El Heraldo
Jacqueline sostiene el diario con la nota de 2008. Luis Rodríguez Lezama
Judicial

El largo camino de las Corbacho para tener los restos de Héctor

Tres mujeres, vecinas del barrio El Bosque de Barranquilla, buscan que Medicina Legal les entregue los restos de su hermano, una de las víctimas de la llamada matanza de la Universidad Libre, ocurrida en Carnaval de 1992.

“Hace muchos años una vecina me dijo que no me tinturara el cabello porque Medicina Legal podía sacar de ahí algunas muestras de ADN para identificar a mi hermano. Hoy en día estoy llena de canas y todavía espero la prueba”, aseguró Nancy Corbacho Acosta, mientras sus hermanas Martha Lorena y Jacqueline, la escuchaban en la terraza de su vivienda ubicada en el barrio El Bosque, en la localidad Suroccidente de Barranquilla.

Veintisiete años después de la matanza de indigentes y recicladores en la Universidad Libre de Barranquilla, las hermanas Corbacho Acosta aún esperan a que el Instituto de Medicina Legal les entregue los restos mortales de su hermano Héctor Daniel, una de las víctimas de este cruel episodio que ocurrió en pleno Carnaval de 1992.  

“Siempre creíamos que estaba vivo, pero tiempo después supimos que había caído en el grupo de muchachos garroteados. Ahora solo queremos darle cristiana sepultura para poder estar tranquilos”, continuó Nancy, en relación a Héctor, el segundo de los cinco hermanos del hogar conformado por la sincelejana Juana Acosta Ruíz y don Virgilio Corbacho Araújo. 

La mañana del domingo 15 de diciembre de 1991 comenzó el calvario de los Corbacho Acosta. Aquel día Héctor Daniel, quien para ese entonces tenía 31 años, salió de su vivienda ubicada en la calle 60B No. 6E-39 a trabajar en una carretilla con la que reciclaba cartones, papel periódico y elementos plásticos. 

“Él ayudaba a mi mamá con los gastos de la casa, incluso pagaba mis estudios. Nunca consumió drogas ni fue indigente, se volvió reciclador por que la situación económica se complicó”, explicó Jacqueline, la menor de los Corbacho Acosta.

Con nostalgia y lágrimas, la mujer recuerda que la noche de ese domingo del 91, Héctor no regresó a su casa y la angustia se apoderó de las mujeres de la casa, en especial de su madre Juana Acosta. 

Incluso, según las mujeres, doña Juana recordó a su hijo hasta el día de su muerte, en 2012. “Le pedía a Dios que le mostrara dónde estaba Héctor”, agregó Nancy, mientras sus hermanas asienten con su cabeza.

A medida que pasaba el tiempo, las hermanas Corbacho no perdían la esperanza de encontrar a su hermano. “Para la semana de su desaparición, nos dijeron que lo habían matado unos muchachos, pero no era él”, expresó Nancy. 

Jacqueline, por su parte, rememora que las personas en ese tiempo se les acercaban y les decían que habían visto a Héctor por cualquier parte. “Lo veían por todas partes, caminando por distintos municipios. Mi mamá nos mandaba a ver si él estaba allá, recuerdo que estuvimos por Calamar (Bolívar), en Cerro de San Antonio (Magdalena) y con ese cuento llegamos hasta Medellín”, reconoció Jaqueline. 

“Así duramos 16 años con la esperanza de que apareciera Héctor. Hasta comienzos de 2008 que varios vecinos de acá del barrio nos mostraron un periódico en el que salía una noticia de la matanza de la Universidad Libre y mostraban unos rostros hechos en yeso de los muertos de esa época. Vimos uno por uno y enseguida dijimos: este es mi hermano”, manifestó Jacqueline.   

Se trataba de una historia de la labor realizada por la Regional Norte del Instituto de Medicina Legal, en especial la Unidad Básica de Barranquilla, que elaboró tras dos años de trabajo y con la destreza de un escultor los rostros en yeso a partir de los restos mortales de las víctimas de la matanza.

El horror

En el Carnaval de 1992, Barranquilla despertó con la impactante noticia que más de 10 indigentes y recicladores habían sido asesinados, algunos a trancazos y otros a bala, dentro del claustro universitario. 

La investigación luego determinó que el hecho criminal tenía un terrorífico objetivo: celadores y otros trabajadores de la universidad en ese momento asesinaban a las personas para vender luego sus cadáveres a los estudiantes de medicina.

Por las madrugadas, los celadores invitaban a los indigentes y recicladores a entrar a las instalaciones de la Unilibre, seduciéndolos con la idea de poder salir cargados con viejos papeles y cartones que podrían reciclar y vender. Sin embargo, cuando estos daban algunos pasos dentro de la Universidad, en medio de la oscuridad, recibían un trancazo en la cabeza.

Todo se descubrió cuando Omar Enrique Hernández López ingresó al plantel educativo con el mismo propósito de los demás recicladores, pero hacerse el muerto le dio la oportunidad de sobrevivir  en medio del oscuro negocio.

El indigente corrió hasta llegar a un puesto de Policía cercano y –con la cabeza bañada en sangre producto de un impacto de bala en la oreja y con un brazo roto a causa de un  garrotazo– avisó a un agente sobre las barbaries que se cometían en el lugar, pero este no le creyó.

Sin embargo, de tanto insistir, pudo convencer al uniformado para que lo acompañara hasta la sede centro de la Libre. En el lugar, el agente y el reciclador trataron de entrar a la universidad, pero los celadores que acababan de recibir turno se lo impidieron.

Nancy Corbacho, la mayor de las hermanas. Luis Rodríguez Lezama

Esto llamó la atención del agente, quien decidió pedir refuerzos a la Estación Central de la Policía. La presión de los uniformados obligó a los guardias de la universidad a abrir las puertas para el ingreso de las autoridades, quienes llegaron hasta el anfiteatro, donde Hernández López empezó a indicar la ubicación de los demás cuerpos.

Así fue como las autoridades hallaron en el cuarto frío los cuerpos sin vida de indigentes asesinados a tiros y a garrotazos, mientras que en frascos de formol reposaban algunos órganos.

A partir de allí, se desencadenaron las investigaciones que, inicialmente, solo estuvieron en contra de los vigilantes identificados por el reciclador, pero que luego se abrieron en contra de otros empleados de la universidad, incluyendo a unos del área administrativa.  

Empero, en referencia a los atroces hechos sucedidos en la sede centro de la Universidad Libre de Barranquilla, directivos de la institución educativa indicaron que esta fue “vilmente usada como medio para cometer la seguidilla de crímenes”, descartando que representantes y educadores hayan intervenido en estos.

“Personas inescrupulosas, totalmente, ajenas a los directivos de la Universidad Libre, cometieron y usaron a la Seccional como un medio del delito habiéndose exonerado de responsabilidad a la Universidad Libre, a sus directivos y profesores originado de los hechos de fines de febrero del 1992, cuando unos celadores dieron muerte a varios basuriegos en que resultaron judicialmente comprometidos celadores, según proceso seguido por el Juzgado Segundo Penal del Circuito, según consta en los fallos de primera y segunda instancia.

Tampoco hubo otras personas vinculadas, ni personas jurídicas ni personas naturales, ni la Corporación Universidad Libre. Ni los directivos seccionales, ni el decano de la Facultad de Medicina ni los médicos profesores del área”, se desprendió del fallo y del certificado expedido por el Juzgado Segundo Penal del Circuito de Barranquilla, según expediente 6021 de fecha 19 de diciembre del 2001.

El largo proceso

Las hermanas Corbacho Acosta  aseguraron a EL HERALDO que cuando vieron aquel periódico que en 2008 les prestó un vecino se desplazaron hasta las instalaciones de Medicina Legal, con la misión de que alguien las escuchara. 

Las mujeres coincidieron que en aquella oportunidad una por una pasó frente a los rostros en yeso, como si estuvieran en uno de esos procesos de reconocimiento de criminales en una estación de policía. 

“Cuando me dirigieron al estante donde estaban las caras, enseguida identifiqué a mi hermano, luego salí y el médico cambió de lugar la cabeza que identifiqué como la de mi hermano. Entonces pasó mi hermana Nancy que señaló la misma cabeza que yo escogí, y así pasó con Martha Lorena, todas identificamos la misma cara en medio de tantos rostros”, aseguró Jaqueline acerca del proceso. 

Martha Lorena habla sobre la historia de su hermano. Luis Rodríguez Lezama

Luego de esa identificación preliminar las hermanas de Héctor iniciaron su tramitología para la entrega del cuerpo. Sin embargo, y a pesar de sus esfuerzos, las mujeres manifiestan que nunca les han practicado prueba alguna que permita demostrar su parentesco con los restos que reposan en una fosa común. 

“No nos entregaron sus restos y nos dijeron que estos estaban en una fosa común en el cementerio Calancala, que no podían ser entregados porque estaba rotulado con otros cuerpos y había que esperar a que aparecieran otras doce familias a reclamar el resto de cuerpos para que desenterraran todos los cuerpos… y así ya son 27 años que no hemos podido dar cristiana sepultura a mi hermano”, explicaron las mujeres, en medio de lamentos. 

Fuentes de organismo que está adscrito  a la Fiscalía General de la Nación explicaron esta semana que solo se entregan los cuerpos que estén plenamente identificados y solo con una orden de un fiscal se podría exhumar la fosa para la entrega de ese solo cuerpo. Ese es el procedimiento. 

Ante esa respuesta, las hermanas Corbacho coinciden en que si ese proceso va a durar más, la pesadilla, como ellas la califican, que entonces les entreguen la cabeza en yeso de Héctor. “Con eso tenemos a mi hermano en la casa, como antes de que pasara todo”, finalizó Nancy, la mayor de los Corbacho Acosta.

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