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Juan Gossaín conversa con Farrouk Caballero en La Cueva. John Robledo
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Gossaín pasó de contar cuentas a contar cuentos

El cronista relató en el Carnaval de las Artes cómo se convirtió en periodista en su natal San Bernardo del Viento.

El auxiliar de contabilidad, reconvertido hace más de 50 años en contador de cuentos, como lo llamó su propia madre Berta Abdala, nunca defrauda.

Juan Gossaín, el hijo de San Bernardo del Viento, emocionó, divirtió y hasta puso de pie a los asistentes al Carnaval Internacional de las Artes que aplaudieron una y otra vez su inagotable repertorio de historias del Caribe colombiano surgidas de ese universo de puro realismo mágico que él resume en una sola frase: “Macondo es Macondo”.

Durante su entrevista con el periodista Farouk Caballero, Juan recordó cómo y por qué escribió su primera crónica, y tras la cual ya no hubo vuelta atrás. 

Apasionado y perseverante como su padre, el libanés que leía horas y horas el diccionario de la lengua española para mejorar sus competencias lingüísticas luego de haber llegado a Colombia sin distinguir si la letra O era redonda o cuadrada, el joven Juan Gossaín no lo pensó dos veces. Una oscura y calurosa noche decidió incursionar fugazmente en el mundo de la delincuencia para satisfacer su curiosidad, esa duda que lo estaba consumiendo debía ser resuelta. Su cómplice fue un compañero del molino de arroz donde trabajaba, tan irresponsable como él, que le cargó la escalera con la que accedieron al lugar donde almacenaban unas misteriosas y gigantescas cajas que habían llegado días atrás a San Bernardo del Viento sin destinatario alguno.

Con una pata de cabra, extendido recurso de los ladrones más avezados, los dos compinches abrieron las cajas y se encontraron con un manifiesto de carga que los dejó en las mismas porque no entendieron ni una palabra de lo que decía: estaba en inglés. Pero lo del idioma no iba a ser obstáculo en la búsqueda de la información. Juan, que pasaba sus días llevando las cuentas de la arrocera de su primo, estaba obsesionado con las cajas y tenía claro que si ya había llegado a ese punto no iba a renunciar a saber qué contenían.

Con su propio pecunio, le pidió a un amigo que le comprara un diccionario inglés- español en Cartagena. Al recibirlo, su sorpresa fue mayúscula cuando se enteró, previa traducción, que las cajas almacenaban las partes de un hospital prefabricado que unas monjitas españolas, que habían recorrido San Bernardo del Viento en misión evangelizadora, le enviaban como donación al pueblo desde Londres, donde ahora vivían.

En la misma máquina de escribir en la que registraba sus cuentas, Gossaín redactó la crónica de este descubrimiento y la tituló: “Esto tiene que ser un milagro”. Tan inquieto como curioso, buscó entonces un ejemplar del diario El Espectador. Sabía que este periódico, aunque con 2 o 3 días de retraso, llegaba a San Bernardo del Viento y se declaró esperanzado de poder plasmar su historia en alguna de sus páginas. Por eso, buscó la dirección del medio de comunicación y la escribió en un sobre que envío a Bogotá, vía Lorica.

El director de El Espectador, don Guillermo Cano, al que Juan considera “mártir y maestro, cumbre ética del periodismo colombiano”, y no le falta razón, recibió la crónica y la publicó en una sección que bautizó como “Carta desde San Bernardo del Viento”. Luego de dos o tres envíos similares, don Guillermo envió al señor Nicolás Chadid, agente de su periódico en Sincelejo, a visitar al neófito redactor con una propuesta formal de trabajo y un pasaje para Bogotá.

Gossaín, que sólo conocía dos sitios en su vida y no estaba dispuesto a renunciar a ellos, San Bernardo del Viento, donde nació, y Cartagena, donde estudió durante 9 años, declinó la oferta, pero, por si las moscas y ante la insistencia del emisario, se quedó con el pasaje guardado en un cajón.

Lo usaría tiempo después cuando cayó en una profunda tristeza producto de un tenebroso invierno que azotó a San Bernardo del Viento. El 4 de septiembre de 1969, Juan Gossaín, con un ventilador eléctrico que le empacó doña Berta en su maleta por si hacía calor en Bogotá, se desplazó a Cartagena para embarcarse en el avión que lo llevaría a la capital del país, a pesar de que no quería ser periodista.

Acompañado de su “monumento al corroncho”, como Juan llamó al ventilador que conservó en Bogotá por amor a su mamá, el contador de cuentas empezó a escribir su propia historia como contador de cuentos, convirtiéndose en el gran periodista, escritor y cronista que hoy es. Genio y figura.

A su tierra, a orillas del río Sinú nunca volvió. Ha pasado más de medio siglo y no tiene ninguna intención de regresar porque sigue negándose a someter a sus recuerdos a un careo judicial con la realidad. “Las cosas no son como son, sino como yo las recuerdo”, sentencia. Pero esta es otra historia que otro día les contaré.

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