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Historia del nacimiento de ‘Las cuatro fiestas’

La versión original del himno de la temporada decembrina no sonó jamás como hemos estado acostumbrados a escucharla. Así surgió la composición del maestro Adolfo Echeverría.

Me enteré por mera casualidad del modo como fue concebido Las cuatro fiestas, el himno de Barranquilla en diciembre. Por efecto de la natural simplificación que a los oyentes de la radio nos corresponde de la programación musical que a diario realizan los locutores, se nos ha dicho siempre que Las cuatro fiestas es una creación del maestro Adolfo Echeverría, que su original interpretación es del Cuarteto del Mónaco y que la voz es la de Nuri Borrás. Y a decir verdad es con lo que un oyente común y corriente se contentaría. Pero, debo decirlo de una vez: yo no soy un oyente común y corriente. Añoro ese resto de información que otrora venía vertida en la contracarátula de los L.P., en virtud de la cual supimos que muchos de los arreglos de la Billo’s los realizó el trompetista ‹Chiquitín García›, que el compositor de Las ingratitudes (/ así fue que yo pude ver/ /las ingratitudes de esa mujer /) es Margarita Rivera, que Louie Ramírez fue el arreglista principal de la Fania All-Stars, que el mejor cajero que ha existido se llamaba Carmelo Barraza y no era vallenato, que las tremendas maracas que suenan en el tema Ajiaco caliente, de Palmieri, son las de Ismael Quintana, que Pedro Justiz (‹Peruchin›) y Julio Gutiérrez se alternan en el piano en el tema que en Barranquilla todos mencionan como Marihuana en pote, pero cuyo verdadero nombre es Descarga caliente (no la de Rubén Blades), que el tremendo ‹pisicato› de bajo en la mejor versión de La bamba corrió a cargo del magistral Eddy Cano, que Joe ‹Chickie› Fuentes y Rubén Hernández son quienes nos deleitan con sus trombones en el tema de Joe Battan It’s a good feeling (riot), pero que Barranquilla re-bautizó por comodidad como El avión, dado que el tema empieza y finaliza con la policía interviniendo para sofocar el alboroto armado por la banda, y algún jacarandoso influyente dio por hecho su fantasía de que los aviones llevan sirena y las hacen sonar durante el aterrizaje.

Lo que a continuación voy a relatar no iba a quedar nunca registrado en contracarátula alguna, ya que fueron eventos disgregados y harto disímiles, pero que por fortuna concurrieron en una misma persona, y constituyen la verdadera y original historia de Las cuatro fiestas. El nombre de esa persona es Ángel Monsalvo, y como es bien seguro que pocos barranquilleros saben de quién se trata por dicho nombre, conviene añadir que era el director de El cuarteto del Mónaco, grupo que realizó la grabación original de Las cuatro fiestas.

La única persona que podía contar la verdadera historia de Las cuatro fiestas era Ángel Monsalvo, y no porque fuese el director de El cuarteto del Mónaco, sino por la elemental razón de que él era el único que la sabía, y ello porque todos los eventos irregulares que dieron cuerpo a esa historia –entiéndase bien: a la verdadera historia– concurrieron en él, y repito que no es porque fuera el director de El cuarteto del Mónaco, sino por el puro antojo de provocarse encarnar en él aquello que Albert Camus llamó en su Discurso de Estocolmo, «la extraña libertad de la creación».

A Ángel Monsalvo lo conocí muy de cerca, ya que era mi vecino del barrio La Magdalena y todos los días lo veía pasar frente a mi casa, adecuadamente acicalado, luciendo vistosos y variados sombreros caribeños, y acompañado siempre de su guitarra, que podía ser la de madera o la eléctrica, dependiendo de si esa noche actuaba con la orquesta de Adolfo Echeverría o si con el trío que había fundado, puesto que ya para esa época se había desintegrado El cuarteto del Mónaco. Y no son únicamente los lectores ocasionales de estas líneas a quienes nada les dice el nombre Ángel Monsalvo. A sus mismos vecinos del barrio La Magdalena tampoco les decía nada, porque nadie nunca lo conoció con ese nombre, sino con otro bien distinto, y fue porque en la época del viejo Junior de Barranquilla se realizaban partidos amistosos en el antiguo Estadio Municipal, y uno de estos fue con el Rampla Juniors de Uruguay, donde destacaba su back central, que por su aspecto físico parecía el ‹doble› de ‹Angelito› (así era como se le conocía, sin que pueda saberse por qué, ya que no era ningún pelao, sino un señor ya mayor). Pues bien, dicho back central, cuyo nombre era William Martínez, terminó jugando en el Junior, y así como también ocurrió después con ‹La Bruja› Verón, fue jugador y técnico a la vez, y ya nunca más se le conoció a Monsalvo como ‹Angelito›, sino como William Martínez.

Pero a la circunstancia de que la única persona que podía contar la verdadera historia de Las cuatro fiestas era Ángel Monsalvo tenía que unírsele otra, y era que él quisiera contarla, o que de hecho la contara, y esa circunstancia se presentó hace cerca de veinte años cuando se le organizó un homenaje al maestro Adolfo Echeverría en la plazoleta exterior de la sede de Comfamiliar de la carrera 54, a la que no pudo asistir por hallarse enfermo, y en su lugar se le pidió a la hija de Nuri Borrás que subiera al escenario para recibir el pergamino, y como ella no aparecía, Monsalvo se subió encorajado por los aguardientes que llevaba encima, y tras recibir el pergamino en nombre del maestro Adolfo Echeverría y destacarlo entre los grandes compositores e intérpretes de nuestra Región Caribe, nos obsequió, a los que allí estábamos presentes, la verdadera y singular historia de Las cuatro fiestas.

Todo comenzó –nos relató Monsalvo– cuando dos cachacos de la Armada se pensionaron y con el producto de sus cesantías compraron un equipo de grabación que querían estrenar con una composición de Adolfo Echeverría, a quien habían conocido recientemente. Tras invocar a las musas, Echeverría compuso en ritmo de cumbia Las cuatro fiestas, antojándose de que la interpretara el mejor grupo que había en Barranquilla en ese momento, año 1964, El cuarteto del Mónaco. Salta a la vista que el grupo no se llamaba Cuarteto Mónaco, ni tampoco Cuarteto de Mónaco, que es como sonaría normal, sino Cuarteto del Mónaco. La explicación de la presencia extraña de la contracción del en vez de la preposición de, o de la ausencia de ambas, es que el grupo carecía de nombre, pero era tal su fama que la gente acudía masivamente al bar Mónaco –allí el grupo trabajaba de planta– para deleitarse con sus interpretaciones, y comenzó entonces a correr de boca en boca la dicción «vayamos a oír al cuarteto del bar Mónaco», simplificándose luego así: «Vayamos a oír al cuarteto del Mónaco», y esa sonoridad originó el nombre del grupo.

Tras aceptar la oferta de Adolfo Echeverría, Ángel Monsalvo empezó a trabajar en el montaje de Las cuatro fiestas, descubriendo enseguida que no era una cumbia lo que dejaban entrever los arbustos y cocoteros que por la ribera se veían, sino otra cosa que su olfato de músico empezó a extraer de sus vivencias de niño en su natal Campo de la Cruz.

Cuando Echeverría escuchó la primera versión que obtuvo el grupo, se alarmó y le pidió a Monsalvo que le dijera por qué le había metido mano a su creación. «¿Qué pasó aquí? ¿Por qué le cambiaste el ritmo? ¿Y qué ritmo es ese?», le preguntaba Adolfo a Monsalvo con notorio desconcierto. Pero el director del Cuarteto se limitó a responder: «Así es como va a sonar», y Adolfo no protestó más, porque pasado el sofoco, su sensibilidad de músico captó que, aunque encontraba extraña su propia creación, esta había tomado un giro inesperado hacia algo que se sentía muy robusto.

En la tarima, Monsalvo nos sorprendió a todos con una inesperada revelación: «Sobre el ritmo de Las cuatro fiestas, se ha dicho que es un chandé, y otros que un garabato; y quienes marcaron el acetato original se inventaron que era una maestranza, pero yo lo que hice fue repercutir el sonido de una procesión a la que de niño asistí en Campo de la Cruz llevado de la mano de mis padres, que me dejó marcado para siempre, claro que haciéndolo más festivo para que encajara con el sonar del triqui traqui en un sabroso amanecer del ocho de diciembre y con las caretas y disfraces en la Batalla de flores, que es de lo que se habla en Las cuatro fiestas. Cuando el ritmo quedó listo se hicieron varios ensayos, y entonces Adolfo me pidió que procediéramos a grabar. Yo no sabría decir cuál era su ánimo, pero yo quedé satisfecho».

Pero en cambio de proceder a hacer la grabación, Monsalvo arremetió de nuevo: «¡A esto le falta un viento! ¡Hay que ir por ‹el muñecón›!», complementó. ‹El muñecón› es uno de los tantos artistas que por cuenta de la simplificación de la información que brindan los comunicadores a sus oyentes ha permanecido siempre en el anonimato, pero hay que decirlo con todas sus letras: gracias al olfato de Monsalvo nos fue entregada una de las piezas musicales más hermosas que ha producido nuestra Región Caribe, canonizada felizmente por el gusto de los barranquilleros de los años sesenta. El nombre de ‹el muñecón› era Alex Acosta, un excepcional saxofonista, clarinetista y arreglista de la orquesta del maestro Pacho Galán, que había grabado con casi todos los grandes grupos musicales del momento. Entonces Adolfo Echeverría le inquirió a Monsalvo: «¿Y dónde piensas dar con ‹el muñecón›?».

«Como yo sabía dónde encontrarlo, tomé un taxi y lo localicé, pero estaba enguayabado y no quería acompañarme; entonces le dije que se lo pedía como un favor especial, y ahí fue cuando se levantó, pero me puso como condición que le comprara media de media. Cuando regresé con la botella ya tenía el saxofón en la mano, pero después de tomarse un trago se fue a su cuarto y regresó con un clarinete. En el taxi de regreso le conté a toda carrera el proyecto en el que estaba, y lo que él tendría que hacer, pero no me escuchaba, y solo abría de vez en cuando los ojos para llevarse la botella a la boca; entonces ya no le dije más nada y dejé eso en manos de ‹el muñecón›».

«Cuando estuvimos en el estudio le dije que yo le daría la señal con el pie para que él interviniera como mejor quisiera. El resto ustedes lo saben porque él lo dejó grabado para la posteridad. Sólo ‹el muñecón› podía hacer algo así». «¡Y tú, Carvajalino! –gritó de pronto Monsalvo dirigiéndose a un notable asistente que le celebraba la narración–, ¿te acuerdas que me dijiste que Las cuatro fiestas no tenía cómo desbancar a ¿Cómo se apagan las velas? ¡Di lo mismo ahora!».

Pero el santandereano Julián Pérez Carvajalino, compositor de dicho tema, sabía que se trataba de un desafío simbólico, y se limitó a hacer el ademán, simbólico también, de que le reconocía la victoria a Las cuatro fiestas. Pero entonces el epílogo de la narración con la que esa noche Monsalvo nos obsequiara la singular historia verdadera del himno musical de Barranquilla, no podía ser menos retumbante. Una última metida de mano le fue dada a conocer a Adolfo Echeverría cuando este se disponía a cantar su adulterada inspiración, ya que de regreso al estudio con ‹el muñecón› a bordo, la genialidad de ese anónimo artista que participó, y no de cualquier modo, en la creación del himno musical de Barranquilla, llamado Ángel Monsalvo, había dispuesto que una jovencita que nunca había grabado nada, llamada Nuri Borrás, sería la encargada de cantar el tema que inmortalizó la inspiración de Adolfo Echeverría. El resto era una tarea que a mí me tocaba realizar, y que ya llevaba muchos de tener aplazada, y era la de poner por escrito la singular creación del himno de Barranquilla en diciembre, conforme a lo relatado aquella memorable noche por su principal protagonista. Espero haberlo hecho.

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