta”.  

Luego de lo ocurrido en la casa, los vecinos de la calle 51D con carrera 1F del barrio Ciudad Paraíso tumbaron la vivienda en la que ocurrió el asesinato y lo único que queda es arena. 

Los tres hijos de Héctor le preguntan constantemente por su abuela. Él les dice que está en un viaje largo y que, por ahora, no la van a ver. “Ya el menorcito, de 4 años, me dice, pero ese señor, ¿por qué la mató?”. Ya no sabe qué contestarle. 

“Todas las noches la recuerdo, cuando cierro los ojos parece como si la estuviera viendo y escuchando las palabras que me decía”, dice el hombre de 30 años que asegura que la presencia de su madre no lo abandona. 

“Cada vez que me meto una cuchara a la boca pienso en ella. En su arroz con pollo, en sus sancochos, en los ajiacos, los pasteles de diciembre”, evoca los sabores con una nostalgia palpable en su voz, que otra vez baja en tono. 

Cuando se acerca a la vivienda en la que vivió María, sus vecinos siempre le dicen que la extrañan. “Era una señora extrovertida, alegre y comunitaria, pero tenía su genio, también era fregada”, la describe su hijo. “Cuando le volaban la piedra...”, alza las cejas y sonríe, “mandaba pa’l carajo al que sea”. 

En este día de las madres, piensa ir a misa con su familia, ya que no puede visitar la tumba de su madre. Ella está enterrada en Tapoa, un pueblo al sur de Bolívar en donde nació la mujer en 1967. 

“No es solo lo lejos, es la dificultad que tiene el camino para allá”, dice el hombre que está dedicado al mototaxismo.

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