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¿Fue encarcelado Oscar Wilde por homosexual?

Oscar Wilde, escritor, poeta y dramaturgo irlandés, nació el 16 de octubre de 1854 y murió indigente, en Paris, el 30 de noviembre de 1900. Es recordado por sus epigramas, sus obras de teatro, su única novela: El retrato de Dorian Gray, la tragedia de su encarcelamiento y su temprana muerte.

En el apogeo de su fama, mientras su obra maestra La importancia de llamarse Ernesto seguía representándose en los escenarios, demandó a  John Sholto Douglas, noveno marqués de Queensberry, padre de su amante Alfred Douglas, por calumnia, luego que este le enviara una carta que decía:  “Para Oscar Wilde, aquel que presume de sodomita”, Wilde esgrimió como argumento la amoralidad del arte. 

El marqués quedó libre y Wilde se enfrentó a un segundo juicio en mayo de 1895, en el que se le acusó de sodomía y de grave indecencia, y fue condenado a dos años de trabajos forzados. Durante su estancia en la cárcel, Wilde escribió la extensa carta dirigida a lord Alfred Douglas que lleva por título De profundis. Tras su liberación, partió a Francia, y escribió su última obra, La balada de la cárcel de Reading, un poema dedicado a la dura vida en prisión.

Retomó la amistad con Douglas en Ruan, lo que fue desaprobado por familiares y amigos de ambos. La mujer de Wilde rehusó volver a encontrarse con él y le prohibió ver a sus hijos, aunque nunca se divorciaron. Wilde y Douglas vivieron juntos unos meses al final de 1897 hasta que la amenaza de sus respectivas familias de cortarles los fondos terminó por separarles. Wilde, autor de la frase: la mejor manera de vencer la tentación, es cayendo en ella, pasó el resto de su vida en París, en donde vivió bajo el nombre falso de Sebastián Melmoth.

Hoy, me topo con el proyecto de un escritor amigo, historiador español, Francisco Guijón, quien en su afán por escribir una novela sobre la vida de Oscar Wilde, profundizó sobre las verdaderas causas que lo llevaron a la cárcel, y se encontró con una sorpresa.

Francisco, háblanos de ello…

Los autores solemos rozar la obsesión cuando nos da por el tema de documentarnos sobre lo que queremos escribir.  Hará cosa de dos años quise abordar en una novela los seis últimos años en la vida de Oscar Wilde, esto es, desde que abandonó la prisión de Reading (curioso nombre siendo él quien era) hasta que falleció en París alcoholizado y melancólico.

Al igual que el resto de los mortales, un servidor tenía la firme convicción de que ese hombre que, apenas salido de la cárcel, y tras ver rechazada su solicitud de ingresar en un monasterio jesuita del sur de Gran Bretaña, desembarcó en las costas de Normandía con el pseudónimo de Sebastián Melmouth, era o había sido víctima de los prejuicios victorianos de la época, de su sexualidad, de la homofobia reinante y, en definitiva, que era un claro ejemplo de incomprensión, inocencia e injusticia hacia su persona.
Pero a menudo se nos olvida que por un lado va la persona y por otro el personaje. Deliberadamente confundimos al genio con el humano que hay detrás. Nadie podrá negar nunca el talento del escritor, pero sí que se ha olvidado, confundido e incluso perversamente manipulado la memoria del ser humano que encarnaba el personaje (porque Óscar Wilde, amigos míos, era ante todo un personaje hecho a medida de sí mismo, una impostura en el cuerpo de un impostor).
Yo era de los que, cada vez que visitaba París, iba al cementerio de Père Lachaisse para depositar un girasol y pintarme los labios antes de estampar un beso en su tumba. Desconocía en todo momento qué restos mortales contenía dicha tumba (pues no eran solamente los de Wilde).
El caso es que me propuse escribir una novela para reivindicar su memoria y.... ¡pachasco! me encontré con lo que ni siquiera imaginaba que me iba a encontrar.
Leí y releí con suma atención las actas de sus juicios. Estudié detenidamente De Profundis y el poema de Reading Gaol... y algo hubo que comenzó a olerme a chamusquina. Algo no cuadraba en toda aquella leyenda gay sobre el genio incomprendido y defenestrado por la sociedad victoriana (por otra parte tremendamente permisiva con la homosexualidad).
Visionando la cinta Wilde, interpretada por el imprescindible Stephen Fry en el papel de Óscar, en la que al pobre Jude Law le tocó el infame papel de lord Alfred Douglas parecía no haber duda: Douglas era un aprovechado que había abusado de la buena fe e inocencia de un varón adulto enamorado que le doblaba la edad para vivir en medio del lujo y darle la espalda a su amante cuando las cosas se pusieron turbias.
Pero había algo que no cuadraba (por ejemplo: Alfred Douglas siempre había sido más rico que Wilde)
Lord Alfred Douglas no era precisamente un santo, sino un viciosillo egocéntrico y egoísta que había dilapidado la fortuna de su mentor y amante por el mero lujo del placer. Hasta ahí nos lo tragamos, pero como tenemos en cuenta la edad del sujeto, no nos damos cuenta de que lo sensato a los veinte años es comportarse como un insensato. Tampoco consideramos que alguien de rica cuna no mira el precio del dinero (Alfred era de familia rica, Wilde no, sino más bien al contrario: padre farmacéutico y madre independentista irlandesa)
Fue entonces cuando empecé a indagar en serio. Y ahí vino lo peor (o lo mejor).
Descubrí que el problema que había llevado a Wilde a la cárcel no había sido su homosexualidad, sino la falsedad en una denuncia y el escándalo público, a pesar de que le fueron aplicadas con suma consideración penas que se remontaban a los años 60 del siglo XIX. Encontré que la relación no era entre Wilde y Douglas, sino que se trataba de un trío amoroso. Y comencé a interesarme no tanto por la vida en el exilio del malparado artista (cuya genialidad nadie pone en duda) sino por la de Alfred Douglas, su familia y... el tercero en discordia.
Y fue entonces cuando descubrí que las cosas no son en absoluto como nos las presentan, sino que  las "leyendas", por su propia definición, hay que tomarlas con pinzas.
Y como gracias a Dios (o para mi desgracia) tengo muchos amigos y no menos cara dura, me decidí en el inicio del verano del 2013 a escribir a todas las universidades, estudiosos y personas que consideré que me podían "echar un cable" para esclarecer lo que ocurrido al respecto. ¿Era Douglas un provocador? ¿Era Wilde la víctima de un indolente aristócrata que sólo pensaba en el lujo? ¿Qué fue de la mujer de Wilde y de sus dos hijos? ¿Por qué murió Óscar? ¿Por qué está enterrado en Père Lachaisse? ¿Quién pagó el mausoleo si él estaba absolutamente arruinado?
Y tuve la inmensa fortuna (no viviré lo suficiente para darles las gracias) de que el día de Navidad del año pasado, Lucian Holland, bisnieto de Óscar Wilde, contestase a mi correo electrónico con toda cordialidad y se pusiese él mismo y su padre, el señor Merlin Holland (nieto del autor) a mi entera disposición (ya en directa conversación telefónica) para resolver mis dudas. El apellido Holland viene del apellido de soltera de la divorciada mujer de Wilde, quien lo mantuvo hasta la muerte y quien dejó a sus dos hijos en sendos internados (uno en Suiza y otro al sur de Francia). Uno de los vástagos murió en el frente de la Primera Guerra Mundial, pero el que sobrevivió acabó de corresponsal de la BBC en Nueva Zelanda y después en Australia (allí nació Merlin, quien ahora vive en Cambridge, no muy lejos de su hijo Lucian).
El caso es que gracias a ellos he tenido acceso a la correspondencia privada de Alfred Douglas (recientemente puesta a disposición del investigador por el Museo Británico -aunque, lo siento, yo llegué meses antes), he sabido quién fue en realidad lord Alfred Douglas, qué pasó en realidad entre él y Wilde y, sobre todo, de dónde viene el mito.
Y ahí fue cuando el norte de mi brújula dio un giro de 180 grados, porque el personaje interesante pasó a ser lord Alfred, en quien identifico la encarnación casual del último personaje creado en ese momento por el autor: Dorian Gray (Wilde y Douglas se conocieron en casa de la madre del segundo a los pocos meses de la publicación de dicha novela).
Y, preguntado, preguntando y (¿por qué no decirlo?) abusando enormemente de la amabilidad de los Holland, logré semana tras semana descubrir los entresijos de una relación sexual y sentimental harto compleja que no fue entre dos, sino entre tres personas, porque ni siquiera en la antes mencionada película se cita (y debiérase y mucho) en toda su complejidad la figura de Robert Baldwin Ross, el hombre que no sólo recuperó los derechos de las obras de Wilde pagándolos de su propio bolsillo (le habían sido embargados por la Justicia de Su Majestad), sino que había pagado el famoso mausoleo de Père Lachaisse con una premisa bien clara: "ya que no te he tenido en vida, compartiremos la eternidad".
Efectivamente, las cenizas de Wilde reposan en el cementerio de París, pero junto a ellas están las de Ross, quien dedicó medio siglo de vida no sólo a arruinar la credibilidad y prestigio moral de Alfred Douglas, sino incluso a retener el texto completo de De Profundis cediéndole el manuscrito al Museo Británico so condición de que no lo publicara hasta que los tres protagonistas del triángulo no estuviesen bajo tierra y bien enterrados. Curiosamente hablamos de tres homosexuales que se disputaban un amor. Curiosamente hablamos de tres anglicanos que se convirtieron al catolicismo (Alfred Douglas fue un piadoso católico hasta el último día de su vida, y gozó de buen humor y llegó hasta el sarcasmo cuando, cerca del momento de su muerte, le dijo a una periodista: "al final tres mariconas convertidas al catolicismo"). Y, curiosamente, hablamos de una conjura perversa que logró no sólo elevar la memoria de Wilde hasta lo más alto (por amor de un amante) sino al mismo tiempo rebozar en lodo a un hombre cuyo único pecado fue haberse convertido en la obsesión de un escritor que inventó un personaje al que luego conoció en vida: lord Alfred Douglas era en realidad -pero un año después- Dorian Gray.
Investigando en la figura del denostado Douglas uno descubre multitud de singularidades que no sólo realzan al sujeto, sino que lo ponen en muchísimo valor (fue mejor poeta que Wilde, al ser rico de cuna no se aprovechó de Óscar sino más bien al revés, era más culto que su mentor, fue el único que cuidó de él DE VERDAD cuando se exilió tras la cárcel y, finalmente, y de eso estoy seguro, fue el que más lloró su muerte).
Es por esto que lo que iba a ser una novela sobre Oscar Wilde, se ha acabado transformando en un ensayo sobre Alfred Douglas que algún día, Dios mediante, tal vez terminaré.

 

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