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Raquel María de la Asunción, de 66 años, enseña una bandeja repleta de pasteles de Pital de Megua. Rafael Polo
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El sabor se envuelve en hojas de bijao

Hoy es el último día del tradicional Festival del Pastel que celebra Pital de Megua, corregimiento de Baranoa, por vigésima sexta vez.

En Pital de Megua, hasta los desconocidos entran a la casa de ‘Raque’ como si se conocieran. Abren la reja, pasan por la sala, suben unas escaleras hasta el patio y terminan en los fogones, solo para saludar a la cocinera. Doña ‘Raque’ los recibe contenta, les pregunta si ya comieron, si les gustó y les invita a que regresen “muy pronto” a comer más pasteles. Que no pierdan la costumbre de ir al Festival del Pastel que hace 26 años comenzaron un grupo de mujeres pitaleras. 

Raquel María de la Asunción Urueta es una señora de estatura baja y mejillas abultadas que controla desde su cocina la producción de más de 1.000 pasteles de cerdo, pollo, gallina o mixto que se preparan con leña durante los tres días de la fiesta de Pital, un corregimiento del municipio de Baranoa. 

Es una de la pioneras, de las ‘matronas’, de un festival que es considerado Patrimonio del Departamento del Atlántico. 

La historia cuenta que los habitantes de Pital estaban preocupados porque no tenían ningún festival, ni eran reconocidos por algún producto, mientras otros pueblos decían con orgullo que festejaban encuentros en torno a la arepa de huevo o al mango, por citar ejemplos. Entonces, este grupo de pitaleros recordaron que en las fechas especiales de diciembre, en los matrimonios y cumpleaños no faltaban los pasteles. Y así nació la idea.

 

Arroz, pollo y verduras componen este ‘manjar’. Rafael Polo

En ese entonces, ya ‘Raque’ cocinaba pasteles. Desde mucho antes, de hecho, porque cuando apenas tenía ocho años, su padre llegaba del trabajo y le decía “mija, aquí le traje unas berenjenas para que me haga una boronía”, así que la pequeña ‘Raque’ asumía las tareas de la cocina siendo muy niña. Achotaba el aceite, experimentaba con diversas hierbas… y hacía pasteles.

“Me subía en un banco para poder llegar al fogón y así empecé”, recuerda la mujer, que ahora ve cómo sus hijos acomodan ollas, envuelven pasteles e intentan simular una sazón que ella misma descubrió en su infancia.

Son más de 30 mujeres que integran la Asociación de Mujeres Hacedoras del Pastel, una cifra que se amplía a 40 en temporadas de festival, encuentro en el que se logran vender al menos 20.000 pasteles pitaleros.

“Por eso decimos que no se trata de solo una porción de comida”, dice Farid de la Asunción, director creativo de la Fundación Festival Pastel Pital de Megua. Para él, el pastel es un envuelto de “historias y sabores”, que comienza con la siembra de las verduras, la cría de los animales y la búsqueda de la leña. Porque el pastel de este corregimiento se caracteriza por su condimento natural. Aquí las cocineras no utilizan especias artificiales, sino que el sabor es propio de su mezcla de ají pimentón, ají topito, habichuela, cebollín, alcaparra, cebolla y toda una variedad de ingredientes que acompañan las cuatro onzas de arroz y pastel y los 25 gramos de proteína, que puede ser tan exótica como el pato, conejo, armadillo, ñeque, venado y guartinaja

 

Hacedora selecciona ingredientes para sus pasteles. Rafael Polo

“El pastel recoge todos los sabores ancestrales de nuestra cultura trietnica: de indígenas, españoles y los primeros pobladores del pueblo. Es lo más especial que tenemos, es nuestra identidad”, dice de la Asunción. 

Mientras despacha clientes, Zully de Patiño, otra de las mujeres hacedoras, recuerda los primeros años del festival. Dice que se celebraba en un recinto cerrado con zinc, en butacas de madera y que cuando llovía, el agua les llegaba hasta los tobillos a las cocineras.

Ahora tiene al frente una fila de carpas coloridas, sillas y mesas estratégicamente distribuidas, donde los turistas disfrutan del producto tradicional de Pital. El festival se ambienta con la música que brota de los picós, con las atracciones para niños, las ruletas para adultos, artesanías y dulces a la venta. Todo reunido en la plaza central. 

 

Familias reunidas disfrutan del festival. Rafael Polo

Hoy será el fin del festival, de los fogones en las terrazas y la fiesta en la calle, pero no de la producción de este manjar que las pitaleras abanderan. 

Para el próximo año “doña Raque” volverá a abrir la puerta de su casa y de su patio, a ese al que los desconocidos llegan como si fueran los hijos o los dueños del hogar. Porque sí, porque todos parecen sentirse en casa cuando pisan Pital.  

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