En las cuadras la rumba es más sabrosa
La tradición de hacer fiestas o bailes de barrio en los que las cuadras se cierran para que los vecinos festejen se mantiene viva en Barranquilla. El picó, la sopa y la sabrosura son los invitados que no pueden faltar.
Cuatro niños descalzos caminaban por las calles del barrio Montes, acababan de bajar unos mangos que llevaban en las manos. Uno de ellos lo mordía, su cara se retorcía por la fruta biche, los otros los guardaban para picarlos en la casa donde la noche anterior se celebraron los 15 años de Cristina Villero.
Afuera de la vivienda, debajo de un palo de Matarratón, unas 15 personas escuchaban el tema El Acusado del cantante de champeta El Jhonky. La música salía de un picó, dos parejas bailaban amacizados, el resto los miraban. Todos eran sobrevivientes de la fiesta del día anterior.
Como en este sector del barrio Montes, carrera 23 con calle 27, el Carnaval de Barranquilla se vive en las fiestas de cuadra, sobre todo de vecindarios ubicados en el sur y el suroccidente de la ciudad, así como en municipios vecinos como Soledad y Malambo.
“Aquí la rumba es espectacular, sin peleas, sin problemas, todo el mundo en unión y armonía. Hoy estamos amanecidos y vamos pa’ rato”, dijo Sergia Villera Santoya, residente de la casa pachanguera. Juana, su hermana, una corpulenta morena, agrega que “la champetica del Jhonky”, que en paz descanse, no puede faltar. Tampoco canciones como Songo sorongo, de Rafael Cabeza, que empieza a sonar y hace que se levanten los pocos que quedaban sentados. Una de las bailadoras, sumergida en un sueño profundo, sigue su letargo en una mecedora, nada la perturba.
Sopa de guandú o costilla, guaro (aguardiente), ron, cerveza, butifarra, maicena, agua, personas disfrazadas, grupo e’ millo, picó, relajo, tías solteras y otras casadas, venezolanos, parejas, retenes con negros embetunados que sacan la lengua en la esquina de la cuadra, niños, cachacos y carnavaleros, vendedores de la “papita saladita” conforman un cuadro, una obra de arte que prende la rumba de cuadra.
“Papi esto es una vaina extrovertida, te nace del corazón marica…es una vaina pin pa pin pa pin pa, quieres un trago de ron, te lo pegas enseguida. Nada de pelea, hasta los cachachos se la gozan”, contó Hilario Ponce. Inmediatamente deja de hablar suena en el picó la canción El Pintor, de Diomedes Díaz: “Pedro Pérez el pintor pinta un pájaro moderno, y dice que yo no puedo hacer un cuadro mejor. Saco cuadros del folclor y de la naturaleza pinto negra la tristeza la acuarela del dolor”.
Con esta estrofa Hilario me mira y dice. “Sí te la pillas”. Inmediatamente abraza una pareja invisible que le aguanta su paso poco coordinado y comienza a bailar solo, feliz, con los ojos cerrados.
En las Nieves
El recorrido debía continuar, un par de cervezas que me brindaron en la cuadra del barrio Montes me invitaban a quedarme en alguno de los muchos bembés por los que pasábamos junto al conductor y la reportera gráfica.
Conforme ingresábamos al populoso barrio Las Nieves también aumentaban los retenes de negritos que pedían monedas. “Erda cole tira la liga pa’ la fría”.
En la esquina de la carrera 22 con calle 23B un potente picó recordaba al gran Ismael Rivera: “Las caras lindas de mi gente negra son un desfile de melaza en flor, que cuando pasa frente a mí se alegra, de su negrura, todo el corazón”.
La cuadra estaba cerrada y los vecinos ya estaban en las terrazas de las casas bailando salsa. En unas vendían sopa de mondongo, en otras cerveza. Unos niños disfrazados bailaban entre sí para que los demás los vieran, luego pedían “la liga”.
Eder Monsalvo era su organizador. Su saludo fue con una cerveza helada que me dio sin preguntar. Cuenta que tiene 27 años de vivir en la misma cuadra. “En los Carnavales quien lo vive es quien lo goza y hay que vacilarla, como dicen por ahí. Hoy es domingo de Carnaval y hay que sacarla del estadio. A los vecinos les gusta, ya es un baile tradicional y nunca se ha presentado ningún problema”.
El picó era mucho más grande que el que estaba en el barrio Montes. Entre los vecinos y amigos del organizador pagaron 2 millones de pesos para alquilarlo. Lo planeado es que duré hasta las 2 de la mañana del lunes.
De sus parlantes suena el tema El Manducazo, con todo su sabor africano.
Un grupo de venezolanos toman cerveza. Aseguran estar tristes porque hoy es su último día de carnaval. “Estoy triste, porque tengo que regresar, si no lo hago mi esposa se va a poner brava”, confiesa Efraín Téllez.
Por otro lado Eder hacía la vaca (recoge dinero) para comprar la primera garrafa de aguardiente del día. Seguro vendrán muchas más.
El polvo de Carnaval en la Urbanización El Parque
En este barrio de Soledad, calle 45 con la avenida Circunvalar, Rosario Ramírez, o Rochi, imponía un matriarcado fiestero. Para ella el Carnaval también se preserva desde las calles con integraciones de barrio.
“Esto hay que hacerlo para que el Carnaval se sienta en todos los barrios de Barranquilla, Soledad y cualquier parte de la Costa, para que siga viva la tradición”.
Ronald Camacho y Yeryisa Chajín precisamente se enamoraron en una fiesta de carnaval como la que organizó Rochi. Hoy tienen 11 años de casados. Con la frescura que caracteriza a los barranquilleros admiten que sus dos hijos, nacidos en noviembre, son fruto de polvos carnavaleros, que un baile de cuadra motivó.