El Heraldo
Una mujer, comadre del patrullero Yossimar Márquez Navarro, llora mientras habla por teléfono y comunica la muerte de su familiar. Jesús Rico
Judicial

“Esos asesinos no sienten el dolor de una familia”

Familiares de víctimas del atentado en San José lloran la muerte de sus seres queridos y repudian el hecho en el que fallecieron cinco uniformados y 38 más resultaron heridos.

“Yo siempre le decía: Mijo, pilas, ponte el chaleco, tú sabes que con ese plan pistola, en cualquier momento pasa algo. Ni ayer ni hoy se lo puso porque estaba sucio, y mire, hoy no fue plan pistola sino una explosión donde estaban formando. Salió de la casa a las 6 en punto y antes de irse me dio un beso. Estoy desesperada porque aunque dicen que está estable, esto es muy doloroso”, llora afuera de la Clínica Murillo Eleonor Acevedo, esposa del patrullero Arlet Rodríguez Angulo, uno de los 38 uniformados heridos por la explosión de dos artefactos explosivos, la mañana de ayer en la Estación San José.

Ella, como los familiares de las otras víctimas, no se deja de preguntar por qué ocurren estas cosas en la ciudad. “¿Cómo es posible que haya personas tan malas?, ellos no sienten a las familias, no saben que en las casas hay niños y esposas esperando cada noche a que  regresen”.

El patrullero Rodríguez, que de sus 35 años de vida ha servido 10 en la institución, es padre de dos niños: uno de cinco y otro de tres años. Trabajaba en el cuadrante del Centro, en Barranquillita, y cada mañana llegaba a formar con los otros uniformados pertenecientes a las 25 cuadrillas, de a dos policías, que iniciaban el día en la Estación San José. 

“Yo escuché toda la explosión porque vivo en Cevillar, ahí cerquita de donde fue. Llamé a mi hermano y le dije que había explotado algo en la Estación. Me fui enseguida a ver y constaté que mi primo estaba herido”, dice Héctor Nova, un policía retirado, familiar de Arlet. 

El lugar donde explotaron los dos artefactos quedó reducido a escombros. Las risas y las conversaciones de los héroes que allí formaban para empezar su jornada laboral y de protección a la ciudadanía, están guardadas en las memorias de sus compañeros, los que los socorrieron para tratar de salvar la mayor cantidad de vidas posibles. “Unos no habían terminado de llegar, otros ya estaban ubicados allá para hacer la formación. Parece mentira. Esas motos de allá, las dos rojas, son de dos de los que murieron”, dice un uniformado al tiempo que se seca las lágrimas y señala los vehículos de sus compañeros que no volverán a patrullar con ellos.

Eleonor Acevedo, esposa de Arlet, llora desesperada afuera de la Clínica Murillo.

Como Yossimar Márquez Navarro, un sucreño de 29 años que desde hace cinco años pertenecía a la institución, fue identificado uno de los muertos. Había alcanzado 26 felicitaciones en su hoja de vida, pero su mayor logro era ser padre de una niña de tres años y tener la ilusión de su segundo hijo. En la Clínica Murillo, su esposa, quien tiene cinco meses de embarazo, esperaba angustiada. A Ella y a la mamá del patrullero no les avisaron enseguida que había muerto por “el fuerte impacto que ocasiona”. La desesperación por la incertidumbre de no tener respuestas las agobiaba aún más.

“Él era una gran persona, lo vamos a extrañar mucho. Hace dos días había estado en mi casa y ahí compartimos. Dejó solos a su esposa, a su mamá y a sus tres hermanos menores. Se esfumó su sueño de ser abogado”, dice un tío de Márquez, a las afueras del centro asistencial. 

Los familiares se solidarizan unos con otros, se hablan y se pasan información de sus seres queridos. Escuchan que murieron tres o cuatro, especulan que hay más uniformados graves y se lamentan. Una mujer se recuesta sobre un camión de la Policía y llora por la muerte de Yossimar, su compadre. No quiere pronunciar palabra. 

Jackson Cabrera, de 36 años, es otro de los heridos. Su hermana cuenta que escucharon la detonación, por la cercanía de su vivienda con la Estación, y salieron a auxiliar. “Yo sabía que mi hermano estaba de turno, no puedo describir lo que sentí. Es inexplicable saber que hay un familiar tuyo corriendo peligro o que está a punto de morir”, dice la mujer. 

El 6 de diciembre, Freddy de Jesús Echeverría Orozco llegó a Barranquilla trasladado de Manizales. Tenía cuatro años en la institución y después de tres intentos de solicitar traslado para esta ciudad, con el fin de estar con su familia, lo había conseguido. Ayer fue uno de los cinco policías muertos y su familia se lamenta de que él “hubiese estado ahí en ese momento”.

Vivía en el barrio Villa Catanga, de Soledad, y estaba consiguiéndole un empleo a su papá, residente en el corregimiento de la Isla del Rosario, en Puebloviejo (Magdalena), para que se viniera a vivir con él.  “Mi hijo quería salir adelante, era muy entregado a su trabajo. Siempre se esforzó por ser el mejor y era muy sano. Pidió traslado porque quería estar cerca de nosotros y lamentablemente la muerte lo encontró en ese atentado”, recuerda Enrique Echeverría, padre del patrullero de 23 años.

Dos mujeres se abrazan mientras lloran desconsoladas a las afueras de la Clínica de la Victoria.

En Baranoa, una familia del barrio 20 de Julio está de luto. Ahí dos niños, una de tres años y un bebé de tres meses, perdieron a su papá en el atentado de ayer. Las coloridas paredes de su casa hoy se ven empañadas por el dolor que les representa la muerte de Anderson René Cano Arteta, de 31 años. 

“Él no tenía por qué estar allí porque prestaba el servicio en la estación de El Prado. Es increíble que hubiese estado en zonas realmente rojas como Arauca y Valledupar y vino a morir en Barranquilla”, lamenta María Arteta, tía y mamá de crianza, desde la terraza de su casa.

“Nos llamaron a decirnos que había salido herido y que estaba en la clínica Campbell, pero no alcanzamos a llegar porque había muerto tras una hemorragia”, cuenta Arteta entre lágrimas.

De acuerdo con la información suministrada por las autoridades, a Anderson la explosión le había destrozado la pierna derecha y parte del pie izquierdo. 

“Era un hombre bueno, un buen esposo, amigo, policía, hijo. No merecía morir así”, expresó César Rolón, uno de sus mejores amigos.

Hubo unos patrulleros que “por cosas del destino” pudieron salvarse de resultar heridos de gravedad en el atentado, como Elian Muñoz Ordoñez, que apenas iba llegando cuando detonaron los artefactos. “Mi sobrino está bien, gracias a Dios, pero está aturdido y consternado. El temor que sienten cada vez que salen de sus casas, a cumplir con su labor que es de alto riesgo, se ha intensificado. Cuando lo traían decía que no podía creer lo que había pasado con sus compañeros”, agrega una mujer a las afueras de la Fundación Campbell de la 30.

La institución llora la pérdida de sus compañeros, de sus amigos, de seres que formaban cada mañana en la Estación San José para salir a cumplir con su deber. Lloran que la violencia siga destrozando familias y amenazando a la sociedad.

Gunther Kook Olivella transporta a los caninos.

El atentado también cobró dos víctimas de cuatro patas

Dos caninos también murieron durante la detonación. No estaban adscritos a la institución, pero sí eran compañeros de los uniformados que llegaban cada día al punto para comenzar su jornada. “A uno le decían ‘La Negra’ y ellos los querían mucho. Les daban comida todos los días y andaban al pie de ellos”, dice Amparo Peña, propietaria de la tienda vecina.

“Justo anoche un policía le estaba dando un pedazo de salchichón, y él lo abrazaba con mucho amor”, agrega la mujer, que cuenta que en el momento de la explosión estaba barriendo la terraza.

Los vecinos dicen que siempre estaban con ellos, y que a la hora de la formación también se ubicaban.

Luz Estela Ordoñez, directora de la sociedad protectora de animales y medio ambiente de Barranquilla, “rechaza estos actos demenciales”. “Cobró estas dos víctimas, animales que hacían parte de los uniformados del CAI, a los que ellos querían y cuidaban”. 

En bolsas plásticas de color rojo fueron recogidos los restos de los dos perros, y entregados a Gunther Kook Olivella, capellán animal ambiental de Barranquilla.

“Ellos merecen que les demos cristiana sepultura por ser unos seres llenos de amor”, dice el protector animal.

‘Stiven’, otro perro del sector, resultó herido, pero gracias a la reacción de sus compañeros bípedos logró salvarse. “Él acompañaba todos los días a nuestros compañeros en las formaciones. Está fuera de peligro”, dijeron.

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