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El novio era Héctor

Héctor conducía su moto Auteco Lambretta, llevaba un parrillero cuya cara resultaba conocida. Se acercó al andén por donde caminaba Eliecer rumbo al colegio, para la jornada de la tarde. “Oíste, vos –dijo Héctor dirigiéndose a Eliecer– Dejá de estate metiendo con mi novia, so huevón o te las verás conmigo, ¿oíste, pues?” Eliecer se detuvo: “Eche y ¿quién es tu novia?” –Dijo, algo ofuscado. “No te hagás el pendejo, que tú bien sabes quien es. Bastante que hablaste en el Álamo, el viernes por la noche” y pasando la mano por encima del mango de la puñaleta que llevaba en la cintura, dijo: “Dejá, pues, de chicanear con María Cecilia, oíste” –y se marchó.

María Cecilia era una de las alumnas del Liceo Caicedo que a diario pasaba con Teresita, su hermana, y otras compañeras por la esquina del conservatorio de música de la Universidad de Antioquia, donde un grupo de estudiantes del Instituto Colombiano se apostaba después del mediodía a verlas pasar y hacer amistades con algunas, cuando las circunstancias lo permitían. El grupo lo componían Efraín, una de cuyas novias era Teresita la hermana de María Cecilia, Amílcar, Tobías, Augusto, de la región del Cesar; los hermanos Ibáñez, de Barranquilla y Eliecer, de Santa Marta, que no estaba en el internado pero vivía a una cuadra del colegio, también participaban algunos estudiantes oriundos de Córdoba, en especial de Planeta Rica. Ninguno conocía a María Cecilia y menos que fuera hermana de la novia de Efraín. Antes de mediodía, y de sonar el llamado al comedor, el grupo se hacia en la misma esquina pero sobre el lado de la calle Pichincha, para ver pasar a las alumnas de la presentación. Una de ellas, de nombre Esther, era otra de las novias de Efraín.

Bertha Inés estudiaba en el mismo Liceo, pero siempre pasaba sola y después del grupo de María Cecilia. Era gruesa y de regular estatura. Al pasar no disimulaba su atracción por Eliecer: lo miraba y le ofrecía una sonrisa desganada o, diríase, tímida. Los demás muchachos aupaban a Eliecer para que la siguiera pero éste permanecía quieto. A la salida de clases, cuando no programaban caminadas por la avenida Junín o La Playa, por lo general el grupo volvía a reunirse en esa esquina. Al pasar las jóvenes del Caicedo, algunos se unían a ellas y se iban emparejados, entre ellos Efraín, acompañándolas, otros las seguían en plan de conquista o esperaban a que pasaran las de la Presentación, entre las que tenían alguna simpatía; y los que no, terminaban la tarde sentados en una de las bancas de la plazuela San Ignacio, fumando cigarrillos Dandi o Victoria. En una de esas tardes Eliecer esperó a que pasara Bertha Inés y se dispuso acompañarla. Ella aceptó complacida y caminaron hasta la placita de la Iglesia de San José. Se sentaron en un escaño, él le agarró las manos apretándolas, ella sonrió y lo miro a los ojos y sin más acercaron los labios y se besaron. Bertha Inés ruborizada se levanto y dijo que tenía que irse. Ella vivía allí cerca. Tomados de las manos ella avanzó de espaldas hasta donde ya los brazos no estiraron más.

Ese viernes, todos engalanados, se dieron cita para asistir a la fiesta de cumpleaños de Teresita. Los internos no tuvieron dificultad con el prefecto de disciplina para conseguir el permiso. Llegaron todos en grupo y los de Córdoba entregaron a Teresita varios discos del los Corraleros del Majagual. Bertha Inés se apartó de las amigas con quienes conversaba y se acercó a saludar a Eliecer, éste le extendió la mano, le sonrió y continuó con la vista fija en la joven de cabellos largos recogidos en cola de caballo. “Ya vengo”, dijo, y se dirigió a donde se hallaba la joven y le solicitó bailar. La fiesta se animó y las parejas comenzaron a bailar. La costumbre era que se bailaba una sola pieza y se sentaban para volver a empezar con la siguiente; la misma pareja no bailaba más de una pieza, pero Eliecer sí continuó bailando de seguido con aquella joven. No solo eso sino que sus cuerpos y cabezas se fueron juntando.

“Me llamo María Cecilia y soy hermana de Teresita –contestó ella a la pregunta de Eliecer–, tú eres uno de los del grupo que se hace todos los días en la esquina de la universidad, sí, yo te he visto ahí, y ¿cómo te llamas?

Continuaron bailando. El aguardiente circulaba de uno a otro que bebían a pico de botella. De pronto se suspendió la música y llamaron a todos para que rodearan la mesa donde estaba el pudín con las velitas encendidas y Teresita dispuesta a apagarlas de un solo soplo. María Cecilia y Eliecer no se acercaron, éste la tomó de la mano y la llevó hasta la cocina. Allí se detuvieron uno frente al otro mirándose a los ojos y él la tomo de los brazos y la acerco hasta besarla en la boca, ella reaccionó separándose, pero sin hacer mucha resistencia por lo que él volvió a atraerla hacia sí y se besaron prolongadamente hasta cuando oyeron pasos de alguien que se acercaba, “¿Te provoca comer algo?”, dijo ella y le acercó un pedazo de chicharrón de varios que había en una sartén. Los pasos llegaron hasta la puerta de la cocina y la joven que se asomó dijo: “Apúrense que vamos a cantar el happy birthday”, y se devolvió. El intento besarla nuevamente, pero ella lo detuvo diciéndole: “Con la boca sucia de grasa, no”.

La fiesta continuó hasta cerca de la media noche cuando empezaron a despedirse los invitados. Eliecer se mantuvo muy cerca de María Cecilia y sus compañeros los miraban y mantenían entre ellos cierta sonrisita de sorna. Los niveles de licor estaban algo altos, pero sin complicación alguna se fueron despidiendo y saliendo de la casa. Eran los últimos en salir. A tres casas de la fiesta estaba el Crean Álamo y allí resolvieron entrar. Pidieron cervezas y empezaron a comentar de la fiesta. Eliecer, en tono alto decía: “La besé… ahora María Cecilia es mi novia y ¿Qué? El mesero se le acercó y con discreción lo instó a que bajara la voz porque ella, le dijo: “tiene novio, se llama Héctor y es asiduo cliente de este crean. Eliecer manoteó al aire y replicó: “Y a mí… qué carajo me importa eso”.

Joaquín A. Zúñiga Ceballos

Santa Marta

 

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