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El cantante de champeta Kevin Flórez y su padre Rafael Flórez, en las instalaciones de EL HERALDO. Giovanny Escudero
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“No veían lo que yo estaba viendo en mi hijo”: padre de Kevin Flórez

Rafael Flórez Moreno abandonó su trabajo de más de 20 años por acompañar el sueño de su hijo, el cantante de champeta Kevin Flórez, en lo que él llamó “un experimento de fe”.

Entre el séptimo y el octavo mes, las embarazadas empiezan a sentir los gestos del bebé dentro del útero. En el caso de Kevin, relata su padre, Rafael Flórez, “eran movimientos fuertes” los que sentía su madre en 1991, cuando acercaban a su vientre un equipo reproductor de música que transmitía el género musical de Tupac Shakur y Snoop Dogg: el hip hop. 

“Si le ponían otra música, no pasaba nada. ¡Ay, a este pelao le gusta es el rap y el hip hop!”, agrega “Farra”, como es conocido en Cartagena. También cuenta que después de nacido, a Kevin “le montaron el motilado raro y, aunque todavía él no hablaba, hacía beat box —originado en los 80, es la recreación de patrones de ritmo y sonidos musicales usando la boca, los labios y las cuerdas vocales—. A los 7 meses, “ya lo llamaban el niño Kevin rap”.

“Dame un pan y canto”, decía Kevin, quien según su padre es hoy el rey de la champeta urbana. Después de comerse el pan de sal con una Kola Román, “con la boca sucia”, cantaba y rapeaba. 

Don Rafael pensaba, en un principio, que “era algo que todos los niños hacían”. Pero cuando vio el “ritmo tan rápido de aprendizaje, yo dije, epa, esto es serio, este pelao tiene talento”. Le escribía, además, canciones para que, junto con sus hermanos Cindy, Keyner y Kingston, “las aprendiera a interpretar y bailar”.

Con cinco años de edad hizo su primera actuación en público en un hotel de Cartagena, y en 2004, cuando tenía 13 años, fue invitado para abrir el show de los cantantes Sean Paul y Don Omar.

La anécdota de la nevera

El papá de Kevin tenía preparado un viaje a los Estados Unidos, pero “no tenía la plata completa y ya sabía que “tenía que dedicarse a explorar el talento de su hijo”. Yo decía “este pelao está muy bárbaro, esto va es pa’ lante”.

Al señor Rafael, dice, no le creían cuando hablaba de las habilidades musicales de su hijo. Por eso, “un amigo que tenía una cámara de video, que era difícil de adquirir en esa época, me comentó: si grabas a tu hijo, puedes darlo a conocer”. 

Así, llegó el padre con el dispositivo a su casa. Ese no hubiese sido un problema, si el dinero que empleó no estuviera destinado para comprar una nevera. “Se armó la de Troya, porque se habían ilusionado con el electrodoméstico. Pero mi mujer me comprendió y comenzamos a grabar a nuestros bebés”. Kevin tenía, entonces, dos años. 

La mamá de Kevin

“Siempre he sido muy extrovertido, me puse unos topos (aretes) y me tatué cuando estaba muy joven. Mi papá también era así”, afirma Farra.

También cuenta que los padres de su novia no estaban de acuerdo, “por mi modo de vestir y porque mi corte de pelo era muy diferente al de todos los cartageneros”. 

Manifiesta que su esposa lo aceptó “siendo de una cultura muy diferente a la mía (...) Ella siempre se amoldó mucho a mí y fue mi alcahueta desde el principio”.

Relata que desde que nació Kevin, ella le sugería “vamos a vestirlo con este mameluquito que vi en la revista y que mi mamá le puede coser”.

Sueño colectivo

Afirma Farra que Kevin “empapó” a toda la familia con su sueño.

Todos cantaban juntos, “le hacíamos coro y eso salía bello. Yo me iba de mi casa para el trabajo emocionado, yo creo que yo volaba”, dice. 

Añade que toda la familia trabaja en la producción del joven cantante de champeta, y que además, afirma, viven en un edificio juntos. 

La recompensa del sacrificio

“Yo no podía permitir que el talento de mi hijo quedara en la oscuridad”, dice Farra, que después de 20 años trabajando en la misma empresa, tomó una decisión trascendental. “Mami, le dijo a su esposa, me voy a retirar de la empresa. Porque lo que yo estaba viendo en mi hijo, ellos no lo veían, era un experimento de fe”. Le dijo a su hijo, que estudiaba ingeniería de sonido, “ni yo puedo seguir trabajando ni tú puedes estudiar. Yo hice lo contrario que hace un padre”. Cuando lo liquidaron, invirtió lo recaudado en la compra de aparatos para hacer un estudio de música en su cuarto.

“Cuando yo lo veo en presentaciones o en los medios, siento algo que no tiene una explicación y experimento la satisfacción por la disciplina que hemos tenido”.

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